martes, 18 de septiembre de 2018

Lecturas del día, martes, 18 de septiembre. Poema "Gente en la playa" de Joan Margarit. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios (12,12-14.27-31a):

Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, el don de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan? Ambicionad los carismas mejores.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 99, 2. 3. 4. 5
 
R/. Somos un pueblo y ovejas de su rebaño

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre. R/.

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.» R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,11-17):

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.»
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

Palabra del Señor

Poema:
Gente en la playa de Joan Margarit 

La mujer ha aparcado.
Baja y, con lentitud, saca del coche
una silla de ruedas.
Después, coge al muchacho,
lo sienta y le coloca bien los pies.
Se aparta algún cabello de la cara
y, sintiendo ondear su falda al viento,
va empujando la silla en dirección al mar.
Entra en la playa por el paso
de tablas de madera que, de pronto,
a unos metros del agua, se interrumpe.
Muy cerca, el socorrista mira al mar.
La mujer alza al chico:
lo coge por debajo de los brazos
y camina de espaldas hacia el agua,
mientras los pies inertes
dejan dos surcos en la arena.
Ha llegado muy cerca de las olas
y lo deja en el suelo para volver atrás
a por el parasol y la silla de ruedas.

Estos últimos metros.
Los malditos, crueles metros últimos.
Estos te romperán el corazón.
No hay amor en la arena, ni en el sol,
ni tampoco en las tablas, ni en los ojos
del socorrista, ni en el mar.
El amor son estos últimos metros.
Su soledad.


http://www.joanmargarit.com/es/gente-en-la-playa/

Breve comentario

La resurrección de los muertos es el milagro de los milagros, el más radical, el más potente; se podría decir, el más milagroso. No en vano representa el acto final de nuestras vidas, el fin que explica nuestra existencia, el destino que Dios prefiguró a nuestro ser. Si la entrega a una muerte atroz de su Hijo, hecho hombre en todo menos en el pecado, para redimirnos de los nuestros, fue el culmen de su amor, la resurrección fue el cenit de su poder.

Nosotros no poseemos esa capacidad, aunque podemos entregar por amor nuestra vida a quien amamos. Nuestro mayor milagro es amar aun en la impotencia. Dios inscribe en nuestro corazón la capacidad de la compasión, aun sin fe religiosa. Podemos amar en la impotencia, como la madre del hijo paralítico, que nos describe Margarit de forma lacónica y conmovedora en su poema. Nuestro amor no cura haciendo caminar al paralítico, resucitando al muerto, sino dando la vida para que un otro sienta que se le ama sin condiciones, sin exigencias, por el mero hecho de existir.

El poeta sabía muy bien de lo que hablaba, pues tuvo una hija, Joana, que falleció debido a una grave enfermedad congénita. Su amor de padre, enorme, no pudo salvarla de la muerte. Pero pudo llenar de amor aquella vida, supo aquella vida lo que es ser amada. Y este es ya un modo de salvación en esta tierra, aunque no podamos andar, aunque muramos cuando nos toque. El amor tiene su poder en la entrega, no en el milagro. Es verdad que por gracia divina a veces los milagros ocurren, pero nunca es obra nuestra. Nosotros amemos, y dejemos que Dios haga el resto según su voluntad. Benditos "últimos metros"...: nuestra soledad, nuestro amor.

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