Mi voz con
De manera excepcional dedico un espacio en este blog a alguna realidad actual. Bien es cierto que, stricto sensu, no de otra cosa se habla aquí; pero por actual me refiero al presente cotidiano, a los acontecimientos que ocurren ahora. Se puede contar con los dedos de una mano estas leves digresiones en las que incurro. Hoy quiero volver a hacer una excepción. No creo que estas licencias escasísimas desvirtúen en algo la naturaleza de este escenario de modesta reflexión y de lectura de la Palabra; más aún cuando ya rozamos el millar de posts. El porcentaje, pues, de las libertades que me he tomado aquí en este sentido es prácticamente nulo.
No soy analista político, ni politólogo, ni siquiera tertuliano periodista. Ya tuve bastante con participar durante años en debates de esta naturaleza en diversos foros de Internet. He llegado a un punto de mi vida en que ya no necesito debatir: sé dónde está lo correcto; sé lo que quiero apoyar; sé lo que quiero rechazar; sé dónde está el bien y dónde el mal. Yo ya no debato. Sí, ya sé que todo esto suena muy dogmático, pero si a mis casi sesenta años todavía ando debatiendo de realidades que, aun opinables, son para mí ya evidentes (no en vano la experiencia, de lecturas y de vida, es un grado), entonces es que uno está muy mal. Y uno estará mal en muchas cosas, ciertamente, pero no por apegarme complacidamente a una actitud de dudar, a la que ya no halago.
Lo cierto es que hace mucho que necesito expresarme en torno a la realidad política de España. Por supuesto, no lo hago para sentar cátedra sobre este tema (no podría sentar cátedra sobre ninguno, ni siquiera de mi profesión). Ni tampoco lo hago, insisto, para analizar decisiones, actos u opiniones de un mundo que me es ajeno, pero que me atrae tal vez fatalmente. ...O tal vez no.
Ser católico no debe suponer una distancia o, todavía peor, una indiferencia sobre la situación política de la patria a la que pertenecemos. No es mi caso: ni se da en mí distancia, ni menos aún equidistancia. Ni siquiera lo fui en mis años jóvenes. Sé que la condición de católico no determina o define la ideología política del creyente. Todos hemos conocido católicos en todo el espectro político imaginable y posible, desde falangistas hasta anarquistas, pasando por todos los estadios intermedios. Uno no tiene mucho que decir al respecto. Más allá de las evidentes contradicciones en que se incurren con la moral católica, siendo socialista, comunista, anarquista o liberal, lo cierto es que no considero que un pensamiento netamente conservador o, por entendernos, de derechas, sea el mejor guardián de las esencias de nuestra catolicidad ética y doctrinal. Pecadores somos todos; y gente virtuosa, es decir, cercana a Dios aun sin saberlo, la hay hasta en las ideologías más equivocadas.
Tras esta larga introducción, lo que quiero expresar con toda sencillez y sinceridad es agradecimiento. Agradecimiento, ¿por qué?, ¿a quién? Agradecimiento a unos compatriotas que están realizando una labor encomiable y admirable, digna de todo apoyo. Y además, dificilísima. Desde la más abierta oposición, que se expresa de todas las formas pensables y posibles, con una intensidad inusitada, en medio de todo tipo de incomprensiones y manipulaciones, por parte de toda la clase política, por casi toda la clase mediática, y por el catolicismo oficial y jerárquico e incluso por sus sectores críticos. Me estoy refiriendo a los amigos (así los considero) de VOX.
Ya dije que no voy a entrar en análisis políticos o en expresar mis opiniones al respecto, algo que tiene un nulo interés. Soy consciente de la situación por la que atraviesa España, de desintegración y desvertebración nacional, o de su disolución moral que ya no afecta sólo a una élite ilustrada, sino a todas las capas sociales. Las mismas estupideces sobre cuestiones trascendentes en el orden político y ético son defendidas tanto por catedráticos de universidad como por obreros semianalfabetos. A esto es a lo que algunos llaman, con razón, Nuevo Orden Mundial. Pero ese Nuevo Orden no deja de ser impuesto; ciertamente que de un modo amable, pero no menos insidioso. Formaciones políticas como VOX demuestran que el pueblo no se identifica con las mentiras con las que sus élites intelectuales, políticas y mediáticas le ceban día y noche. Ni todos los obreros piensan lo que debe pensarse, ni, por tanto, son tan analfabetos como algunos quisieran que lo fueran. Gracias a Dios, nunca mejor dicho, la verdad es accesible a todos, también (y yo diría, sobre todo) a los sencillos. El conocimiento de la verdad no depende de la formación académica. Hoy vivimos en el reino de la mentira quizá como nunca en ningún otro tiempo histórico. Esto comienza a ser evidente para muchos. Y cuanto más evidente, y más radical es la mentira a propalar, más fuerte ha de ser la imposición. La sonrisa "profidén" con la que nos la inoculan cada vez parece más una horrible mueca dictatorial que nos ahoga. Y no olvidemos que esta reacción es un fenómeno común que lleva años apareciendo en todo el mundo desarrollado, en toda Europa y en Norteamérica.
Por eso VOX no es un partido más, ni un partido como los otros. Que en su vertiginoso crecimiento surgirán ovejas negras que se hayan apuntado al mismo por arribismo, para tocar poder y subvenciones, seguramente; pero esa gente, que espero sea excepcional, no puede manchar todo un proyecto humanamente grandioso e históricamente ojalá exitoso. El desafío es, pues, brutal, y la situación de decadencia y descomposición en Occidente y, muy en particular, en España exige una intervención ética y política de urgencia. Pero no nos engañemos: esta es una carrera de fondo, llena de obstáculos, piedras, subidas e incluso trampas. Baste echar un vistazo a lo que han sido los procesos negociadores de VOX en estas últimas semanas para lograr acuerdos con otras formaciones. Dadas las circunstancias ha sido mucho lo logrado, aunque a algunos les parezca demasiado poco. Ojalá el camino fuera más sencillo...
Todo mi agradecimiento y mi apoyo, pues, y mi voz desde aquí a mis amigos (que no sé si hermanos en la fe) Santiago, Iván, Javier, Rocío... y a todos los que están luchando con ellos por lograr el mayor bien para nuestra patria y para sus compatriotas. El bien que yo mismo deseo, pero que me falta su talento y su valor para luchar por ello. Dios pone a cada uno allá donde puede darle un mejor servicio. Amigos de VOX, con independencia de la conciencia que tengáis en la fe que os mueve, rendid ese servicio. Y España y los españoles os lo agradeceremos más allá de este tiempo.
Eduardo Jariod ("Doiraje").