Con muy poco
"Su cuerpo es duro y tosco
sobre este lujo del paisaje.
Vive ahora dentro de una joya
y no sabe que camina
sobre preciosa seda
y que va dejando tras él
pequeños cielos moribundos."
(Luis Pimentel)
"¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó."
(Lc 13,20-21)
I
El mal comienza con muy poco.
Un tono de voz, una mirada,
el repetido y callado desencuentro
cotidiano, tan leve como dañino.
La palabra se puebla, entonces, de silencios;
y los silencios, de un temor sin nombre,
de un dolor seco que va minando
cuerpo y alma vulnerados.
En la dirección contraria,
el bien comienza de igual modo:
esa voz, esa mirada,
encontrarte tan abierta, tan amable,
y tus palabras más banales
me llenan de ti como una sed saciada,
cuerpo y alma en unidad
de amor con sentido.
¿A qué compararé la gracia de tu amor?
A la cruz que supe,
y a la redención de tu sonrisa.
El bien y el mal comienzan con muy poco.
II
Dicen que lo importante es difícil.
Bien pudiera ser.
Difícil y lento, incluso.
No es fácil acabar unos largos estudios,
hacerse un alto funcionario,
abrir una empresa próspera y estable;
no es fácil cavar, picar, vender, sonreír
durante cuarenta minutos o cuarenta años.
No es fácil mantener una familia,
pagar una casa, vivir con la dignidad
que precisa nuestra valía y tanto esfuerzo.
No es fácil hacerse un hueco
en la selva de ambiciones y de envidias.
Y cuando las sombras cubren el alma,
todo es difícil: levantarse
cada mañana, comer, dormir,
querer vivir, querer...
Quizá porque he fracasado en lo importante,
porque a veces hasta lo fácil
no lo era, me parece un milagro
la sucesión de los días,
el vuelo de los pájaros, el verde de la hierba,
el amor de mi mujer o la belleza gratuita
que se dona sin causa, como la sonrisa
de un niño, como la adolescencia.
He fracasado en lo importante,
y hasta en lo fácil.
Y, sin embargo, soy feliz
con muy poco.
30-10-2018
Doiraje.