jueves, 17 de noviembre de 2016

Lecturas del día, jueves, 17 de noviembre. Poema "A sus paisanos" de Luis Cernuda. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (5,1-10):

Yo, Juan, vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?». Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. Pero uno de los ancianos me dijo: «Deja de llorar; pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos». Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Se acercó para recibir el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo: «Eres digno de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has adquirido para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 149,1-2.3-4.5-6a.9b

R/.
Aleluya

V/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey. R/.

V/. Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R/.

V/. Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca;
es un honor para todos sus fieles. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,41-44):

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: «Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

Palabra del Señor
 
Poema:
A sus paisanos de Luis Cernuda 

No me queréis, lo sé, y que os molesta
Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende.
¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?
Porque no es la persona y su leyenda
Lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.
Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
Leyenda alguna, caísteis sobre un libro
Primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.

 

¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos
Inventados de mí por cuatro amigos
(¿Amigos?), que jamás quisisteis
Ni ocasión buscasteis de ver si acomodaban
A la persona misma así traspuesta.
Mas vuestra mala fe los ha aceptado.
Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos,
Respecto al ser que encubre mintiendo doblemente,
Sin otro escrúpulo, a vuestra vez la propaláis.

 

Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
Vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
Aquí. Y entonces la ignorancia,
La indiferencia y el olvido, vuestras armas
De siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
Cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
A otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
Precipitó en la nada, como al gran Aldana.

 

De ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria,
Pues la imponéis vosotros: en nuestra lengua escribo,
Criado estuve en ella y, por eso, es la mía,
A mi pesar quizá, bien fatalmente. Pero con mis expresas [excepciones,
A vuestros escritores de hoy ya no los leo.
De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,
Escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros
Al viento del olvido que, cuando sopla, mata.

 

Si vuestra lengua es la materia
Que empleé en mi escribir y, si por eso,
Habréis de ser vosotros los testigos
De mi existencia y su trabajo,
En hora mala fuera vuestra lengua
La mía, la que hablo, la que escribo.
Así podréis, con tiempo, como venís haciendo,
A mi persona y mi trabajo echar afuera
De la memoria, en vuestro corazón y vuestra mente.


Grande es mi vanidad, diréis,
Creyendo a mi trabajo digno de la atención ajena
Y acusándoos de no querer la vuestra darle.
Ahí tendréis razón. Mas el trabajo humano
Con amor hecho, merece la atención de los otros,
Y poetas de ahí tácitos lo dicen
Enviando sus versos a través del tiempo y la distancia
Hasta mí, atención demandando.
¿Quise de mí dejar memoria? Perdón por ello pido.

 

Mas no todos igual trato me dais,
Que amigos tengo aún entre vosotros,
Doblemente queridos por esa desusada
Simpatía y atención entre la indiferencia,
Y gracias quiero darles ahora, cuando amargo
Me vuelvo y os acuso. Grande el número
No es, mas basta para sentirse acompañado
A la distancia en el camino. A ellos
Vaya así mi afecto agradecido.

 
Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
Que ya no hablo con aquella ternura
Confiada, apacible de otros días.
Es verdad, y os lo debo, tanto como
A la edad, al tiempo, a la experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio. Si queréis
Que ame todavía, devolvedme
Al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis.


Breve comentario

Nadie es profeta en su tierra, dice el famoso proverbio. Tampoco lo fue Jesucristo. Hombre en todo menos en el pecado, Él también amó a su tierra y a su pueblo en el que creció y descubrió el mundo. Pero fue precisamente su entorno el que con más denuedo se resistió a su mensaje. Jesús llora por Jerusalén casi como por un amor perdido, del que sabe le irá muy mal porque no le supo reconocer.

Esta es una experiencia de lo más humana, que, en algún grado, todos hemos vivido alguna vez. Uno se esfuerza, y no recibe nada a cambio, ni el menor agradecimiento. A veces, no pocas veces, ocurre que te niegan hasta lo más elemental, lo que le es debido a toda persona, incluso en los entornos que deberían ser más acogedores (cuántos padres no saben o no quieren amar a sus hijos o a alguno de ellos). Para superar esas profundas experiencias de decepción, en las que se pone las esperanzas en personas equivocadas, o en aquellas que sabiendo que hagas lo que hagas, el resultado será idéntico (rechazo, indiferencia, hostilidad, desprecio...), debemos contar con un conocimiento lo más preciso y cierto posible de nuestra propia dignidad y valía, la que procede simplemente de nuestra existencia y la que surge de nuestras capacidades y méritos. La primera la poseemos todos (así, al hijo no querido por sus padres hay que decirle que si no le aman no es porque él no sea bueno -cosa que creen todos los niños y adultos que han vivido esta situación-, sino por un problema de sus padres, que a él no le compete ni del que es responsable); la segunda, según cada caso y circunstancias. No existe nadie que no sirva para nada; nadie sin ninguna cualidad; nadie sin ninguna potencialidad. Todos podemos rendir frutos, como mínimo (y como máximo) frutos de amor, además de otros más mensurables (recordemos las parábolas de los talentos o la variante de las minas que se leyó ayer).

Quienes nos odian por ser lo que somos y por como somos o lo que representamos, nunca nos devolverán "al tiempo del amor", como afirma el desengañado Cernuda. Pero no importa, pues conociéndonos, nuestro amor no depende de ellos, sino de aquellos y sobre todo de Aquel que sabe quiénes somos, que nos conoce y quiere lo mejor para nuestras vidas. Y por Él (y también por algunos, aunque sean pocos) sabemos quiénes somos, por qué hacemos lo que hacemos y por qué vivimos como vivimos. 

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