sábado, 27 de agosto de 2016

Lecturas del día, sábado, 27 de agosto. Poema "Hablando claro" de Carlos Murciano. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,26-31):

Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así –como dice la Escritura– «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 32

R/.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,14-30):

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán; ¿con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas, allí será el llanto y el rechinar de dientes."»

Palabra del Señor

Poema:
Hablando claro de Carlos Murciano

Las cosas claras, Dios, las cosas claras.
¿Acaso te pedí que me nacieras,
que de dos voluntades verdaderas,
de barro y llanto, Dios, me levantaras?

¿Acaso te pedí que me dejaras
en mitad de la calle -en las aceras
se apiñaba la vida- y que te fueras
y que con tu desdén me atropellaras?

Palabra que no sé por lo que peco.
Palabra que procuro, mas en vano,
llenar tu hueco, rellenar mi hueco.

Pero soy nada más Carlos Murciano.
Ni hombre ni nada, Dios; sólo un muñeco
que se mueve en la palma de tu mano.

Breve comentario

Rompamos una lanza por el empleado del único talento. ¿Quién no se ha quejado alguna vez a Dios o al destino por las circunstancias penosas de la vida que le ha tocado vivir? ¿O quién no ha envidiado alguna vez las capacidades de otros que uno no posee? Aunque censurable, es muy humana la actitud de ese empleado ¿desfavorecido? Dios nos pide sólo lo que le podamos dar; para que ello sea posible Él nos ha provisto de los instrumentos necesarios. Nunca nos pedirá aquello que nos supere. Por ello los talentos dados y los réditos conseguidos coinciden en cantidad: al que se le dió cinco, rentó cinco; al que se le dió dos, rentó dos. Pero al que se le dió uno, y que el Señor esperaba un rédito de uno (no de dos, de cinco o de diez), no le devolvió más que el talento dado. ¿Por qué esta mezquindad del empleado? Porque en su falta de valoración por el Señor, tampoco podía valorar lo que pudiera proceder de Él: aunque le hubiera dado ciento, en nada lo habría estimado, y le devolvería al Señor lo recibido como algo que no merecía la pena el menor esfuerzo: no se puede dar cuando no se sabe recibir.

Dios quiere que demos fruto; para eso nos ha dado el ser. No pasamos por esta vida como si fuéramos meros animales para cumplir el ciclo biológico (nacer, crecer, reproducirse y morir), sino para que trasparezca en nuestra vida la misión de reflejar el amor de Dios que nos habita. Para ello debemos tener conciencia del amor que Dios nos tiene, del infinito valor de su entrega y de la perfección que de Él procede. Así, podemos conseguir de mil modos y en mil grados esa tarea de hacer crecer, de reflejar su amor a los hombres, precisamente en virtud de los dones que nos ha concedido. Desde la mujer que ama a su marido y a sus hijos dedicándose al cuidado de la familia hasta el que es llamado a ser el sucesor de Pedro, todas las gradaciones imaginables son posibles para reflejar la verdad de Dios que nos habita. Y las envidias, dejémoslas a un lado, pues todos estamos en el mismo barco y remando en la misma dirección. Qué bien, pues, que el que sea más fuerte haga avanzar más la nave. Dios no nos quiere iguales ni repetidos, porque el Amor siempre es exuberante en su bondad e infinito en su riqueza, y admite y desea que las respuestas al mismo reflejen su condición ubérrima.

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