sábado, 3 de diciembre de 2016

Lecturas del día, sábado, 3 de diciembre. Poema "Conversión" de José María Pemán. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (30,19-21.23-26):

Esto dice el Señor, el Santo de Israel:
«Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén,
no tendrás que llorar,
se apiadará de ti al oír tu gemido:
apenas te oiga, te responderá.
Aunque el Señor te diera
el pan de la angustia y el agua de la opresión
ya no se esconderá tu Maestro,
tus ojos verán a tu Maestro.
Si te desvías a la derecha o a la izquierda,
tus oídos oirán una palabra a tus espaldas que te dice: “Éste es el [camino, camina por él”.
Te dará lluvia para la semilla
que siembras en el campo,
y el grano cosechado en el campo
será abundante y suculento;
aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas;
los bueyes y asnos que trabajan en el campo
comerán forraje fermentado,
aventado con pala y con rastrillo.
En toda alta montaña,
en toda colina elevada
habrá canales y cauces de agua
el día de la gran matanza, cuando caigan las torres.
La luz de la luna será como la luz del sol,
y la luz del sol será siete veces mayor,
como la luz de siete días,
cuando el Señor vende la herida de su pueblo
y cure las llagas de sus golpes».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 146,1-2.3-4.5-6

R/.
Dichosos los que esperan en el Señor

Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R/.

Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R/.

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,35–10,1.6-8):

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Palabra del Señor

Poema:
Conversión de José María Pemán

Primero habrá que hacer un gran silencio
y una gran soledad dentro del alma.
¡Después vendrás cantando, Primavera!.

Primero habrá que hacer un hombre nuevo
y una nueva presencia en mis entrañas.
¡Después vendrás saltando, Primavera!.

Luego ya el Otro buscará su centro.
Se vestirá de novio y de alborada.
¡Tú irás enmudeciendo, Primavera!.

Al fin iré a buscar el alto beso
del Amado lejano que esperaba.
¡Y tú te irás llorando, Primavera!

Breve comentario

Ser obrero de la mies del Señor nace siempre de una experiencia de amor. Unos lo son desde el comienzo de su vida, pues han crecido en un ambiente cristiano. Pero me atrevería a decir que la mayoría hoy surgimos de procesos de conversión. La conversión supone un nuevo nacimiento, un renacimiento espiritual en el que las prioridades y los criterios de actuación cambian radicalmente. Hay que entender estas imágenes como metáforas que intentan acercar la experiencia de la gracia de Dios sobre un alma que la recibe. La mies es grande porque muchos son sus campos, las áreas de actuación posibles; y los obreros lo son porque todos sirven con su trabajo al Señor, pero no porque todos hacen lo mismo. Así, tan obrero es un catedrático de Teología como un voluntario de Cáritas: dan a conocer al Señor a los demás. ...O deberían, pues de lo contrario, ni el culto catedrático ni el abnegado voluntario serían tales obreros, sino simples cultivadores de su propia mies, de sus propios intereses.

Dios siempre se apiada de nuestra indefensión y orfandad, y por ello suscita el milagro de la conversión en las almas que se dejan hacer por Él. Salvo excepciones, las conversiones suelen implicar procesos más o menos largos de maduración personal en los que la acción de Dios se combina sutilmente con los diversos sufrimientos que determinadas situaciones provocan. Lo importante no es tanto el testimonio de conversión de cada uno, como su resultado: un alma entregada a Dios desde sus circunstancias personales (que no suelen desaparecer) y con los carismas particulares que el Señor concede. La convergencia entre biografía y revelación del Señor es importante a efectos evangelizadores, para que se conozca (y más en estos tiempos hostiles) cómo la presencia actuante del Señor sigue plenamente vigente en no menor medida que en tiempos de su encarnación en la Persona de Jesús.

Como tantos otros beneficiados sin mérito alguno por la misericordia del Señor, quien escribe tiene también su historia de conversión. No me gusta contarla no tanto porque sea algo que pertenezca a mi intimidad, sino porque mi conversión no está acabada. Iniciada hace casi 25 años, algo menos de la mitad de mi vida, ha presentado sus fases de aceleración jubilosa y descubrimiento, otras de aparente estancamiento e incluso de aún más aparente repliegue o retroceso. Esto es completamente normal, como bien describe Pemán en el poema elegido; ni Dios nos libera de todas las espinas que nos punzan en lo más íntimo, ni ningún obrero rinde su servicio de forma aislada, encerrado en su pedacito de mies asignado por el Señor: la fe se vive en comunidad, y en comunidad florece o se pierde. Y el Señor siempre sorprende en su modo de ver nuestras situaciones, en señalar los caminos que más nos convienen. A mí siempre me ha "llevado la contraria" en este proceso de maduración en la fe. Más bien habría que decir que siempre me he equivocado a la hora de valorarlo. Pero el Señor cuenta con nuestros errores y con el de los demás para hacernos crecer.

En fin, recemos porque el Señor envíe, sí, muchos obreros a su mies, los que sean, como sean, niños o grandes, varones o mujeres, cultos o incultos, ricos o pobres, tímidos o extrovertidos, guapos o feos, no importa. Lo importante es que obren para extender la Verdad de Dios a los hombres y su inmensa felicidad con la que quiere regalarnos a todos. Que el Señor no cese en su reclutamiento. Amén.

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