lunes, 1 de agosto de 2016

Lecturas del día, lunes, 1 de agosto. Poema "Vencedor de mi muerte" de Guillermo Díaz-Plaja. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (28,1-17):

Al principio del reinado de Sedecías en Judá, el mes quinto, Ananías, hijo de Azur, profeta natural de Gabaón, me dijo en el templo, en presencia de los sacerdotes y de toda la gente: «Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Rompo el yugo del rey de Babilonia. Antes de dos años devolveré a este lugar todo el ajuar del templo que Nabucodonosor, rey de Babilonia, cogió y se llevó a Babilonia. A Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, y a todos los judíos desterrados en Babilonia yo los haré volver a este lugar –oráculo del Señor–, porque romperé el yugo del rey de Babilonia."»
El profeta Jeremías respondió al profeta Ananías, en presencia de los sacerdotes y del pueblo que estaba en el templo; el profeta Jeremías dijo: «Amén, así lo haga el Señor. Que el Señor cumpla tu profecía, trayendo de Babilonia a este lugar todo el ajuar del templo y a todos los desterrados. Pero escucha lo que yo te digo a ti y a todo el pueblo: "Los profetas que nos precedieron, a ti y a mi, desde tiempo inmemorial, profetizaron guerras, calamidades y epidemias a muchos países y a reinos dilatados. Cuando un profeta predecía prosperidad, sólo al cumplirse su profecía era reconocido como profeta enviado realmente por el Señor."»
Entonces Ananías le quitó el yugo del cuello al profeta Jeremías y lo rompió, diciendo en presencia de todo el pueblo: «Así dice el Señor: "Así es como romperé el yugo del rey de Babilonia, que llevan al cuello tantas naciones, antes de dos años."»
El profeta Jeremías se marchó por su camino. Después que el profeta Ananías rompió el yugo del cuello del profeta Jeremías, vino la palabra del Señor a Jeremías: «Ve y dile a Ananías: "Así dice el Señor: Tú has roto un yugo de madera, yo haré un yugo de hierro. Porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Pondré yugo de hierro al cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia; y se le someterán, y hasta las bestias del campo le entregaré."»
El profeta Jeremías dijo a Ananías profeta: «Escúchame, Ananías; el Señor no te ha enviado, y tú has inducido a este pueblo a una falsa confianza. Por eso, así dice el Señor: "Mira: yo te echaré de la superficie de la tierra; este año morirás, porque has predicado rebelión contra el Señor."»
Y el profeta Ananías murió aquel mismo año, el séptimo mes.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,29.43.79.80.95.102

R/.
Instrúyeme, Señor, en tus leyes

Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu voluntad. R/.

No quites de mi boca las palabras sinceras,
porque yo espero en tus mandamientos. R/.

Vuelvan a mi tus fieles
que hacen caso de tus preceptos. R/.

Sea mi corazón perfecto en tus leyes,
así no quedaré avergonzado. R/.

Los malvados me esperaban para perderme,
pero yo meditaba tus preceptos. R/.

No me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,13-21):

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.
Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»
Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»
Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.»
Les dijo: «Traédmelos.»
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor
 
Poema:
Vencedor de mi muerte de Guillermo Díaz-Plaja
 
Aquí me tienes, Señor.
No entiendo nada.
Uno a uno fueron borrándose los milagros de la frente:
la estrella de los Reyes era de cartón
y a los niños no los traía la cigüeña.
Más tarde se doraron mis banderas:
cabelleras rendidas
o monedas de gloria,
iluminaron los paisajes hondos
donde la soledad se hace esperanza.
Un día supe el haz y el envés de cada instante
y quise, aún, que brillase al sol la medalla espléndida.
Más tarde -es ahora-
grito este canto trágico
viendo la honda sima
por la que caigo hacia lo Oscuro.
Esa que enfría los huesos y vacía los ojos.
Esa que es la Definitiva,
frente al Instante de que gozo ahora.
Esa que me hundirá en el silencio,
mientras los tranvías de la ciudad
seguirán llevando a las gentes
hacia sus minúsculas impaciencias.
¿Me reconocerás, Señor, entre tantos y tantos,
cuando yo te grite: estoy aquí?
¿Qué número llevo marcado
en la inmensa hilera que espera tu juicio?
En el segundo de mi muerte,
¿con qué extrañas criaturas
de piel distinta y lengua exótica
ascenderé a tu inmensidad?
¿Cómo será tu ceño cuando explique
la caligrafía de mi existencia?
¿Y cómo he de decirte ¡oh Dios terrible!
la criatura que yo era?
¿Entenderás que las sangres de mis venas
golpearon muchas veces con violencias que no quise?
¿Mirarás mi ansia de nácares,
de claveles tibios, de terciopelos venados,
como un empuje oscuro del que yo mismo no encuentro la clave?
¿Querrás alargar tu misericordia para mis ojos,
un poco más allá del goce que para ellos hiciste
con los azules y los verdes de tus campos, de tus cielos?
¿Y no querrás, Señor, compadecerte
de ese ímpetu
que nos empuja por la existencia?
Flotante sobre tres muchedumbres:
la que ya ha entrado en el túnel oscuro,
la que navega atónita por mapas,
la que habrá de llegar cuando no estemos,
indiferente al reloj y a la brújula;
aquí me tienes, Señor, ¿no me conoces?
¿No me ves agarrado al clavo ardiente
de una fe que vacila?
¿No ves que soy, sobre todas las cosas,
un menesteroso de Eternidad? 
 
Breve comentario 
 
Todos somos menesterosos de Dios. Ay de aquel que crea que no lo necesita: ¡es el más necesitado! Y Dios nos atiende cuando nos acercamos a buscar su ayuda. En muchas ocasiones, la ayuda no llega en el momento o en la forma en que nosotros estamos esperando, pues sólo Él conoce en verdad lo que nos conviene, lo que necesitamos: Él ve donde nuestros ojos no alcanzan. De lo contrario, de seguir nuestros criterios de salvación, no venceríamos a nuestra muerte. Las preguntas que le lanza el poeta, inquietudes de lo más humanas ante el Juicio Final, serán respondidas con la verdad de Dios a la luz de los contenidos de nuestra alma, que Él conoce a la perfección. Si actuamos por hambre, Él nos saciará de modo definitivo; si las motivaciones fueron otras, otras serán las respuestas. En Dios, la misericordia es justicia y la justicia misericordia. Si hubo hambre en nuestro corazón, Dios nos alimentará; si le buscamos, se dejará encontrar; si le rogamos, escuchará: misericordia y justicia como una unidad perfecta, de la que el hombre es incapaz. 

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