"Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora."
(Jn 16,12)
Después de ducharme y desayunar algo,
cojo mi cartera con los cuadernos
de sesiones de mis pacientes,
y salgo hacia mi despacho.
Cuando tenía despacho propio, al llegar
abría con mis llaves. Hoy,
cuando apenas atiendo,
me franquea el paso una hermosa
joven, profesional y discreta.
Apenas unas sillas, una pequeña mesa.
Siempre mis despachos han dado a patios interiores.
Este es particularmente oscuro. Siempre
he de encender las luces.
Estas cosas antes me importaban.
Ya no. No estoy en condiciones de elegir
mi profesional decadencia.
A los pacientes tampoco les importa
el escenario. Mi trabajo
no depende de cosas exteriores.
Mis instrumentos son el dolor y la esperanza,
unos afectos desordenados,
y un orden desafecto,
la fantasía, mucha fantasía,
y las heridas de la realidad
en todas sus formas.
Poco importa, pues, el estilo
de los muebles y su total ausencia
de lujo o elegancia.
Sólo tengo el buen gusto de no tumbarlos
en ningún diván.
Les resulta difícil hablarle a un techo
o a una planta, aunque me sea más cansado
estar bajo el control de sus miradas.
Pero el contacto es el contacto...
Y la distancia debe ser la distancia:
siempre hay una mesa de por medio.
Hablan y yo les escucho,
señalo, comento, comparto, confirmo...,
y sigo escuchando...
Poco a poco, ellos y yo,
yo y ellos, nos vamos amando,
nos vamos odiando sin tocarnos,
en un juego de aproximaciones
y rechazos que es el núcleo mismo
de la vida.
Y en ese juego, dulce y amargo,
en medio de una lucha sorda siempre,
va saliendo lo que haya de salir:
sangre, sudor y lágrimas;
verdad, bondad y belleza.
Y todo se va desplegando poco a poco,
muy paulatinamente.
A un alma
no se le puede decir aquello
que no puede cargar por ahora.
Saber esperar el momento en que un corazón
se dispone a recibir
aquello que está descubriendo,
es un arte no escrito en ningún
historial clínico.
Así que estoy acostumbrado a escuchar,
a callar y saber esperar,
mientras nos amamos y odiamos
junto a un patio interior.
Cuando cierro la puerta del despacho,
o ahora, cuando me despido gentilmente
de la joven profesional y discreta,
y salgo a la deslumbrante luz de la calle,
a su ruido y ajetreo,
y me mezclo en el tráfago
de los afectos desordenados
y los órdenes desafectos
sin tratar, me pregunto
quién estará escuchándome,
quién sabrá esperar mi momento
para recibir aquello que aún
no puedo cargar
por ahora.
31-5-2019
Doiraje.