jueves, 19 de enero de 2017

Lecturas del día, jueves, 19 de enero. Poema "Un hombre pasa con un pan al hombro" de César Vallejo. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (7,25–8,6):

Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo–, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre. Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, no sería siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la Ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira –le dijo Dios–, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña.» Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 39,7-8a.8b-9.10.17

R/.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro,
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,7-12):

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

Palabra del Señor
 
Un hombre pasa con un pan al hombro de César Vallejo
 
Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después, del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo y la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?

Breve comentario
 
Cuando el Señor comienza su vida pública, su actuación expresa de forma fidedigna la naturaleza amorosa de su ser. Dios no predica con palabras excelsas, bellas, cultas, escogidas, sino que lo hace con un lenguaje accesible para todos, incluso para los más sencillos, sobre todo para los más sencillos. Del mismo modo sus actos son inequívocos: su amor se expresa en curar a los enfermos y poseídos, en dar de comer a los hambrientos, esperanza y consuelo a los desesperados, cuidados a los desamparados, perdón a los pecadores... Los equívocos vendrán de aquellos que no pueden entender que Dios se exprese de un modo tan humilde y tan abierto, ausente de misterios en su sabiduría, transparente en intenciones, sin elitismos, sin solemnidades, sin juramentos sólo para iniciados, sin gnosis, sin orgullo.

La misericordia de Dios se apiada siempre de quien lo busca aun sin ser consciente incluso de que anda perdido. Una de las peores cosas en las que puede caer un seguidor de Cristo es en la insensibilidad. Todos vemos mal que alguien desprecie a un mendigo, por ejemplo; pero la insensibilidad no se expresa tanto en los sufrimientos evidentes, sino en los ocultos, que no son menos dolorosos que aquéllos. Y en éstos el Señor vuelve a ser modelo y guía de conducta. Personas anónimas en muchedumbre se acercan para intentar tocarle y quedar sanados. Nadie sabe qué sufrimientos padecían; no hablaron nunca con el Señor, no tuvieron oportunidad de tener un mínimo espacio y tiempo para implorar su ayuda: simplemente se acercaban a empujones, como podían, para rozar siquiera su manto. Y Jesús se mezclaba con ellos hasta el punto, como en el pasaje de hoy, de temer por su integridad física. 
 
Éste es nuestro Dios: la accesibilidad misma para quien le busca, a pesar de nuestros silencios, de nuestros pecados, de nuestra insensibilidad para el dolor ajeno. ¿Con qué valor hablar del Altísimo, cuando no queremos ni sabemos conocer al que tenemos al lado?

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