martes, 4 de octubre de 2016

Lecturas del día, martes, 4 de octubre. Poema "Distante plenitud I" de Pura Vázquez. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol Pablo a los Gálatas (1,13-24):

Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo. Fui después a Siria y a Cilicia. Las Iglesias cristianas de Judea no me conocían personalmente; sólo habían oído decir que el antiguo perseguidor predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir, y alababan a Dios por causa mía.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 138

R/.
Guíame, Señor, por el camino eterno

Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R/.

Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras. R/.

Conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.»
Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Distante plenitud I de Pura Vázquez
 
Yo sostenida en Ti por el arrimo
de tu luz, como nube, tallo o rama.
Yo, caliente bullir; Tú, suave llama,
donde me abraso y muero y me redimo.
 
Yo torrente del ansia me aproximo,
alborotada voz que ruge y clama,
pecho desierto, sed que me derrama
segura por el cauce donde gimo.

Tú encendiendo la aurora con la estrella,
y el júbilo del aire, y la centella
y el polvo que nos diste, y el estruendo
 
de este turbión rotundo y encrespado.
Yo asida a ti, infinito Dios, tremendo
y oculto Dios, Dios dulce, inalcanzado.

Breve comentario
 
Marta y María representan dos formas de ser o de estar en la vida, y, consecuentemente, dos formas de relacionarnos con Dios. Pues tal como somos, así nos relacionamos; y Él, aun siendo la realidad más prominente y fundamental, no deja de poseer la naturaleza de objeto de nuestro deseo. Aunque María pasa por ser la contempladora de la belleza sin distracciones mundanas que interfieran (y por ello Jesús dice que ha escogido la parte mejor, la actividad más perfecta), lo cierto es que Marta también contempla al Señor, y atiende no menos a su presencia y a sus palabras que su hermana. Es un rasgo muy enraizado de la personalidad el hecho de la necesidad de desarrollar una cierta actividad incluso cuando se está más atento a algo exterior, eso que se dice vulgarmente de alguien que no para quieto o que siempre tiene que estar haciendo algo. Marta es de este tipo de personas; otras, en cambio, como María, no sienten esa necesidad perentoria de mantener una actividad manifiesta cuando algo atrae su interés. Marta no entiende la actitud de su hermana hacia ella, como si pensara que con la presencia del Señor bastara para servirle adecuadamente. Hay que poner la mesa, cocinar... Cierta envidia por esa calma que ella no posee se trasluce en su queja. El Señor no condena a Marta por ser inquieta; simplemente le recuerda que la inquietud no hace falta cuando está Él. Sabe que Marta le quiere no menos que María, aunque no sepa mirarle con los ojos confiados de ésta, o sólo por medio de la amabilidad mundana. Una mirada de amor acoge más que todo un servicio propio de un emperador. Marta no sabe mirarle con esa confianza, con esa tranquilidad; ha de decirle que le ama haciendo cosas por Él. No importa, está bien: lo importante es amar, y las dos aman a su modo con perfecta entrega de sus almas.

Todos somos Marta y María. En algunas ocasiones, más una que otra, o tal vez por lo general, más una que otra. No importa. Cualquiera de las dos suscribiría el poema de Pura. Yo también.

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