domingo, 22 de enero de 2017

Lecturas del día, domingo, 22 de enero. Poema "Llamaron a mi corazón" de Jacinto Verdaguer. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (8,23b–9,3):

En otro tiempo, humilló el Señor la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, el otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo;
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 26,1.4.13-14

R/.
El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,10-13.17):

Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir. Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo? Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (4,12-23):

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Palabra del Señor
 
Poema:
Llamaron a mi corazón de Jacinto Verdaguer 
 
A mi corazón llamaron:
corrí a abrir con vida y alma.
Veo en la puerta a mi Amor
con una cruz que me espanta.
-Pasad, si os place, Señor,
pasad, que ésta es vuestra casa;
si sólo una choza es,
haced de ella vuestro alcázar.
Y, haciendo mi noche día,
Jesús entró en mi morada;
pero al entrar en mi pecho
dejó la cruz en mi espalda.


Breve comentario

Dios llama hoy como ayer. Caben muchas reacciones a su llamada. Una, muy común, es estar sordos a la misma, no apercibirnos de su presencia en los acontecimientos de nuestra vida. Otra, es rechazarla; ante un sano sentimiento de culpabilidad, por ejemplo, revolvernos con orgullo para seguir actuando o pensando mal, reafirmándonos en nuestra libertad errada. También podemos escuchar su llamada, y decirle que sí, que vamos, pero a nuestro ritmo, si acaso mañana, cuando tengamos algún tiempo libre y resolvamos algunos asuntos mundanos pendientes que absorben nuestra atención. También puede ser que digamos sí, pero según y cómo; si el compromiso que nos exige es radical, nos distanciamos, titubeamos, y caemos en la tibieza de anteponer nuestros intereses sin rechazar formalmente la llamada. Por fin, hay unos pocos que dicen que sí de forma incondicional, entregan su voluntad confiados a la voluntad del Señor, como los apóstoles o las primeras comunidades cristianas, como tantos hermanos que han sido llamados y han entregado su vida por completo a Dios de una u otra forma.

Cuando uno espera ser llamado, y la llamada aparece, el atractivo de la misma es irresistible. Se tiene la experiencia insuperable, que ni siquiera el amor humano más intenso puede igualar, de que lo que llevabas esperando toda tu vida con un anhelo inefable, surge de repente. En ese momento puedes decir sí, entusiasmado. Pero luego viene la segunda parte que en un principio podemos no ver: la cruz. La llamada del amor de Dios no es cualquier cosa, cualquier experiencia más: es compartir y completar los sufrimientos del Señor para ofrecerlos a la salvación de los hermanos. Y esto puede espantar, en efecto, a más de uno que dijo sí en un primer momento.

Jacinto Verdaguer lo expresa con una sobriedad y precisión admirables. Llamaron a mi corazón, corrí a abrir con todo mi cuerpo y toda mi alma, vi a mi Amor, ¡qué bello era!, pero portaba una cruz espantosa. Le dejé pasar; me sentí renacido, como un hombre nuevo a una nueva vida; mi pequeña alma fue enriquecida por su presencia con carismas desconocidos, pero con ellos me dejó clavada aquella cruz espantosa. Bien, ¿aceptamos que nos llame Dios? Que cada uno se responda.

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