domingo, 2 de octubre de 2016

Lecturas del día, domingo, 2 de octubre. Poema "La piedad" (fragm.1) de Giuseppe Ungaretti. Breve comentario

Primera lectura
Lectura de la profecía de Habacuc (1,2-3;2,2-4):

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así: «Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 94,1-2.6-7.8-9

R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,6-8.13-14):

Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor en Cristo Jesús. Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,5-10):

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»

Palabra del Señor

Poema:
La piedad (fragm. 1) de Giuseppe Ungaretti
1

Soy un hombre herido.

Y me quisiera ir
Y finalmente llegar,
Piedad, donde se escucha
Al hombre que está solo consigo.

No tengo más que soberbia y bondad.

Y me siento exiliado entre los hombres.

Pero por ellos sufro.

¿Acaso no soy digno de volver en mí?

He poblado de nombres el silencio.

¿He hecho pedazos corazón y mente
Para caer en servidumbre de palabras?

Reino sobre fantasmas.

Oh, hojas secas,
Alma llevada aquí y allá...

No, odio al viento y su voz
De bestia inmemorial.

Dios, los que te imploran
¿No te conocen ya más que de nombre?

Me has expulsado de la vida.

¿Me expulsarás de la muerte?

Quizá el hombre sea también indigno de esperar.

¿Hasta la fuente del remordimiento está seca?

Qué importa el pecado,
Si ya no conduce a la pureza.

La carne recuerda apenas
Que ha sido fuerte alguna vez.

Está loca y gastada, el alma.

Dios, mira nuestra debilidad.

Quisiéramos una certeza.

¿Ya ni siquiera te ríes de nosotros?

Y compadécenos, entonces, crueldad.

Ya no puedo más de estar amurallado
En el deseo sin amor.

Muéstranos un indicio de justicia.

¿Cuál es tu ley?

Fulmina mis pobres emociones,
Libérame de la inquietud.

Estoy cansado de clamar sin voz.
 
La pietá (1)
 
Sono un uomo ferito.

E me ne vorrei andare
E finalmente giungere,
Pietà, dove si ascolta
L’uomo che è solo con sé.

Non ho che superbia e bontà.

E mi sento esiliato in mezzo agli uomini.

Ma per essi sto in pena.
Non sarei degno di tornare in me?

Ho popolato di nomi il silenzio.

Ho fatto a pezzi cuore e mente
Per cadere in servitù di parole?

Regno sopra fantasmi.

O foglie secche,
Anima portata qua e là...

No, odio il vento e la sua voce
Di bestia immemorabile.

Dio, coloro che t’implorano
Non ti conoscono più che di nome?

M’hai discacciato dalla vita.

Mi discaccerai dalla morte?

Forse l’uomo è anche indegno di sperare.

Anche la fonte del rimorso è secca?

Il peccato che importa,
Se alla purezza non conduce più.

La carne si ricorda appena
Che una volta fu forte.

È folle e usata, l’anima.

Dio, guarda la nostra debolezza.

Vorremmo una certezza.

Di noi nemmeno più ridi?

E compiangici dunque, crudeltà.

Non ne posso più di stare murato
Nel desiderio senza amore.

Una traccia mostraci di giustizia.

La tua legge qual è?

Fulmina le mie povere emozioni,
Liberami dall’inquietudine.

Sono stanco di urlare senza voce.
 
https://www.youtube.com/watch?v=MJGNssz50lw
 
Breve comentario

Este pasaje de Lucas recuerda a aquella otra escena que recoge Marcos (Mc 9, 24). Y es que siempre necesitamos de la fe para poder recorrer esta vida. Sin fe la vida se torna imposible. Constantemente, de un modo u otro, confiamos, depositamos nuestra confianza en algo o en alguien. El cristiano que cuenta con una experiencia personal de la presencia de Dios en su vida necesita aún más alimentar esa fe, que crezca, que se revivifique, que nos haga crecer en la intimidad con el Señor. Nunca creemos bastante, nunca somos lo suficientemente fieles a su amor, siempre la vida nos coloca, más tarde o más temprano, en la situación dichosa de depender del designio de Dios.



Y es que Dios no nos pide una fe imposible, unos requerimientos difíciles de cumplir, una suerte de exigencia sólo apta para élites. Dios nos señala por medio de su palabra el camino y lo que debemos hacer para no perder su estela ni la fe que nos salva. Simplemente nos pide nuestra disponibilidad, la aquiescencia de nuestra voluntad para cumplir la suya, la obediencia serena de servir a un Señor que nos ama y procura nuestro bien. No parece pedir demasiado, ¿verdad? Sin embargo, la presencia del mundo con sus requerimientos, hostilidades, errores y falsas fascinaciones, así como nuestra debilidad congénita para perdernos en sus brillos, hacen que nuestra fe suela ser pobre e insuficiente, incapaz de los prodigios que de suyo haría a nada que fuera fuerte y bien radicada.


Pidámosle al Señor, dada nuestra inepcia y el mundo que nos rodea, que nos alimente nuestra fe y que la haga crecer para que brille con la luz propia de su origen, que jamás es nuestro, pero que debemos generar los efectos que Dios espera de la misma. Que así sea.

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