martes, 25 de octubre de 2016

Lecturas del día, martes, 25 de octubre. Poema "Momento" de Umberto Saba. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-33):

Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 18,2-3.4-5

R/.
Dichosos los que temen al Señor

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Esta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,18-21):

En aquel tiempo, decía Jesús: «¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.»
Y añadió: «¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Momento de Umberto Saba
 
Los pájaros en la ventana, las persianas
entornadas: un aire de infancia y de verano
que me consuela. ¿Tengo en verdad los años
que creo tener? ¿O sólo diez? ¿Para qué
me ha servido la experiencia? Para vivir
contento con pequeñas cosas que me inquietaban
en otro tiempo.
 
Momento
 
Gli uccelli alla finestra, le persiane
socchiuse: un'aria d'infanzia e d'estate
che mi consola. Veramente ho gli anni
che so di avere? O solo dieci? A cosa
mai mi ha servito l'esperienza? A vivere
pago a piccole cose onde vivevo
inquieto un tempo.

Breve comentario
 
La acción de Dios como su presencia comienzan con signos de una humildad maravillosa. En contraste con sus apariciones al pueblo judío antes de su encarnación, en las que Dios se hace patente en grandes prodigios, manifiesta su poder infinito y su autoridad temible, tras aquélla opta por la pequeñez, por el propio anonadamiento. Dios en la Persona de su Hijo pasa por todas las condiciones de la humanidad: nace del vientre de una mujer en las condiciones más penosas, crece siendo niño en el seno de una familia muy sencilla en un pueblo irrelevante de Judea, etc., etc. Y en este presentarse humilde del Señor en la vida de los hombres encontramos también una correspondencia clara con el modo en que se presenta a cada uno de nosotros en particular. Dios se hace humano para ponerse a nuestra altura; lo infinito se agacha para que le podamos encontrar, asumir, amar, no sólo temer. Y esto ocurre también en nuestra alma. Podemos ver la presencia de Dios en lo más cotidiano, en lo más sencillo, en lo que apenas reparamos por intrascendente, pero que en cierto momento, por decirlo así, nos ilumina o nos acaricia el alma. 
 
Esa pequeñez que nos hace crecer por un momento nos puede suponer un punto de inflexión en nuestras vidas. Desde un amanecer, la actitud amable de alguien, una palabras leídas o escuchadas, la contemplación serena del arte, la ingenuidad de un niño, el sencillo amor humano de una pareja que se quiere o de la amistad, una anónima familia dichosa, la belleza de la vejez bien asumida, la soledad deseada que se convierte en encuentro íntimo con uno mismo, una reviviscencia... Así, con algo muy pequeño se nos puede abrir el infinito en nuestra alma. Luego, habrá que hacer crecer esos momentos, buscarlos, ir hacia ellos, poner nuestra vida en esa búsqueda que nos lleva a otro lugar que apenas sospechábamos, pero que es el que verdaderamente nos define. En efecto, así es el Reino de Dios; así se nos aparece y nos deja traslucir el amor que nos ofrece. Dios, sí, en un "momento".  

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