miércoles, 17 de agosto de 2016

Lecturas del día, miércoles, 17 de agosto. Poema "¡El cura!" de José Luis Martín Descalzo. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (34,1-11):

Me vino esta palabra del Señor: «Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza, diciéndoles: "¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más gordas, y las ovejas no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo. Mis ovejas se desperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros; mis ovejas se dispersaron por toda la tierra, sin que nadie las buscase, siguiendo su rastro. Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: '¡Lo juro por mi vida! –oráculo del Señor–. Mis ovejas fueron presa, mis ovejas fueron pasto de las fieras del campo, por falta de pastor; pues los pastores no las cuidaban, los pastores se apacentaban a sí mismos; por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor. Así dice el Señor: Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentarse a si mismos los pastores; libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar. Así dice el Señor Dios: "Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro."»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 22,1-3a.3b-4.5.6

R/.
El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20,1-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Palabra del Señor

Poema:
¡El cura! de José Luis Martín Descalzo 

Yo soy, yo soy. Mirad: esta es mi carne,
estos mis huesos, esta mi palabra,
esta mi voz como un caballo ardiendo.
¿Qué tienen de distinto mis entrañas
y las vuestras? ¿Qué sangre me alimenta
que no pase por vuestras propias venas?
Yo soy el desterrado, soy el prófugo,
el leproso, el extraño, el enemigo.
Yo soy el comediante, el que predica
por oficio y gana con latines
el pedazo de pan que le alimenta.
¿Qué perro como yo? En vuestras calles
sólo cuchillos veo en las miradas;
os quiero hablar y siento
que mi lengua es distinta de la vuestra
y que llamáis hipócritas mis lágrimas.
Yo soy el aguafiestas, el que estorba
ya siempre y por oficio,
el hombre que ha enterrado las caricias
bajo las hondas bóvedas del alma.
Soy el enterrador de vuestra sangre,
el espantajo negro de la muerte,
el coco de palabras cavernosas
que suenan a novísimos e infierno.

Este soy. Este mismo
que está luchando ahora con las lágrimas
porque quisiera ser y no está siendo,
porque quisiera amar y casi odia,
porque siente que el alma se le rompe
al pronunciar esta palabra: hermano.
Porque sabe que os ama, porque llora
palabras de verdad, porque ha nacido
con un corazón niño entre los dedos.

Este soy. Este niño
que ahora está soñando en los jardines,
que ríe a los chiquillos, que sería
feliz corriendo tras las mariposas,
que siento se me escapa de las manos
para buscar inquietas lagartijas.

Es verdad. Es verdad. Soy el extraño,
el hipócrita, el hombre que no ama,
que no ha tenido madre, que no sabe
sonreír porque tiene seca el alma,
el hombre que quería destruir
en tres días el templo.
Rasgaos ante mí las vestiduras
una vez más. Porque os estoy amando.
Porque estoy abrumado de delitos,
porque hoy he llorado y he reído
al pensar que mañana -sí, mañana-,
cuando huelan a Dios aún mis manos,
las vendrán a besar unos chiquillos.

Breve comentario

...Ay, los pastores... Las tres lecturas litúrgicas tratan sobre ellos. Parece que es una constante de la debilidad humana no ser capaces de dar la medida de lo que somos. Ayer el profeta Ezequiel acusaba de forma implacable a un reyezuelo por envanecerse hasta el punto de considerarse un dios, algo por lo demás repetido no pocas veces a lo largo de la historia. Hoy, el mismo profeta acusa con no menor rigor a los pastores de Israel que hacen dejación de su misión de guiar al pueblo hacia Dios, para abandonarse a sus indignidades y miserias humanas. En cierta ocasión, un feligrés ya anciano, organista desde hacía más de cuarenta años en la misma parroquia, me hizo una confesión que no por evidente me sorprendió menos en un joven converso como era yo entonces. Un tanto confuso ante las manifiestas limitaciones (por decirlo así) que presentaba cierto cura, me dijo desde su amplia experiencia y conocimiento de muchos de ellos: "Los curas son hombres como cualquiera." Y es cierto.

Pero la función que ejercen, su vocación, no es como cualquier otra. Nadie tiene como misión expresa y obligación única traer o hacer presente a la vida de los hombres a Dios, con todas las prerrogativas de autoridad que la ordenación les concede. Es cierto que como en cualquier profesión hay curas excelentes, buenos, regulares, malos y pésimos; ya digo, como abogados, médicos, ingenieros o fontaneros. La especialísima función del sacerdote, del pastor de almas, hace que el beneficio de su tarea sea incomparablemente superior al de cualquier otro "profesional" (hablemos así para entendernos); pero, del mismo modo, el perjuicio que puede acarrear un mal pastor o un pastor que deja de serlo para pastorearse a sí mismo a costa de los feligreses, o que ya ha dejado de creer en que él pueda ser guía para nadie, también son de dimensiones inconmensurables, pues así como puede acercar a Dios a los hombres, lo puede alejar. Nada más triste que un sacerdote obstáculo; nada más gozoso que un sacerdote intermediario. Recuerdo una vez que estuve hospedado en cierto hotel cuyo servicio de cocina era realmente bueno, pero el servicio de mesa resultaba espantoso. Como le dije al maître: "Lástima que entre la cocina y los clientes se interpongan ustedes." Parafraseando la famosa despedida de los amantes en la película Casablanca, siempre nos quedará Jesús, el pastor que nunca falla, como nos recuerda el salmo de hoy.

En su descargo vaya que hoy ser pastor de almas es posiblemente la tarea más difícil que quepa imaginar, dado que el hombre de nuestro tiempo cree sinceramente que no necesitamos ser pastoreados, pues cada uno ya se basta con su autónoma y libérrima voluntad y criterio; ni mucho menos se creen necesitados de salvación o de limpiar sus culpas. Y todo ello sin mencionar el sentimiento anticlerical muy extendido. Ni siquiera al alma o a Dios mismo se le concede entidad alguna.

Sin embargo, el hombre está más necesitado que nunca de una justicia de misericordia, no simplemente humana. La justicia humana no pastorea: simplemente aplica una ley que se dan los hombres a sí mismos, si viven en democracia (y hasta esto es muy discutible, pero dejémoslo aquí), o que el tirano de turno ha impuesto con mejor o peor criterio. El propietario de las tierras que se describe en el evangelio se comporta como un pastor, como un padre, no como tal propietario, empresario o patrono (lo de "emprendedor" es una broma de mal gusto, pues en la vida cualquiera emprendemos muchas cosas por las que no cobramos nada -nada material, me refiero-). No paga en función del tiempo trabajado, sino que el salario se recibe por haber acudido a su llamada (o a su "oferta de empleo"). Siempre se me han dado muy mal las entrevistas de trabajo: nunca he conseguido convencer de mis aptitudes, bien porque mi currículum no las refleja, bien porque no se pueden demostrar documentalmente, bien porque ya tengo demasiados años y mi pelo es también demasiado gris, bien porque mi "perfil" (que llaman) no se adecúa al suyo... Me aplican la justicia humana. Nadie nos conoce realmente, y por unos papeles o por la falta de ellos nos valoran. Dios no es así; Dios acepta a quien acude a Él, Dios nos conoce como el Padre que es de todos nosotros. Y nos paga lo mismo a todos con independencia de nuestras peculiaridades, pues nos ama. Se trata de amor y de amar, esa es nuestra tarea, y no de perfiles ni de currículos de imposible satisfacción. Eso es ser un buen pastor.

Recemos por los pastores siempre, necesitadísimos todos ellos de nuestras oraciones, pues su misión es la más importante que ningún hombre pueda ostentar en esta vida. Y que Dios nos conceda paciencia y comprensión con la debilidad humana, primero la nuestra, y muy en especial la de los pastores, pues siendo hombres como cualquiera, se convierten en demasiadas ocasiones como "el más cualquiera" de los hombres. Del poema, escrito por un conocido sacerdote en su momento, me quedo con sus versos finales:

"Porque os estoy amando.
Porque estoy abrumado de delitos,
porque hoy he llorado y he reído
al pensar que mañana -sí, mañana-,
cuando huelan a Dios aún mis manos,
las vendrán a besar unos chiquillos."

Que incluso los peores pastores tengan más satisfacciones espirituales que el beso en la mano de unos chiquillos. Cuidándolos, tal vez se vuelvan mejores, pues para pastorear se necesita tener fe y esperanza, y ser caritativos con sus errores. Es posible así que ellos no se pierdan y estén a la altura de su nobilísimo cometido. Y no nos pierdan a nosotros. 

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