viernes, 31 de marzo de 2017

Lecturas del día, viernes, 31 de marzo. Poema "El desconocido" de Pär Lagerkvist. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de la Sabiduría (2,1a.12-22):

Se decían los impíos, razonando equivocadamente:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso:
se opone a nuestro modo de actuar,
nos reprocha las faltas contra la ley
y nos reprende contra la educación recibida;
presume de conocer a Dios
y se llama a sí mismo hijo de Dios.
Es un reproche contra nuestros criterios,
su sola presencia nos resulta insoportable.
Lleva una vida distinta de todos los demás
y va por caminos diferentes.
Nos considera moneda falsa
y nos esquiva como a impuros.
Proclama dichoso el destino de los justos,
y presume de tener por padre a Dios.
Veamos si es verdad lo que dice,
comprobando cómo es su muerte.
Si el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará
y lo librará de las manos de sus enemigos.
Lo someteremos a ultrajes y torturas,
para conocer su temple y comprobar su resistencia.
Lo condenaremos a muerte ignominiosa,
pues, según dice, Dios lo salvará».
Así discurren, pero se equivocan,
pues los ciega su maldad.
Desconocen los misterios de Dios,
no esperan el premio de la santidad,
ni creen en la recompensa de una vida intachable.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 33,17-18.19-20,21.23

R/.
El Señor está cerca de los atribulados

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor. R/.

Él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (7,1-2.10.25-30):

En aquel tiempo, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado». Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor
 
Poema:
El desconocido de Pär Lagerkvist
 
Un desconocido es mi amigo,
uno a quien no conozco.
Un desconocido lejano, lejano...;
por él mi corazón está lleno de nostalgia.
Porque él no está cerca de mí.
¿Quizá porque no existe?
¿Quién eres tú que llenas mi corazón de tu ausencia,
que llenas toda la tierra de tu ausencia? 
 
Breve comentario
 
Dejemos a un lado la envidia de los malos hacia el justo, en la que se centra la primera lectura; tampoco consideremos ahora la actitud solícita del Señor con los que sufren por su nombre, como canta hoy el salmo. Centrémonos en un hecho que es relevante en el pasaje del evangelio de Juan, y que se halla relacionado con las dos realidades citadas en las otras dos lecturas litúrgicas. Los judíos odiaban a Jesús porque se hacía pasar nada menos que por el Mesías. Y digo se hacía pasar porque ellos parecían conocer muy bien quién era ese Jesús nazareno, y sobre todo quién debía ser el Mesías. De ese supuesto conocimiento surge todo el odio hacia su persona, toda la persecución y los anhelos de eliminarlo. Hay una dimensión humana en ese odio (envidia, la insultante brillantez y seguridad de Jesús, el modo en que denunciaba y sacaba a la luz sus flaquezas puramente humanas...), pero lo relevante en la lectura es que ellos, los judíos, sabían, conocían la verdad de la Palabra de Dios, y, en consecuencia, denunciaban la impostura de aquel sujeto que por su atrevimiento merecía el peor de los castigos.
 
Cuántas veces en la vida nos hemos encontrado con personas que creen conocernos, que saben lo que nos conviene, que leen en nuestro interior mejor que nosotros mismos. Suelen ser personas bienintencionadas, con sano afecto por nosotros; aunque también los hay que lo que buscan es el dominio del otro, o de algún modo dañarlo. Conocer a una persona lleva su tiempo, y exige no sólo un trato personal, sino también un contacto frecuente y fluido, una confianza, una preocupación, una atención, una amistad... Formado profesionalmente para conocer a otros, nunca dejan de sorprenderme los pacientes: el alma humana nunca se puede conocer y sondear en toda su plenitud, salvo para la mirada de Dios. Sin embargo, con no pequeña irresponsabilidad se entra en la vida de los demás a saco, se juzga desde no sé qué posición (o pedestal), y se muestra un conocimiento que no es más que presunción de intenciones y proyección de realidades que proceden del sujeto que juzga, no del sujeto juzgado.

Si ello ocurre así entre nosotros con demasiada frecuencia, qué diremos cuando la persona juzgada y "conocida" es Dios en la Persona de su Hijo. Los judíos no tenían la menor idea de ante quien estaban; sin embargo, su seguridad no era menor que su ignorancia: 'como sabemos quién eres, no puedes ser el Mesías', afirmaban categóricos. En su respuesta, Jesús intenta partir de esta ceguera para elevarles la mirada, para que trasciendan de sus prejuicios y su visión errónea: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado». El Señor con toda humildad y justicia no les humilla tildándolos de ignorantes; reconoce que algo saben (nacido en Belén, hijo de José y de María; artesano carpintero...), pero que su origen, aparte del que conocen, es otro que ellos no pueden conocer, pues sólo Él procede del mismo: de Dios. Lo que sí que conocemos bien es la reacción de los judíos. Creían conocer, y no tenían ni idea...

Por esto elijo hoy el poema de este poeta sueco. Dios es el desconocido por excelencia. Sabemos de Él lo que Él mismo nos ha revelado, y nada más. La Filosofía y la Teología pocos conocimientos pueden aportar más allá de categorías abstractas que, en gran medida, lo definen por contraste, por vía negativa (lo que es por lo que no es). Seamos, pues, humildes en el juicio de los demás, sobre todo cuando no conocemos sus realidades. No nos instalemos en una falsa suficiencia o sabiduría que ni poseemos ni Dios nos permite atesorar y menos aún ejercer. Y acerquémonos a Él, como a los demás, en un conocimiento que sólo proceda del amor. Y eso exige, antes que juicio y generalidades, cercanía, trato, humildad, sana apertura, cultivo de la confianza, de la esperanza, del amor, en definitiva.  

jueves, 30 de marzo de 2017

Lecturas del día, jueves, 30 de marzo. Poema "Oración" de León Felipe. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (32,7-14):

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: «Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”». Y el Señor añadió a Moisés: «Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo». Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”». Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 105,19-20.21-22.23

R/.
Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo

En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba. R/.

Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam,
portentos junto al mar Rojo. R/.

Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,31-47):

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Palabra del Señor
 
Poema:
Oración de León Felipe
 
Señor, yo te amo
porque juegas limpio;
sin trampas —sin milagros—;
porque dejas que salga,
paso a paso,
sin trucos —sin utopías—,
carta a carta,
sin cambios,
tu formidable
solitario. 
 
Breve comentario
 
En el evangelio de hoy, continuación del de ayer, Jesús hace patente ante los escribas y fariseos, en un ambiente de obvia hostilidad por parte de éstos, su identidad, su naturaleza y la misión que debe realizar. El Señor se presenta como el Hijo del Padre, aquel que hace en todo la voluntad de Dios, que es testimonio suyo, al que le es fiel siempre. El estupor de las autoridades judías era inconmensurable; pero ante este estupor Jesús les muestra que, en verdad, jamás han creído a los profetas que el Padre envío una y otra vez, a los que ejecutaron o traicionaron como norma general. Así, en la primera lectura se recuerda una de las más famosas infidelidades del pueblo judío durante el éxodo, tras su salida de Egipto dirigidos por Moisés. 
 
Es una tentación humana muy común el construirnos una imagen de Dios a la medida de nuestras debilidades. También les ocurrió a las autoridades del pueblo judío: su fe estaba muy lejos de lo que Dios quería. Entre los cristianos esta tendencia quedó dramáticamente consolidada con la mal llamada Reforma protestante: si el ideal me exige demasiado, transformo aquél en función de mis intereses o de mis perezas y negligencias. Con el libre examen o interpretación de las Escrituras de los protestantes quedó sancionado como camino de virtud y seguimiento lo que no es más que coartada al pecado, a la traición y al olvido del Señor, para servir al señor que gusta a nuestras debilidades. 
 
La exposición del Señor a los judíos es diáfana, limpia, transparente, con la integridad que remite a la Verdad, sin subterfugios, sin engaños, sin florituras retóricas, sin defenderse para mitigar el mensaje o preservar intereses egoístas. ¡Cuán necesitados estamos de estas actitudes ejemplares, de este amor a la Verdad y por la Verdad! Sin embargo, como redivivos judíos o católicos protestantizados, preferimos la comodidad de hacer del Señor hijo de nuestras miserias, y por si fuera poco, a este ejercicio llamarlo fe, virtud, compromiso... Compromiso con nuestro ego. Lo peor que el Señor nos puede decir el Día del Juicio es lo que hoy les dirige a los judíos: "os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros."
 
Pidamos al Señor un verdadero seguimiento de su ejemplo de vida. Y hoy, al menos, quedémonos fascinados de la pureza y divina virilidad de sus actitudes. Que esa sana fascinación por la belleza de su entrega, de la que se hace eco nuestro poeta ("Señor, yo te amo/ porque juegas limpio"), nos sirva de acicate para que no lo traicionemos. Y si caemos, sepamos levantarnos de inmediato para no perder el paso de su amor.   

martes, 28 de marzo de 2017

Lecturas del día, martes, 28 de marzo. Poema "Un sol" de Alfonsina Storni. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (47,1-9.12):

En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor. De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho. El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado. Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?» Después me condujo por la ribera del torrente. Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente. En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 45,2-3.5-6.8-9

R/.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob


Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar. R/.

Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.

El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,1-16):

Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?» Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

Palabra del Señor

Poema:
Un sol de Alfonsina Storni

Mi corazón es como un dios sin lengua,
Mudo se está a la espera del milagro,
He amado mucho, todo amor fue magro,
Que todo amor lo conocí con mengua.

He amado hasta llorar, hasta morirme.
Amé hasta odiar, amé hasta la locura,
Pero yo espero algún amor natura
Capaz de renovarme y redimirme.

Amor que fructifique mi desierto
Y me haga brotar ramas sensitivas,
Soy una selva de raíces vivas,
Sólo el follaje suele estarse muerto.

¿En dónde está quien mi deseo alienta?
¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?
Vulgar estorbo, pálido follaje
Distinto al tronco fiel que lo alimenta.

¿En dónde está el espíritu sombrío
De cuya opacidad brote la llama?
Ah, si mis mundos con su amor inflama
Yo seré incontenible como un río.

¿En dónde está el que con su amor me envuelva?
Ha de traer su gran verdad sabida...
Hielo y más hielo recogí en la vida:
Yo necesito un sol que me disuelva.

Breve comentario

Todas las curaciones milagrosas de Jesús parecen repetir un modelo o estructura. Alguien, un enfermo o necesitado, que sale al encuentro del Señor o que el Señor se encuentra con él, le pide ser curado; el Señor escucha la petición y accede a su deseo. Sin embargo, no hay una curación igual a otra; no es una mera repetición. Y no lo es no sólo porque las escenas y las circunstancias que las rodean varíen, o porque varíen las dolencias a las que el Señor se enfrenta: varían las personas. No hay dos ciegos iguales, ni dos cojos, ni dos paralíticos, como no hay dos personas iguales. El sufrimiento del hombre, siendo común en su naturaleza, se encarna en cada persona, y es en cada persona que Cristo actúa. Por ello no a todos cura del mismo modo. A muchos cura con su sola palabra; a otros los hace bañarse; a otros embadurna sus ojos con barro o sus oídos con saliva; otros son curados con sólo tocarle (unas veces el Señor es quien toca, y en otras se deja tocar). Después de la curación, a muchos les aconseja discreción y no revelar el hecho, o mostrarse prudentes; en otros casos, les manda respetar los preceptos de Moisés y les envía a presentar ofrendas al Templo; a todos, aunque a veces no lo exprese de forma manifiesta (o no lo ha registrado el evangelista), les manda que no vuelvan a pecar. 

En este caso, las circunstancias son especialmente penosas. Siempre resultan dramáticos los contrastes: en un lugar de multitudes, soledad y abandono; entre el ruido de la actividad humana, del ajetreo y la cháchara, el tremendo silencio de unas almas sin destino, sin futuro, bajo un sufrimiento estéril, repetido, que los sume en una impotencia sin fin. Posiblemente en ese cuadro dantesco (hoy diríamos tercermundista), Jesús se fijó en el caso más grave: un enfermo que llevaba casi cuarenta años padeciendo su mal (mal que no se especifica), tan debilitado ya que ni siquiera podía acceder al agua de la piscina. Y no puede acceder no ya por su enfermedad, sino porque está solo. Cuando el Señor le pregunta si quiere ser curado, el hombre no le responde con un sencillo sí, sino con una manifestación de humildad: él no aspira a tanto; sólo pretende poder mojar un poco su cuerpo con las aguas medicinales y sentir algo de consuelo. Lleva cuarenta años así; sabe que esas aguas no le curarán: se conforma en su sufrimiento a esperar lo posible. Y el Señor, por supuesto, se apiada de su dolor, que ya había invadido por completo el alma de esta persona. Las normas, mosaicas o cristianas, han de estar al servicio del hombre; no importa que sea sábado: el amor ha de actuar en cualquier momento.

Muchos hoy no estamos menos solos que ese hombre imposibilitado. Aunque nos podamos mover, aunque nuestro aspecto sea hasta saludable. Porque a la enfermedad de aquel hombre se le unía la enfermedad de una sociedad que dejaba a su suerte a las personas débiles, débiles por las razones que fueran. El papa Francisco habla con acierto de la "cultura del descarte": quienes no consigan alcanzar los requisitos que esta sociedad exige a sus miembros (y cada vez hay más y más requisitos que cumplir), éstos quedarán "descartados", desechados, tirados en las cunetas de nuestras flamantes autopistas. A veces, las sociedades llamadas a sí mismas "desarrolladas" contarán con recursos para que los desechados al menos huelan bien, estén aseados y no molesten demasiado o desentonen en nuestros entornos fríos y asépticos, como el bisturí de un cirujano; "Servicios sociales" los llaman, y menos es nada, ciertamente. Por supuesto, en las tres cuartas partes del planeta "no desarrollado" la escena dantesca del evangelio de hoy se sigue repitiendo tal cual.

Lo importante es el dolor intangible, el que no se puede localizar en una zona del cuerpo. La peor disfuncionalidad no es el de un miembro atrofiado por una necrosis celular: lo peor es la necrosis del alma, la incapacidad para volver a creer, a ilusionarse, a querer vivir porque la vida se ha tornado invivible, aunque podamos bañarnos en nuestras piscinas o cumplir todas las normas humanas (ya no religiosas) que hoy nos exijan. Occidente, es decir, las personas que lo formamos, estamos aún más enfermas que aquel hombre del que el Señor se apiadó, pues en nuestro nihilismo ya ni siquiera esperamos lo posible. En verdad, necesitamos el sol del amor de Dios que disuelva tanto tantísimo hielo.  

lunes, 27 de marzo de 2017

Lecturas del día, lunes, 27 de marzo. Poema "Dame" de Carlos Edmundo de Ory. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (65,17-21):
Esto dice el Señor:
«Mirad: voy a crear un nuevo cielo
y una nueva tierra:
de las cosas pasadas
ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento.
Regocijaos, alegraos por siempre
por lo que voy a crear:
yo creo a Jerusalén “alegría”,
y a su pueblo, “júbilo”.
Me alegraré por Jerusalén
y me regocijaré con mi pueblo,
ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido;
ya no habrá allí niño
que dure pocos días,
ni adulto que no colme sus años,
pues será joven quien muera a los cien años,
y quien no los alcance se tendrá por maldito.
Construirán casas y las habitarán,
plantarán viñas y comerán los frutos».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 29,2.4.5-6.11-12a.13b

R/.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):

En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Palabra del Señor

Poema:
"Dame" de Carlos Edmundo de Ory

Dame algo más que silencio o dulzura
Algo que tengas y no sepas
No quiero regalos exquisitos
Dame una piedra

No te quedes quieto mirándome
como si quisieras decirme
que hay demasiadas cosas mudas
debajo de lo que se dice

Dame algo lento y delgado
como un cuchillo por la espalda
Y si no tienes nada que darme
¡dame todo lo que te falta!

Breve comentario

La fe no puede exigir pruebas: no necesita de la fe lo que puede ser verificado. Mitad por desconfianza, mitad por egoísmo, y no pocos por pura mezquindad, a Jesús le piden pruebas, signos, demostraciones de su poder. Más aún aquellos que fueron sus vecinos, los que lo vieron crecer, pues en ellos prevalece la experiencia y el recuerdo de quien no era más que un artesano de la zona. Alguien dirá con razón que estas reacciones son comprensibles, y lo son de hecho, pues nuestro corazón tiende a caracterizarse por nuestra desconfianza, nuestra falta de apertura, nuestra tendencia a no creernos nada que no hayamos comprobado de algún modo. Ciertamente esta es una actitud adecuada para adaptarse a un mundo hostil, en el que nadie te da nada gratuitamente. Pero Dios busca algo en nosotros para poder actuar en nuestra vida.

La fe se puede definir de muchas formas (certeza de lo que se espera, esperar lo que no se ve, creer en lo que no se puede demostrar...), pero al margen de estas enunciaciones sucintas formales o no, la fe, siendo don de Dios, y considerada en su dimensión de fenómeno humano, está formada de una serie de vivencias que en no pocas ocasiones generan tensiones: el miedo a abrirse, el miedo a las consecuencias de suspender el propio juicio, el miedo a los compromisos que se adquieren al creer, la difícil intelección del acto de creer (en verdad, ¿por qué creo o quiero creer?), la contradicción que supone abandonarse en un mundo que exige el control, la espera en un mundo que no admite esperas, la confianza en un mundo que sólo confía si antes ha verificado, el silencio o la aparente esterilidad en un mundo que exige rendimientos, productividades, mediciones de actos y de la valía de los actores... No es fácil creer, y menos en estos tiempos donde creer se considera algo infantil, un atraso, un anacronismo inservible.

Hoy más que nunca para creer hay que atreverse a creer, hay que ser osado, imprudente, pues creer nos convierte en "una opción inútil", en palabras de nuestros nefandos y absolutamente increyentes políticos. Es cierto que la fe es un don de Dios, pero como todo don se incardina no ya en una naturaleza humana, sino en una biografía, en un conjunto de experiencias y vivencias que han dejado toda una trama de huellas que Él puede querer o no disolver, o no del todo. La misericordia de Dios es un misterio también en su actuación no sólo en su origen, misterio de amor que suele respetar el suelo en el que planta su semilla. Y desde ese humildísimo humus de pecados, carencias, heridas, ignorancias, con la asistencia del Espíritu Santo, decimos sí al Señor. Un sí débil, lleno de miedos, de fragilidades, de mundanidad, de necesidad también...: nos fiamos como vamos pudiendo, en un camino moral y espiritual que, de evolucionar bien, nos irá conduciendo a un mayor abandono de nuestra voluntad para entregársela al Señor. A algunos, la mayoría, esto nos llevará toda la vida. Por eso es tan difícil ser profeta en la tierra, por eso le fue tan difícil al Señor hacer milagros en su tierra natal: nadie creía ni quería creer que de aquel artesano, hijo de José y de María, que habían visto crecer como uno de tantos, se pudiera esperar algo más.

Si no somos capaces de poder abrir caminos en nuestros corazones al don divino de la fe, a pesar de todas las realidades internas y externas que nos marcan y nos circundan, el Señor no podrá actuar. El funcionario en el evangelio de hoy cree por desesperación: su hijo se estaba muriendo. Su insistencia le salva; esa insistencia que se sobrepone a la incrédula hostilidad del entorno. Dios no nos pide heroicidades. Sabe lo que nos cuesta abrirnos a Él; por esto se conforma con poco: que le demos lo que no tenemos o de lo que no somos conscientes: seguridad, fe, valentía, capacidad de compromiso, determinación..., que Él nos lo devolverá como realidades ya nuestras.  

domingo, 26 de marzo de 2017

Lecturas del día, domingo, 26 de marzo. Poema "Tengo un amor tan hecho, tan sentido..." de Enrique Azcoaga. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel (16,1b.6-7.10-13a):

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.» Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.» Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.» Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.» Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?» Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»  Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.» Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.» Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 22,1-3a.3b-4.5.6

R/.
El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,8-14):

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1-41):
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No lo sé».
Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta».
No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».
Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros?». Y le echaron fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». Él respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece».
 

Palabra del Señor 

Poema:
"Tengo un amor tan hecho, tan sentido..." de Enrique Azcoaga 

Tengo un amor tan hecho, tan sentido,
que pesa como un cuerpo recordado;
es sombra, apenas sombra; es un delgado
consuelo día a día comprendido.


A veces cuando llego a estar vencido
yergue lo que hay en mí desamparado;
a veces, cuando vivo desolado
siembra su ley -¡revuelo!- en mi tejido.


Y es fresco, y es naciente, y me acompaña
-tal una edad distinta- procurando
ser ángel de mi sed, cielo, ventura.


Quiere que mariposa sea mi entraña;
y cuando voy gimiendo él va cantando
para debilitarme la amargura. 


Breve comentario

El pasaje evangélico de hoy podría pertenecer a una pieza teatral de primera magnitud. Si no fuera por el drama (la tragedia humana, más bien) que esconde, podría pertenecer al género de la comedia. Los personajes están perfectamente delineados, y actúan con total coherencia según su perfil. Pero más allá de la plasticidad del episodio, está el mensaje profundo que subyace al relato: los que dicen ver están completamente ciegos a la luz de Dios; los ciegos, en cambio, partiendo de su necesidad y abiertos a que otros los guíen, logran recuperar la vista. Dios es quien abre los corazones para que podamos conocerle con la sencillez y gratitud de quien ha hecho obras grandes en nuestra vida. La ceguera, la necesidad de Dios es la que permite que Él actúe en nosotros; quien cree ver, quien está satisfecho de su vida y de sí mismo, quien se siente poderoso y autosuficiente, orgulloso de sus éxitos, carece de necesidad alguna que no sea seguir engordando su soberbia y egocentrismo: es el paradigma del ciego absoluto, del ciego que no quiere ver, del caso perdido.

Con todo, no quisiera que este pasaje se entendiera de un modo categórico, en blancos y negros. Siempre estamos necesitados de la acción del Señor para ver, ya sea que nunca hayamos visto, ya sea que perdiéramos la visión. Como con la metáfora del hombre viejo, el del pecado, y el hombre nuevo, siempre estamos renaciendo de nuestras miserias, pues el peregrinar por este mundo es una constante prueba, una sucesión de caídas y alzamientos que no concluyen hasta el mismo final de nuestras vidas. Sin embargo, la experiencia de la luz de Dios en medio de las dificultades de nuestra existencia supone una definitiva certidumbre que tiene efectos imperecederos: no estamos solos; tenemos un apoyo; somos amados por Alguien; nuestra vida tiene un sentido.

Por esta razón he elegido este hermoso soneto de Azcoaga, porque aunque tendemos a la ceguera en este mundo de imágenes, apariencias y espectáculo, una vez que el Señor ha actuado en nuestras vidas, la oscuridad ya es un lugar de paso, por muy recurrente que sea. Puedo dar testimonio de ello, pues he vivido y vivo cotidianamente esta experiencia de luz y de ceguera. Y la ceguera va siendo cada vez más penetrable, y la luz menos deslumbrante y ocasional: "es un delgado/ consuelo día a día comprendido."

sábado, 25 de marzo de 2017

Lecturas del día, sábado, 25 de marzo, Anunciación del Señor. Poema "Soneto de la encarnación" de Francisco Luis Bernárdez

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (7,10-14;8,10):

En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»  Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.» Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 39,7-8a.8b-9.10.11

R/.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia
y tu lealtad ante la gran asamblea. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (10,4-10):

Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."» Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

Poema:
Soneto de la encarnación de Francisco Luis Bernárdez

Para que el alma viva en armonía,
con la materia consuetudinaria
y, pagando la deuda originaria,
la noche humana se convierta en día;


para que a la pobreza tuya y mía
suceda una riqueza extraordinaria
y para que la muerte necesaria
se vuelva sempiterna lozanía,


lo que no tiene iniciación empieza,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,


se convierte en pobreza la riqueza,
el modelo de todo nos imita,
el Creador se vuelve criatura.

jueves, 23 de marzo de 2017

Lecturas del día, jueves, 23 de marzo. Poema "Yo jamás he visto un yermo..." (poema 1052) de Emily Dickinson. Breve comentario

Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (7,23-28):

Esto dice el Señor: «Esta fue la orden que di a mi pueblo: "Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo, y todo os irá bien." Pero no escucharon ni prestaron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara. Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy, os envié a mis siervos, los profetas, un día tras otro; pero no me escucharon ni me hicieron caso: Al contrario, endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aun así les dirás: "Esta es la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. Ha desaparecido la sinceridad, se la han arrancado de la boca"».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 94,1-2.6-7.8-9

R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras.» R.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,14-23):

En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y se cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.»

Palabra del Señor
 
Poema:
"Yo jamás he visto un yermo..." (poema 1052) de Emily Dickinson 

Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.


Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de a dónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero.


"I never saw a Moor..."

I never saw a Moor--
I never saw the Sea--
Yet know I how the Heather looks
And what a Billow be.

I never spoke with God
Nor visited in Heaven--
Yet certain am I of the spot
As if the Checks were given--

Breve comentario

No hay nada peor en esta vida que un corazón endurecido, que unos ojos que miran sin ver, que una voluntad que se niega a querer, que el silencio de quien, pudiendo hablar y compartir, calla. Sin duda, personas así ya viven en esta vida el infierno de una penitencia que continuará tras su muerte, de persistir en semejante actitud, por toda la eternidad. Y hay muchos así. Ni la presencia de Dios haciendo milagros delante de ellos lograría que ese desierto pudiera ser regado con el agua que sacia definitivamente nuestra sed. Dios respetará la voluntad de aquellos que eligen su propia condenación: una vida sin Él.

Jesús en su paso por esta tierra no dudó en devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el habla a los mudos, el movimiento y el vigor a los paralíticos. Sin Dios podremos ver lo que queramos y estaremos ciegos, oir lo que deseemos y estar sordos, hablar sin parar y sólo silencio producirán nuestras gargantas. Y, sí, hay muchos que prefieren mutilarse a sí mismos antes que abrirse al misterio que les daría plenitud.

Dickinson fue una mujer de una sensibilidad exquisita, como su originalísima poesía. Nadie escribió como ella antes, ni nadie supo escribir como ella después. Personalmente, no soy aficionado a su poesía; me cuesta sintonizar con su estilo expresivo, cosa que me ocurre con otros grandes autores; pero lo importante (aunque para los estudiosos de la literatura sea lo principal) no es tanto el camino estilístico que recorrió como su modo de ubicarse en la realidad y darle forma con su sensibilidad única. Dickinson, de familia ilustre de abogados, jueces y políticos, que recibió una buena formación académica para la época (mediados del XIX en Estados Unidos) dada su condición de mujer, vivió una vida recluida muy influida por la más que estricta moral de la fe puritana en la que se educó y creció. Durante la mitad de su vida, casi treinta años, apenas salió de la casa paterna en la que vivía, y durante todo ese periodo de su vida, el mundo que conoció fue el de su localidad natal (Amherst, Massachusetts). Durante los últimos años ni siquiera salía de su habitación. Sin embargo, su mundo interior, a la vez sencillo y rico, apasionado y vitalista, estaba poblado de belleza, de armonía, de esperanza, de amor. Dickinson, como tantos otros, aun apenas sin ver con sus ojos, veía lo que nadie alcanzaba a distinguir; aunque sólo oía el canto de los pájaros de la hacienda de su padre y las voces de los amigos de éste que lo visitaban, escuchaba distintamente matices en los que nadie reparaba; aunque jamás publicó poema alguno (sólo cinco, y alguno sin su autorización), dejó escrita una vastísima obra de casi dos mil poemas que representan la cima de la lírica norteamericana: muda, su lenguaje y su voz eran maravillosos.

No importa que seamos ciegos, sordos y mudos para el mundo: sepamos ver, oír y hablar lo que no alcanzan aquellos que viven sólo de los sentidos y las apariencias. No hay peor condenación en esta vida y en la vida eterna que un corazón endurecido: no endurezcamos nuestro corazón, amigos. Dios se sigue haciendo presente en nuestras vidas y capacitándonos para ver, oír y hablar su verdad.  

miércoles, 22 de marzo de 2017

Lecturas del día, miércoles, 22 de marzo. Poema "Diálogo" de Ernst Stadler. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (4,1.5-9):

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: "Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación." Porque, ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y, ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy? Pero, ten cuidado, guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 147,12-13.15-16.19-20

R/.
Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.

El envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»

Palabra del Señor

Poema:
Diálogo de Ernst Stadler 

Dios mío, a ti te busco. Implorando la entrada, mira que me [arrodillo ante tu umbral.
Mírame aquí, extraviado, mil senderos me arrastran a lo [desconocido,
y ninguno de ellos me conduce a casa. Permite que huya hacia el [refugio de tus jardines,
que en su tranquilidad de mediodía vuelva a hallarse mi vida [dispersada.
Siempre he ido corriendo tras luces de colores,
ávido de maravillas hasta que los deseos y la vida y su fin [desaparecieron en la noche.
Ahora el día alborea. Y es ahora cuando mi corazón, encerrado en [la cárcel de sus propias acciones,
angustiado pregunta si es que tuvo sentido aquel tiempo confuso [y malgastado.
Y no hay respuesta alguna. Siento tambalearse en medio de [tormentas,
sin rumbo por el mar, lo que mi nave lleva de cargamento último.
Y el barco de la vida, el que por la mañana se mecía osado, [emprendedor,
destroza sus tablas contra el monte imantado de un destino loco.

Paz, alma mía. ¿Acaso nada sabes de tu propia patria?
Mira, pues: en ti estás. La luz incierta que le confundía
era la lámpara sin fin que arde ante el altar de tu vida. ¿Por qué [tiemblas en la oscuridad?
¿No eres tú, acaso, el instrumento mismo en el que el alboroto
de la totalidad de los sonidos se unifica en un baile nupcial? ¿No [oyes la voz del niño
que quedamente canta para ti desde lo más profundo?
¿No sientes, puro, el ojo que se inclina sobre la más salvaje de tus [noches?
Oh manantial que de las mismas ubres se alimentó con aguas [turbias y claras.
Oh rosa de los vientos de tu propio destino, tormenta, noche de [tempestades y tranquilidad,
todo tú mismo: purgatorio, ascensión y el eterno retorno.
Contempla, pues; tu último deseo, al que tendió tu vida unas [manos ardientes,
ya brillaba prendido en el cielo de tu afán más temprano.
Tu dolor, tu placer desde siempre yacían encerrados en ti, como [en un cofre,
y no hay nada de lo que fue y será que no haya sido tuyo desde [siempre. 

Zwiegespräch 

Mein Gott, ich suche dich. Sieh mich vor deiner Schwelle knien
Und Einlaß betteln. Sieh, ich bin verirrt, mich reißen tausend [Wege fort ins Blinde,
Und keiner trägt mich heim. Laß mich in deiner Gärten Obdach [fliehn,
Daß sich in ihrer Mittagsstille mein versprengtes Leben [wiederfinde.
Ich bin nur stets den bunten Lichtern nachgerannt,
Nach Wundern gierend, bis mir Leben, Wunsch und Ziel in Nacht [verschwunden.
Nun graut der Tag. Nun fragt mein Herz in seiner Taten Kerker [eingespannt
Voll Angst den Sinn der wirren und verbrausten Stunden.
Und keine Antwort kommt. Ich fühle, was mein Bord an letzten [Frachten trägt,
In Wetterstürmen ziellos durch die Meere schwanken,
Und das im Morgen kühn und fahrtenfroh sich wiegte, meines [Lebens Schiff zerschlägt
An dem Magnetberg eines irren Schicksals seine Planken.—

Still, Seele! Kennst du deine eigne Heimat nicht?
Sieh doch: du bist in dir. Das ungewisse Licht,
Das dich verwirrte, war die ewige Lampe, die vor deines Lebens [Altar brennt.
Was zitterst du im Dunkel? Bist du selber nicht das Instrument,
Darin der Aufruhr aller Töne sich zu hochzeitlichem Reigen [schlingt?
Hörst du die Kinderstimme nicht, die aus der Tiefe leise dir [entgegensingt?
Fühlst nicht das reine Auge, das sich über deiner Nächte wildste [beugt—
O Brunnen, der aus gleichen Eutern trüb und klare Quellen säugt,
Windrose deines Schicksals, Sturm, Gewitternacht und sanftes [Meer,
Dir selber alles: Fegefeuer, Himmelfahrt und ewige Wiederkehr—
Sieh doch, dein letzter Wunsch, nach dem dein Leben heiße Hände [ausgereckt,
Stand schimmernd schon am Himmel deiner frühsten Sehnsucht [aufgesteckt.
Dein Schmerz und deine Lust lag immer schon in dir verschlossen [wie in einem Schrein,
Und nichts, was jemals war und wird, das nicht schon immer dein.

Breve comentario

Vivimos tiempos tan enfermos que es ya un lugar común el que se consideren, en general, las leyes y los ordenamientos sociales como una coerción a nuestra libertad. Cuando las leyes están mal construidas o son injustas (cosa nada infrecuente hoy día) es correcto pensar que atacan o amenazan nuestra libertad; pero las leyes suelen ser y, en cualquier caso, deberían ser los instrumentos que favorecen la convivencia, persiguen el bien común y preservan la libertad social. La libertad humana no se define simplemente por la libertad de acción, sino por el modo en que podemos acceder al bien hacia el que tendemos naturalmente como individuos y como sociedad. Y ello porque la mera libertad sin discernimiento de lo que nos es más adecuado en cada caso nos conduciría a cometer errores, a perseguir el mal e incluso a imponerlo a los demás. Así, las leyes poseen el carácter de obligar a la comunidad a la que se aplica, carácter que no debería venir dado solamente por la institución social que las emite, sino por la cualidad moral de sus contenidos. Si una ley es injusta es una no-ley, una ley desposeída al menos moralmente de su capacidad para imponer su cumplimiento.

Si esto es así en los limitados e imperfectos (y en no pocas ocasiones, pésimos) ordenamientos sociales humanos, cuánto más no lo será en las leyes y mandatos de origen divino. Los mandamientos de Dios no son más que las señales o las lindes del camino que nos conduce a la salvación. Es evidente que todo ordenamiento es un límite a nuestra acción posible; pero no todo lo posible es moralmente legítimo realizarlo, salvo que no nos importe tender al bien que nos constituye, razón última de nuestra existencia. No matar quiere impedir la acción posible de matar, pero es que matar no es un bien para el hombre, salvo situaciones absolutamente excepcionales y extremas. Hoy, sin embargo, hemos llegado a tal punto de degradación moral e intelectual que el bien y el mal ya no son realidades objetivas, sino meras construcciones sociales y culturales que la comunidad acuerda en función de los intereses circunstanciales que persigan en cada caso. Así, matar a niños no nacidos puede ser considerado (y así lo es en mi país) un derecho humano: matar es algo bueno, porque frente a la vida del niño no nacido, frente a la vida en definitiva, se anteponen otros intereses que se consideran prevalentes sobre aquel.

El católico no debe entrar en esta dinámica perversa en la que el hombre pretende tomar el lugar de Dios (algo tan antiguo como el mundo, como sabemos desde el inicio mismo de la Sagrada Escritura). Por ello, Jesús viene a dar plenitud a la Ley judía, no a abolirla. Dios no puede entrar en contradicción consigo mismo: el Antiguo Testamento anticipa y anuncia el Nuevo; las antiguas prescripciones al pueblo judío son una expresión del cuidado de Dios por sus hijos predilectos, a los que señala el camino de su salvación de este modo. Jesús es la plenitud de amor de la relación de Dios con los hombres, que ya extiende a todos los pueblos.

Así como sin leyes, o sin leyes justas, la convivencia social se torna imposible, y nuestra libertad sin discernimiento nos lleva a nuestra destrucción, una vida que no obedezca o ignore los mandatos de Dios, con mucha más razón llevará al hombre a su perdición total, no ya de esta vida, sino de la vida eterna. Por ello he elegido este poema de Stadler, otro padre de la poesía expresionista alemana, pues expresa muy bien la sed de Dios del hombre que se halla perdido, desorientado, desconcertado, huérfano de referentes. Pero a su vez, en su magnífica segunda parte, destaca la verdad más profunda: la ley de Dios no nos es extraña, lejana o ajena, sino que anida en nuestro corazón desde siempre, desde nuestra concepción como individuos. Pues nuestra libertad, fuente de todo nuestro dolor y extravío, es también el camino para descubrir nuestra plenitud, que vive en nosotros. La ley de Dios como el último descubrimiento que realiza la persona en su interior y que le hace más humano. Como Jesús fue la plenitud de lo que Dios Padre anunció por los profetas, el instrumento que nos facilitó ese autodesvelamiento:
"Tu dolor, tu placer desde siempre yacían encerrados en ti, como [en un cofre,
y no hay nada de lo que fue y será que no haya sido tuyo desde [siempre."


("Dein Schmerz und deine Lust lag immer schon in dir [verschlossen wie in einem Schrein,
Und nichts, was jemals war und wird, das nicht schon immer [dein.")

martes, 21 de marzo de 2017

Lecturas del día, martes, 21 de marzo. Poema "Perdón" de León Felipe. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la profecia de Daniel (3,25.34-43):

En aquellos días, Azarías puesto en pie, oró de esta forma; alzó la voz en medio del fuego, y dijo: «Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas. Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor; trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor.»


Palabra de Dios

Salmo

Sal 24,4-5ab.6.7bc.8-9

R/.
Recuerda, Señor, tu ternura

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.

Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35):

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Perdón de León Felipe
 
Soy ya tan viejo
y se ha muerto tanta gente a la que yo he ofendido
y ya no puedo encontrarla
para pedirle perdón.
Ya no puedo hacer otra cosa
que arrodillarme ante el primer mendigo
y besarle la mano.
Yo no he sido bueno...
quisiera haber sido mejor.
Estoy hecho de un barro
que no está bien cocido todavía.
¡Tenía que pedir perdón a tanta gente...!
Pero todos se han muerto.
¿A quién le pido perdón ya?
¿A ese mendigo?
¿No hay nadie más en España...
en el mundo,
a quien yo deba pedirle perdón?...

Voy perdiendo la memoria
y olvidando todas las palabras...
Ya no recuerdo bien...
Voy olvidando... olvidando... olvidando...
pero quiero que la última palabra,
la última palabra, pegadiza y terca,
que recuerde al morir
sea ésta: Perdón.
 
 
Breve comentario
 
Dios es misericordioso porque es Amor. Y el amor y la misericordia exige, implica o, a su vez, es perdón. Dios creó un mundo en el que la libertad fuera posible, al menos para su criatura corpórea superior, el ser humano. El hecho de la libertad, que no puede darse sin la posibilidad de la inteligencia, la razón y el conocimiento, nos hace muy poderosos a la vez que muy frágiles, pues nos permite errar, alejarnos de Dios, optar por el mal o desear y juzgar erróneamente lo que nos conviene. Ante esa nueva circunstancia ontológica y ética, que, insisto, nos hace simultáneamente tan poderosos como débiles, el perdón es necesario. El perdón de Dios, pero también el perdón entre los hombres.
 
Para perdonar hay que ser consciente primero de la propia naturaleza pecadora del que perdona. De no ser así, nos sentiríamos como una suerte de jueces éticamente superiores, y nuestro perdón no pasaría de ser un ejercicio de orgullosa condescendencia con el que es inferior a nosotros. Y perdón, no lo olvidemos, es ante todo una manifestación de amor, jamás de superioridad de nada con respecto a nada ni a nadie. Sólo cabe una excepción, si bien es relativa: cuando el perdón procede de Dios. Digo relativa ya que, si bien Dios es evidente que está por encima de sus criaturas en todo, su perdón es una de las manifestaciones más excelsas de su amor. 

Ahora bien, no debemos olvidarnos de una dimensión que el perdón posee, y que pasa más desapercibida, consecuente de la anterior: para perdonar a otros antes debemos saber perdonarnos. Es bueno saberse pecadores, pero también debemos ser conscientes de nuestra fragilidad, de nuestra constante necesidad de perdón. Con ello no se pretende defender la idea de una suerte de indulgencia plenaria de nuestros actos e intenciones, sino reconocernos que estamos esencialmente marcados por el pecado, y aunque hemos de procurar no pecar, la fuerza para lograrlo no depende de nosotros, sino de la gracia de Dios. Por ello, Dios nos perdona siempre cuando nos sabemos culpables y arrepentidos. Acudir a la misericordia del perdón divino no nos debe hacer más escrupulosos en cuanto que más perfeccionistas o rigoristas con nosotros mismos y con los demás, sino más conscientes de nuestra debilidad, lo que nos lleva a desarrollar esa necesaria comprensión de nuestros actos y motivaciones y de los ajenos.
 
Así las cosas, si Dios, que es perfecto y omnipotente, perdona nuestras miserias cuando nos arrepentimos de ellas, cómo nosotros no vamos a perdonar a los demás cuando no somos mejor que ellos. En este punto habría que decirle a nuestro anciano poeta (qué profunda honradez de corazón cuando al final de su vida reconoce de forma grave y desnuda: "Yo no he sido bueno") que no importa que los ofendidos por sus pecados hayan desaparecido: siempre la misericordia divina está dispuesta a limpiar lo que no pudimos reparar a tiempo. No son pocas las conversiones que se iniciaron al acudir a confesarse, después incluso de toda una vida de alejamiento. Sepámonos, pues, pecadores, y sepámonos perdonarnos para poder perdonar las veces que haga falta; y siempre acudamos a la misericordia divina mediante la confesión sacramental, pues aunque es bueno implorar en diálogo íntimo con el Señor su perdón, debemos utilizar el instrumento adecuado para realizarlo. Y ello por una razón muy sencilla de entender, y que late en toda esta explicación: hasta para perdonarnos Dios quiere la participación del hombre, en este caso de sus ministros los sacerdotes, escuela humana también para saber perdonarnos entre nosotros. El sacerdote es la persona más consciente de que existe del amor de Dios, de su propia debilidad humana y de la de los demás. Teológica, espiritual, moral y hasta existencialmente es la persona más adecuada para administrar el perdón de Dios. Acudamos a ellos.

lunes, 20 de marzo de 2017

Lecturas del día, lunes, 20 de marzo, san José. Poema "Paternidad" de Doiraje. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (7,4-5a.12-14a.16):

En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: «Ve y dile a mi siervo David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre." ».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 88,2-3.4-5.27.29

R/.
Su linaje será perpetuo

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R.

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.» R.

Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios,
mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (4,13.16-18):

Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos.» Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.»

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,16.18-21.24a):

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Palabra del Señor

Poema:
Paternidad de Doiraje

No sueñes con los vientos de la ira y el orgullo,
que el tiempo se te hará seco en tus manos.
Un olvido de la ternura y la ley,
te quebraría las alas; y el vuelo obligado,
una caída infinita, repetida.
No nades, hijo, en el mercurio del odio:
el alma pesaría sobre tu cuerpo,
y el cuerpo pesaría sobre tu nada.

No despiertes a la luna que, dormida, avanza...
Mira las conchas brillar en la orilla;
las pone Dios como señal de humildad.
...La humildad del hombre que brilla
en la aurora de paz que el amor protege,
con luna dormida de conchas.

Breve comentario
  
No puede existir conocimiento sin un sujeto que conoce. Y Dios quiere ser conocido por sus criaturas, por aquellas a las que les ha concedido la capacidad de entendimiento, es decir, los seres humanos. Así, el plan de salvación que Dios ha pensado, propicia la existencia de un sujeto cognoscente (el ser humano) y de un objeto de conocimiento (Dios mismo) que se presenta o se hace patente para ser conocido por aquel; es decir, cuenta con nosotros para darse a conocer. Lo primero que hizo para tal fin fue hacerse accesible, primero con sus palabras con las que "habló por los profetas"; posteriormente, encarnándose en la Persona del Hijo, Jesús. Su encarnación no supuso una mera materialización corporal. No se presentó de la nada con la apariencia de un joven adulto de poco más de treinta años de edad, sin biografía ni pasado. Se encarnó como se encarnan todos los hombres: nace de mujer, en el seno de una familia, en un determinado lugar y en un determinado tiempo histórico. Y como cualquiera, crece, aprende, madura, se hace adulto.

Hay dos grandes salvedades, por así decir, en su historia humana: no está marcado por el pecado y no es engendrado biológicamente de la semilla de su padre. Es en este punto donde aparece la "debilidad" de la figura de José. Si él no es su padre; si su origen es divino, ¿qué papel cuenta en el plan de Dios? En este punto volvemos al comienzo de esta breve exposición. Dios quiere ser conocido, para lo cual debe hacerse accesible: debe ser hombre en todo. Y para ser hombre en todo necesita, como cualquiera, un padre y una madre. José fue el padre terrenal que Cristo necesitaba para ser un hombre. Dios no quiso que su Hijo se saltara ninguna etapa humana en su proceso de maduración. Siendo Dios, era un hombre. Y supo serlo no por su origen divino, lo cual hubiera sido un atajo inaceptable en los planes de Dios, sino porque tuvo un padre y una madre que le amaron como el hijo que era, como el hijo que les necesitaba para formar su personalidad. No olvidemos esto nunca: los romanos crucificaron a un hombre. Pero ese hombre resultó ser Dios en la tierra. Este es el gran misterio o locura del amor de Dios por nosotros. 

De este modo podemos entender de forma clara no sólo la importancia del papel que jugó san José en la historia de la salvación y en la vida de Jesús, sino que no nos cuesta mucho imaginarnos cómo fue como persona (a pesar de los casi nulos datos que han quedado de su figura). ¿Cómo era José? La respuesta a esta pregunta es muy sencilla: como es todo buen padre. Afortunadamente aún quedan muchos (la mayoría) buenos padres que pueden recordarnos su figura. A mí no me cuesta nada imaginarlo, tal vez porque soy hijo de un padre bueno.

Ciertamente la paternidad de José tuvo peculiaridades no pequeñas con respecto a su mujer. La castidad de José es paradigma no sólo de respeto hacia la virginidad de María, sino lo que ello representa: el escrupuloso respeto a los planes de Dios. Lo cual no le impidió ser marido de su mujer, a la que amó como un hombre puede amar a una mujer, pues la castidad no impide el amor; al contrario, lo eleva. Ni le impidió ser padre para su hijo, al que enseñó a ser un hombre, a ganarse la vida, a respetar a los demás, a tomar conciencia de su dignidad... Pues la paternidad de José no podía entrar en contradicción con la palabra de Dios. Ello no sólo por la condición de judío de José, conocedor de las enseñanzas de la Ley, sino debido a que no se puede ser hombre en contra de la naturaleza de lo que Dios ha creado: todo buen padre hace lo que Dios quiere, incluso aunque aquel no lo sepa.

Felicidades a todos los padres, a todos los sacerdotes, a todos los que ejercen funciones de autoridad...; en fin, a todos los que colaboran para que en el mundo siga habiendo hombres, e hijos a los que enseñar a serlo. 

domingo, 19 de marzo de 2017

Lecturas del día, domingo, 19 de marzo. Poema "La samaritana" de Félix García. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (17,3-7):

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?» Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.» Respondió el Señor a Moisés. «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.» Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 94,1-2.6-7.8-9

R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón.»


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,1-2.5-8):

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,5-42):

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.» Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.» La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.» Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.» Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.» En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

Palabra del Señor
 
Poema:
La samaritana de Félix García 
 
1
 
Allí, junto a aquel pozo,
convidaste, Señor, a mi alma herida
con las aguas eternas, que, gustadas,
encienden más la sed del agua viva.
Ella, la pecadora,
del mal de tus ausencias padecía,
y en un instante descubrió los hondos,
los claros manantiales de la dicha.
 
2
 
Nueva samaritana,
mi alma se hace, Señor, la encontradiza
en tus caminos interiores.
                                    ¡Oye,
no pases tan deprisa!
¡He aquí el pozo, el corazón, el agua;
reposa tu fatiga!
¡Oiga yo tus palabras! ¡Haga un alto 
tu amor en mi conquista!
¡He aquí el brocal del corazón! ¡Sentaos
aquí, junto a mi vida!
 
Breve comentario
 
Todos tenemos sed. Sed de felicidad, sed de amor, sed de verdad, sed de Dios. Por supuesto, son muchos los que hoy, sintiendo sed, no saben de qué. Desconocer el origen de nuestra necesidad hace que busquemos saciarla por falsos manantiales que siempre nos dejan insatisfechos. El Señor nos promete el agua que no sólo sacia nuestra sed para siempre, sino que nos hace a su vez a quienes bebemos de su palabra, manantiales de esa agua divina: "el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna."
 
Esta frase es verdaderamente maravillosa. El amor del Señor transforma el desierto seco de nuestra alma, siempre sediento del agua que no posee, en surtidor, en manantial que dará de beber del agua de Dios a los demás. Dios quiere que haya muchos manantiales de agua viva. Dios es un puro derramarse por amor a sus criaturas, de las que el hombre es su preferida. Y quiere saciarnos, darse, entregarse. La naturaleza del amor es la entrega, la donación de sí. La sed siempre viene dada por una realidad que supone carencia, escasez, falta de plenitud, necesidad. Dios nos enseña la entrega absoluta tomando como modelo su entrega, de la cual bebemos, pues tal aprendizaje no se consigue por imitación, sino volviéndonos a su vez portadores de esa agua que sacia, transformándonos en portadores de ese amor. 
 
El episodio de la samaritana refleja, en definitiva, la esencia de la vida cristiana. Evangelizar no es sino compartir esa agua y saciar la sed de quienes saben identificar no sólo su necesidad, sino el origen de la misma. Que hoy, en el día del seminario, cuyo patrón es san José (que celebraremos mañana), todos, no sólo los sacerdotes, nos hagamos manantial para el otro del agua de Dios, del agua que bebimos cuando nuestra sed regía nuestras vidas.    

sábado, 18 de marzo de 2017

Lecturas del día, sábado, 18 de marzo. Poema "De un pecador arrepentido" de José de Valdivieso. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):

Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo. Pastarán en Basán y Galaad, como en tiempos antiguos; como cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios. ¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. Serás fiel a Jacob, piadoso con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 102,1-2.3-4.9-10.11-12

R/.
El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
el rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»

Palabra del Señor
 
Poema:
De un pecador arrepentido de José de Valdivieso
 
Cobarde llego a vuestra real presencia,
aunque culpados dicen que acaricia,
temblando, ¡ay Dios!, si la he de hallar propicia
por ser envejecida mi dolencia.


Llego, viéndoos con brazos de clemencia,
temo, viéndoos con vara de justicia,
huyo de vos a vos en mi malicia
y apelo a vos de vos de la sentencia.


Para que me convierta, convertidme;
porque no huya, a vuestros pies clavadme,
y pues herido estáis, Señor, heridme.


Oveja vuestra soy, pastor, buscadme;
pródigo vuelvo, Padre, recibidme,
y pues que sois Jesús, ¡Jesús, salvadme!


Breve comentario

Dios nos da a todos una segunda oportunidad. En verdad, no cesa de darnos oportunidades cada vez que caemos. Si reincidente es nuestra naturaleza pecadora, mucho más sólida es la paciencia del Señor con nosotros. Nos sabe débiles, y espera que sintamos la evidencia de nuestra debilidad para poder alzarnos de nuestras miserias. Pero sin conciencia de pecado no cabe misericordia alguna. Y no porque el Señor sea escrupuloso para perdonarnos, sino que es nuestra dureza de corazón la que hace imposible su acción reparadora, pues no puede haber perdón si no existe previamente culpa y arrepentimiento por el mal cometido, conciencia de ese mal. Así de sencillo.

Pero en la vida real, la de cada día, lo sencillo no suele ser fácil. Sencillo y fácil no son siempre ni necesariamente sinónimos. Una gran tendencia del hombre es echar balones fuera. Muy en especial en estos tiempos es hacer responsable de nuestros errores a terceras personas, a factores externos o, como se dice ahora, "ambientales". En mi profesión de psicoterapeuta esta es una tendencia muy marcada, y no sin cierta razón. Nadie se vuelve neurótico ni psicópata (ni incluso psicótico) por factores puramente biológicos. El mundo mental de toda persona se construye en interacción directa con su entorno, en la relación afectiva y cognitiva con otras personas. Hasta tal punto es así que múltiples procesos puramente fisiológicos de índole cerebral se ven afectados y modificados por estas realidades externas al individuo. Que esto sea un hecho que cualquier colega de la profesión verifica una y otra vez en la casi totalidad de sus pacientes no significa que ello deba anular o siquiera relativizar la responsabilidad moral de nuestros actos. Sigue habiendo un sujeto moral responsable que no se diluye nunca en las circunstancias que rodearon o rodean su existencia. Incluso en la peor de las situaciones, el hombre puede elegir éticamente qué hacer con su vida. Es cierto que no todo el mundo parte en condiciones de igualdad; no es lo mismo crecer en una familia desestructurada que en otra que no lo está; ni tampoco es lo mismo crecer en un ambiente cultural que en otro en el que rijan otros valores y referencias, etc.; pero estas diferencias, insisto, no hacen desaparecer al sujeto moral.

Vivimos tiempos difíciles en que la culpa o no existe o siempre nos viene de fuera. Ciertamente es una concepción de la culpa que nos salva: nos salva de sentirnos culpables. Y si no hay conciencia de la propia culpa, no hay posibilidad de arrepentirse de nada ni, consecuentemente, pedir perdón. ¿Por qué habríamos de pedir perdón? Arrepentirnos, ¿de qué? Hoy Occidente vive entregada a esta falsa ilusión, de la que no se escapa, para vergüenza y sorpresa aún de muchos cristianos, eminentes y reputados pastores de la Iglesia católica.

El hijo pródigo podría sentir muy justificada su marcha de la casa del padre por mil razones (severidad de éste, falta de interés en trabajar en su hacienda, ver mundo, sentirse libre y autónomo para tomar sus propias decisiones, "vivir la vida"...). Lo cierto es que luego este hijo vive como él quiere vivir. Nadie le obliga a malgastar su dinero en farras de alcohol y sexo. La supuesta severidad de su padre o su supuesta aburrida vida con aquel no justifica su comportamiento posterior. Sólo cuando ha perdido toda la herencia del padre y pasa necesidad se da cuenta de que la culpa de su situación es sólo de él. Aquí vemos una dura verdad del hombre: sólo cuando no podemos caer más bajo nos damos cuenta de que hemos caído.

Por otro lado, el hermano mayor (¡cuánto suelen envidiar los hermanos mayores a los pequeños!) no ha caído menos bajo en su perfecta obediencia al padre. Él vive la obediencia al padre como un deber; pero como un deber que no es expresión de amor, sino como aquello que le corresponde como hijo con respecto a su padre. Su actuación aparentemente es perfecta, intachable, y, sin embargo, está podrida en su misma raíz: hace lo que se espera de él, pero, en verdad, ¿hace lo que quiere? Un buen cristiano no sólo debe hacer lo esperado, sino que lo esperado en él sea, además y sobre todo, lo que ame. Por nuestros actos manifiestos puede parecer que seguimos a Cristo, pero ¿por qué le seguimos? ¿Por amor?... ¿Qué razones subyacen o motivan nuestros actos? ¿Por qué somos cristianos? El hermano mayor tampoco podía caer más bajo; pero al contrario que su hermano golfo, no se había dado cuenta aún de su caída, pues sus actos le justificaban: mi culpa es de otro; mi envidia nace de la injusticia de mi padre al premiar a mi hermano disoluto.

Para mí esta es la parábola más hermosa del Señor. Por varias razones. Primero, porque es la más completa; se retrata la naturaleza humana de un modo muy claro y condensado con sus muchos matices. Luego, porque refleja extraordinariamente la naturaleza del Padre, que es de amor, de esperanza, de paciencia, de perdón, de acogida; que ello se resuma en la figura de un padre humano no deja de ser muy consolador: la autoridad de Dios no es persecutoria; es Padre porque ama, no porque sea simplemente superior a nosotros, porque nos creara. Y en tercer lugar, y consecuencia de la primera razón, es que uno se puede ver reflejado a ratos en el hijo pródigo, con dolor pero también con el consuelo profundo de saberse hijo de un padre tan maravilloso; a ratos en el hijo mayor, tan cumplidor como mentiroso; y a veces (las menos en mi caso), como el Padre que sabe amar a unos y a otros. Estamos ante todo un tesoro de sabiduría...

Seamos pródigos o falsamente perfectos, digamos como nuestro poeta de hoy: "Oveja vuestra soy, pastor, buscadme".