lunes, 3 de octubre de 2016

Lecturas del día, lunes, 3 de octubre. Poema "Dios soñado" de María Elvira Lacaci. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (1,6-12):

Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro evangelio, lo que pasa es que algunos os turban para volver del revés el Evangelio de Cristo. Pues bien, si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado –seamos nosotros mismos o un ángel del cielo–, ¡sea maldito! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea maldito! Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Trato de agradar a los hombres? Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo. Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 110,1-2.7-8.9.10c

R/.
El Señor recuerda siempre su alianza

Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. R/.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud. R/.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.
La alabanza del Señor dura por siempre. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37):

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta." ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»
Él contestó: «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Dios soñado de María Elvira Lacaci
 
Nos vamos arrastrando
penosamente. Mudos. Sobre el Tiempo.
Nunca como los ríos. Jamás como serpientes.
Nos pesa acaso el cuerpo. El barro endurecido.
La gravedad que gira
por sobre el corazón. En sus arterias.
Unos
tenemos un momento de desgarro
en que clamamos, en que confiamos,
en que intentamos, aunque torpemente,
enderezar
la desviada sombra proyectada.
Acaso el viento se levanta
huracanadamente. Nos derriba
de nuevo. Nuestro llanto
ya es el eco sonoro de su vuelo nocturno
que levemente, temeroso,
va rozando o se posa
sobre la vaguedad de ciertos signos
-la fe, la propia estimación o el amor verdadero-.
Es entonces
cuando a nosotros llegan. Afiladas
palabras que agudizan nuestra bruma
-porque el temor confunde, pero jamás conmueve-,
palabras que se clavan en las fibras
de la carne vencida.
Palabras
de justicia divina, que se yerguen
implacablemente
frente a nosotros. Derribados. Mínimos.
Yo prefiero soñarte más humano,
con un trozo de barro -nuestra carne podrida- entre tus manos
y escuchar tus palabras. Las tuyas de verdad
-las que a mí me dirías si me tropezaras-:
"Es que acaso, con esto, puede hacerse otra cosa",
mientras se va posando
la ternura infinita de tus ojos
sobre tanta miseria.
 
Breve comentario
 
Bellísimo el pasaje del evangelio de hoy, como fundamental también la severa admonición de Pablo a los Gálatas con la que se enlaza a la perfección: la Verdad sólo puede proceder de Dios, pues Dios es la misma Verdad, y la Verdad es Amor. El maestro de la Ley, hombre culto y formado en la interpretación de los textos sagrados, conoce su mensaje, pero no sabe cómo vivirlo. Cree conocer quién es Dios o lo que es, lo que significa amar, pero no sabe distinguir quién es su prójimo. La respuesta del Señor vuelve a ser maravillosa, abriendo la pregunta a una dimensión desconocida para aquel sabio. En vez de deslumbrarlo con alguna argumentación intelectual o erudita, le cuenta una historia que los propios hombres son capaces de protagonizar cuando en verdad aman. Y resulta que prójimo es cualquier persona necesitada. Pero ¿qué persona?: ¿el que está cerca físicamente de nosotros, apelando al sentido más propio del término?; ¿el cercano a nuestras ideas, gustos, valores...? ¿Y qué necesita nuestro prójimo?: ¿ayuda material?; ¿orientación?; ¿escucha?... El prójimo, que somos todos respecto del otro, lo que necesita es ser amado, ser curado de sus heridas, ser levantado de las mil postraciones con que el duro ejercicio de vivir nos derriba. Dios es amor, entrega gratuita, verdad ofrecida, no ganada o descubierta, sino revelada. Sólo así se puede amar sobre todas las cosas que el prójimo pueda ser (rico o pobre, de derechas o de izquierdas, hombre o mujer, niño o anciano...), sólo así se puede amar a Dios "con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser."
 
Sólo así, en efecto  
"se va posando
la ternura infinita de tus ojos
sobre tanta miseria." 

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