domingo, 18 de diciembre de 2016

Lecturas del día, domingo, 18 de diciembre, 4º de Adviento. Poema "Romance de María y José la noche de Navidad" de Antonio Murciano. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (7,10-14):

En aquellos días, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»  Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.» Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 23,1-2.3-4ab.5-6

R/.
Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (1,1-7):

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,18-24):

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Palabra del Señor

Poema:
Romance de María y José la noche de Navidad de Antonio Murciano

No puedo seguir, no puedo...
Déjame sobre esta piedra.
¡Qué dolor, esposo mío,
que a un Dios le cierren las puertas!
Mira, una gruta, una gruta
al borde de la vereda.
Parece sola. Es de noche.
Ayúdame a entrar. Espera...
¿No sientes como un aliento?
¡Qué dolor, José, que tenga
que nacer en un establo
el Rey del cielo y la tierra!
¡Cuánta nieve por mis hombros!
José, me tiemblan las piernas.
Reclíname con cuidado
junto de la paja seca.
¡Cuánta música en el aire!
José, ¿qué música es esa?
(¿Cómo será?)... Tengo frío.
Tengo alegría y tristeza.
(¿Cómo será? ¿Será rubio
como el oro y la canela?).
José, siento como un gozo
que me corre por las venas.
Dobla tu vara florida.
Dobla tu rodilla en tierra.
Siento al Hijo que me salta
en las entrañas... ¡Ya llega!
¡Cuánta música en el aire!
José, ¿qué música es esa?... 

Breve comentario

Todo en la Natividad del Señor es profundamente conmovedor. Las actitudes de todas las personas implicadas en aquel inaudito acontecimiento, muestran con una pureza difícil de alcanzar la naturaleza de cada uno de ellos. Aunque José siempre aparece, hasta en estos momentos, como un personaje secundario, lo cierto es que desempeña un papel fundamental. Así como María necesitaba a un esposo para dar sentido a su maternidad y a su matrimonio, Dios encarnado, Dios niño, necesitaba de un padre. Y lo necesitaba en toda su radicalidad: como cualquier niño, como cualquier hombre.

José tiene fe, ama a María y respeta y asume por completo los extraños designios de Dios para su vida. Y desde esa plena asunción, amará a Jesús como su hijo; y como tal actuará como todo padre: cuidándolo, educándolo, amándolo. En definitiva, disfrutando responsablemente de su paternidad. No sabemos nada de José, ni menos aún cómo fue encajando en su corazón todas las cosas extrañas que debió asimilar. Se habla de su humildad, de su modestia, de su austero carácter. Todo esto son inferencias que hacemos sin saber, suponiendo que sólo alguien así podía asumir tanta renuncia obligada. 

Sea como fuere, José es un espejo en el que mirarnos; en particular por el modo cómo asumió las circunstancias de una vida que él en absoluto eligió, cómo obedeció los designios de Dios. Sin duda, la mentalidad contemporánea, tan dada a escarbar con insana curiosidad los interiores de la conflictividad humana y afectiva, tendría un filón en José, si éste fuera un hombre como nosotros. Y es como nosotros, en efecto, como tal hombre; pero no lo es en cuanto que habitado por Dios de un modo extraordinario (¡nada menos que el esposo de la Madre de Dios!), contó con una paz y una presencia viva del Señor como Hijo y como Padre. Nada que ver con nuestras miserias de hombres donde Dios no juega ya casi ningún papel en nuestras vidas. Lo que para nosotros es muy difícil de asumir, José lo lograba porque se dejaba hacer por Dios, en abandono de su voluntad por la Suya. Da igual si era joven o viejo, tímido o abierto, vigoroso o débil; su capacidad para ser bueno, casto, equilibrado, respetuoso con María y con Jesús, artesano en medio de su comunidad, no depende de su edad, de su personalidad o de sus características biológicas, sino de su corazón que entregó a Dios con absoluta confianza. 

Sí, debemos mirarnos en José para intentar parecernos a él en algo, con independencia de nuestros rasgos, pues éstos no deben ser los señores de nuestra vida, sino el Señor. Esta es, quizá, la gran enseñanza de santidad que nos lega su ejemplo.

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