jueves, 4 de agosto de 2016

Lecturas del día, jueves, 4 de agosto. Poema "La paz íntima" de Antonio Oliver Belmás. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del profeta Jeremías (31,31-34):

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor.» Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 50

R/.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-23):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»

Palabra del Señor

Poema:
La paz íntima de Antonio Oliver Belmás 

Enfría, Señor, mi boca;
Señor, reduce mi brasa;
dame, como te la pido,
concordia de cuerpo y alma.

Frente al perverso oleaje
ponme costados de gracia.
Dame, como te demando,
concordia de cuerpo y alma.

Señor, mitiga mi angustia;
remite, Señor, mi ansia;
dame, como te la clamo,
concordia de cuerpo y alma.

No dejes que los sentidos
me rindan en la batalla.
Señor mío, no me niegues
concordia de cuerpo y alma.
 

Breve comentario

Pedro es puro fuego, un volcán de sentimientos, hombre de una pieza, sencillo, sin doblez. Por eso, cuando acierta, acierta como nadie; y cuando se equivoca, también. En este pasaje pasa de la omnisciencia de reconocer de forma directa al Señor como el Mesías que el pueblo judío llevaba siglos esperando, para, a renglón seguido, poner en duda sus palabras acerca del destino de Aquél. De pasar a ser piedra basal sobre la que el Señor edificó la Iglesia, a apartarle de su lado acusándole de ser Satanás que habla como el más necio de los hombres. Como sabemos, luego, en la Pasión, seguiría dando muestras sobradas de esa naturaleza impetuosa que le hace ser el más fiel seguidor de entre los discípulos y el más traidor de ellos, después de Judas Iscariote, cuando le niega tres veces.

Y es que para ser pastor se exige esa sencillez de corazón. Es cierto que la sencillez puede hacernos errar, y gravemente, como a Pedro; pero rápidamente también, por esa misma sencillez, sabemos corregirnos con diligencia. ¿Y cuando no somos sencillos, que es lo más común? Pues solemos caer en la mediocridad de acertar poquito, fallar poquito, creer poquito, liderar poquito, predicar poquito, amar poquito. Y ser tibio quizá sea una de las cosas que Dios más odia. El Señor no fue tibio en absoluto. Pedro, tampoco: la Verdad nunca es tibia. Dejándose amar por el Señor, poco a poco lo fue puliendo para que su sencillez naciera de una fuente interior más madura y estable, que sus errores fueran menores y que aprendiera de ellos al instante. Y como a Pedro, así el Señor actúa con nosotros, cada uno en sus circunstancias y con las gracias concedidas. 

Seamos sencillos como el Señor nos quiere, cada uno a su forma, pues no nos ha hecho iguales; pero entregados, sin mediocridades, sin sentimientos de superioridad o inferioridad, pues todos los bautizados somos elegidos por su amor. De lo contrario, todo lo que toquemos, todo lo que hagamos o dejemos de hacer, con independencia incluso de la bondad objetiva de nuestros actos, estará manchado por nuestra mediocridad, por esa mediocridad que oculta las abiertas negaciones del sencillo Pedro, aún más radicales que éstas, pues esa ocultación nos impedirá corregirnos con la diligencia debida. Que el Señor nos conceda esa paz íntima para que logremos esa sinceridad de corazón que nos exige y que le debemos.

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