jueves, 3 de noviembre de 2016

Lecturas del día, jueves, 3 de noviembre. Poema "Siento el agua" de Antonio Gamoneda. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Flipenses (3,3-8a):

Los circuncisos somos nosotros, que damos culto con el Espíritu de Dios, y que ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en la carne. Aunque, lo que es yo, ciertamente tendría motivos para confiar en la carne, y si algún otro piensa que puede hacerlo, yo mucho más, circuncidado a los ocho días de nacer, israelita de nación, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados y, por lo que toca a la ley, fariseo; si se trata de intransigencia, fui perseguidor de la Iglesia, si de ser justo por la ley, era irreprochable. Sin embargo, todo eso que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 104,2-3.4-5.6-7

R/.
Que se alegren los que buscan al Señor

Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas;
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.

Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-10):

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

Palabra del Señor

Poema:
Siento el agua de Antonio Gamoneda

Me he sentado esta tarde a la orilla del río
mucho tiempo, quizá mucho tiempo,
hasta que mis ojos fluían con el agua
y mi piel era fresca como la piel del río.

Cuando llegó la noche, ya no veía el agua
pero la sentía descender en la sombra.
No escuchaba otro ruido que aquel ruido en la noche;
no sentía en mí más que el sonido del agua.
¡Tantos seres humanos, tan inmensa la Tierra,
y este ruido en la noche ha bastado para llenar mi corazón!

Yo no sé si he traicionado a mis amigos:
el cántaro está lleno de un agua oscura y dulce,
pero el cántaro sufre –el rojo, viejo barro.

Alguien tiene piedad de este cántaro.
Alguien comprende el cántaro y el agua.
Alguien rompe su cántaro por amor.

En todo caso, yo no he cogido el agua
para bebérmela yo mismo. 

Breve comentario

La alegría del pastor al hallar la oveja perdida, como la de la mujer al encontrar la moneda, no obedece a la satisfacción de recuperar parte de un patrimonio material. El patrimonio es espiritual, pues es el amor el acto que motiva la búsqueda. Para el que ama, lo perdido, por pequeño que sea, posee una dignidad y un valor propio, con independencia de aquello que se considere valioso o digno desde un discurso objetivo o convencional. Una oveja o una moneda entre muchas, no posee un gran valor en su sentido material. Pero para quien ama, lo mismo vale una que cien o que mil, pues todas poseen la misma condición de dignidad.
 
Salir a buscar las ovejas perdidas en un mundo en que lo común es lo perdido, (y más pareciera que lo que habría que buscar es el rebaño, pues andamos los que nos consideramos parte del mismo como ovejas sin pastor), supone una fe en el amor operante de Cristo en nosotros. Es evidente que una realidad hostil siempre es capaz (y así lo hace) de herirnos de múltiples formas. El mundo sólo nos concede en el mejor de los casos un valor meramente impersonal, en función de criterios que nada tienen que ver con nuestra condición natural. El mundo no ama: mide, calcula, define objetivos, rendimientos, productividades, rentabilidades... Una oveja, una moneda, una persona, en un mundo así apenas tiene valor por sí mismo; nadie busca encontrarla, sino simplemente que cumpla las funciones que aquellos que establecen el valor de cada realidad espera de ella. Perderse significa no satisfacer tales criterios, y, en tales casos, esa persona deja de valer y su dignidad queda anulada.

Para el que ama, cada persona es un todo indivisible de imposible medición. Y la perdición de una sola persona es una catástrofe cósmica que trasciende sus capacidades particulares socialmente valoradas, porque cada persona es hijo de Dios, reflejo de su amor, acto de la voluntad divina y designio de salvación. Como dice tan bellamente Gamoneda, alguien debe tener piedad del cántaro de nuestro corazón, alguien debe comprenderlo, alguien, incluso, debe dar su vida, entregarla por el otro. Esta es nuestra ingente y a la vez humilde tarea, que sólo de la mano del Señor podríamos iniciar. Es muy difícil asomarse a este mundo desolado y desolador para entregar nuestro corazón a quien ni siquiera sospecha el valor que el suyo posee, a quien ni siquiera sabe lo perdido que está, a quien desconoce siquiera su propio dolor. Nos herirán, cómo no, pero no recuperamos la oveja ni la moneda para quedárnosla nosotros, como tampoco hemos acogido en nuestro corazón el agua del Señor para bebérnosla nosotros solos.

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