viernes, 5 de agosto de 2016

Lecturas del día, viernes, 5 de agosto. Poema "Con tacones altos" de María Elvira Lacaci. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la profecía de Nehemías (2,1.3;3,1-3.6-7):

Mirad sobre los montes los pies del heraldo que pregona la paz, festeja tu fiesta, Judá;
cumple tus votos, porque el criminal no volverá a pasar por ti, pues ha sido aniquilado. Porque el Señor restaura la gloria de Jacob y la gloria de Israel; lo habían desolado los salteadores, habían destruido sus sarmientos. Ay de la ciudad sangrienta, toda ella mentirosa, llena de crueldades, insaciable de despojos. Escuchad: látigos, estrépito de ruedas, caballos al galope, carros rebotando, jinetes al asalto, llamear de espadas, relampagueo de lanzas, muchos heridos, masas de cadáveres, cadáveres sin fin, se tropieza en cadáveres. Arrojaré basura sobre ti, haré de ti un espectáculo vergonzoso. Quien te vea se apartará de ti, diciendo: «Desolada está Nínive, ¿quién lo sentirá?; ¿dónde encontrar quien te consuele?»

Palabra de Dios

Salmo

Dt 32,35cd-36ab.39abcd.41

R/.
Yo doy la muerte y la vida

El día de su perdición se acerca
y su suerte se apresura,
porque el Señor defenderá a su pueblo
y tendrá compasión de sus siervos. R/.

Pero ahora mirad: yo soy yo,
y no hay otro fuera de mí;
yo doy la muerte y la vida,
yo desgarro y yo curo. R/.

Cuando afile el relámpago de mi espada
y tome en mi mano la justicia,
haré venganza del enemigo
y daré su paga al adversario. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,24-28):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Con tacones altos de María Elvira Lacaci
 
Y yo llevaba un gorro
muy moderno. Parecía
una extraña cazuela.
Unos tacones leves y muy altos.
Un abrigo atrevido.
Unos guantes y un bolso de color avellana.
Los labios y los ojos pintarrajeados.
No debía de ir mal.

Las mujeres
volvían la cabeza
para mirar la hechura del abrigo.
Los hombres….

Pero yo,
bajo la piel y aquella vestidura de comparsa,
llevaba otro ropaje de un tejido muy denso. Era de angustia.

Y añoré
mi pelo suelto, mis zapatos bajos,
mi abrigo deportivo,
mi tez morena, solamente al agua.

Tú me veías, Dios. Y cómo hablamos.
Yo te decía
que estaba muy ridícula con todo aquello.
Tú dijiste que sí.
Y compartiste
el tan amargo leve movimiento
de mis labios oblicuos.
 
Breve comentario
 
Este pasaje del evangelio de hoy parece de una claridad meridiana, y, sin embargo, deberíamos meditar largamente sobre cada verbo de su mensaje. En verdad, qué quiere decir venirse con Él, negarse a sí mismo, tomar la propia cruz, seguirle, salvarse, perderse, ser enjuiciados por nuestra conducta o nuestros actos. Deberíamos precisar cada término, pues me temo que, pareciendo el mensaje tan transparente, entendamos diversas cosas, pues cada uno va a Jesús, se niega a sí mismo, toma su cruz, le sigue, salva su vida y la pierde por Él, y se comporta de un modo distinto en función de sus circunstancias. El principio es claro, pero la realidad concreta en que se encarna obliga a hacer precisiones (precisiones, que no excepciones). Y desde luego lo que nos está vetado es poner etiquetas a las personas sin conocer su interior, sólo por las apariencias. El interior sólo lo ve Dios, el único que en verdad puede juzgar con conocimiento de causa.
 
Como esto nos llevaría mucho espacio y tiempo, me voy a limitar a aclarar un poco uno sólo de los términos que utiliza Jesús: "y entonces pagará a cada uno según su conducta". ¿Qué entendemos por conducta? ¿Los actos visibles? ¿Los actos frutos de decisiones tomadas en libertad? No es este el lugar para disquisiciones filosóficas en torno al concepto de acto, motivación, responsabilidad, finalidad, etc. Lo que pretendo es algo mucho más simple. Suelo escuchar homilías y leer textos que inciden en esta idea: la fe no es suficiente; una fe sin obras o sin actos, es una fe muerta, y, por tanto, Dios nos condenará en mayor o menor medida o totalmente en función de aquéllos. Así que resulta importante acotar el campo semántico. Que una fe sin obras no es suficiente, está fuera de toda duda para un católico, no así para los protestantes, como es conocido. Pero ¿qué entendemos por obras?

Dios nos dice que podemos pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión. Parece, pues, que las obras tienen un terreno más acotado de lo que pensábamos, a no ser que entendamos por obra cualquier manifestación psíquica humana. Pero suele entenderse en esas homilías de las que hablo de obras como conducta visible, como actos de libre decisión. Y si entendemos de esta manera restringida el concepto conducta, resultaría que fácilmente podríamos engañar al Señor cuando compareciésemos ante Él. Como sabemos, Dios ve en lo interno con tanta o más claridad que en lo externo. Y esto que podría resultar en sí mismo aterrador (ya la idea de un Juicio Final es algo objetivamente persecutorio), resulta que ayuda mucho en la matización de nuestra conducta manifiesta. Y ello por razones obvias: porque nuestra conducta está mediada (no digo determinada, pues si hubiera determinación no cabría hablar de libertad ni, por tanto, de responsabilidad ni de acto propiamente dicho) por las acciones de otros, por heridas de mil tipos y grados que padecimos o recibimos pasivamente, por la incapacidad para superar tales experiencias, incapacidad que no siempre es achacable a la maldad del sujeto que alimenta el rencor, la rivalidad, el odio, etc. Si Dios viera sólo nuestras conductas, sin referencia al interior del alma de cada uno, posiblemente muchos que merecerían ser salvados se condenarían, y muchos que merecerían ser condenados se salvarían. Efectivamente, podemos pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión; pero precisamente por ello, podemos ser salvos no sólo por nuestras obras, sino por los contenidos de nuestro corazón. Recordemos a S. Pablo que se veía impelido a hacer lo que no quería, y no podía hacer lo que quería (sus famosas espinas que le punzaron el corazón toda su vida).

Sirva como ejemplo encantador el poema de Lacaci y su diálogo con Dios. Las mujeres son maestras en ocultar su mundo interior en aras de lo conveniente, lo adecuado, lo que se espera de ellas, etc. Y Lacaci no era la que parecía, o como decía aquella antigua canción famosa "yo no soy esa que tú te imaginas".

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