domingo, 28 de agosto de 2016

Lecturas del día, domingo, 28 de agosto. Poema "Un tren sobre la tierra" de Antonio Gamoneda. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (3,17-18.20.28-29):

Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 67,4-5ac.6-7ab.10-11

R/.
Preparaste, oh Dios, casa para los pobres

Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor;
su nombre es el Señor. R/.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. R/.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (12,18-19.22-24a):

Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1.7-14):

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»

Palabra del Señor

Poema:
Un tren sobre la tierra de Antonio Gamoneda

Voy en el tren hacia mi casa.

Los cabellos ásperos de mi madre
están rodeando su rostro sobre la almohada
y su viejo cuerpo ha caído en el sueño.


Cuando yo encienda la bombilla, ella
dará un grito de espanto y amor
y en la habitación habrá una gran luz amarilla
en la que viviremos abrazados.


Ahora voy en el tren
y en el departamento hay cuatro seres humanos.
 

Bajo el número cuarenta y cuatro,
una mujer hinchada de tristeza.


Bajo el número cuarenta y cinco,
un viejo arde en su mirada roja.


Bajo el número cuarenta y siete,
un hombre duerme con un gran capazo.


La ventana es una lámina negra.
 

Vuelvo a mirar hacia mis compañeros:
 

la mujer respira muy dulcemente;
el aire sale de su corazón.


El viejo cierra la mirada y duerme.
 

El hombre saca de comer, despacio.

Ahora estamos en paz en el departamento.
Yo me siento ir hacia mi casa
y cada uno siente que se aleja o que vuelve.


El tren avanza bajo la noche
y vamos juntos atravesando la tierra.

Breve comentario
  
Los consejos que da Jesús para colocarse ante una mesa de invitados son de sentido común. Sentándose en los últimos lugares, nunca se falla; pues o bien te colocan en mejor sitio o quedas en el que ya estás. También es bueno preguntar al anfitrión dónde sentarse, antes de decidir por nosotros mismos. Invitar a quien jamás podrá devolverte el favor ya no es algo tan evidente o tan común en los comportamientos sociales habituales. A mí me ha ocurrido que me invitaban a su casa (y fueron varias veces) con la condición no escrita de que yo a su vez no les invitara a ellos. La invitación era en este caso un ejercicio de orgullo, de ostentación, y mi invitación era entendida no como como un agradecimiento por mi parte, sino como una forma de ponerme a su nivel, cosa que la vanidad y la envidia de aquellos no podían consentir. Y es que también las invitaciones las puede cargar el diablo. 

Pero en la parábola del evangelio quien invita es Dios; allí no hay orgullo, sino lo contrario: gracia pura. Y a la gracia, ¿cómo respondemos? No merecemos nada de Dios, y si de algo nos hacemos acreedores es de que nos mande a hacer gárgaras. Pero hay una cosa importante en esto del orgullo y la humildad que quisiera resaltar: el orgulloso está marcado por el signo de la soledad; el humilde, por el de la presencia del otro. El orgulloso se vive a sí mismo en soledad, frente al mundo, como debiendo conquistar un lugar que no le es reconocido en principio. Por ello, el vanidoso siempre busca el reconocimiento, el aplauso, el que noten su presencia, colocarse en los primeros lugares. El humilde, en cambio, pasa su vida con la conciencia clara de que vive entre los demás, que los demás son importantes porque simplemente son, y que su vida es estar entre ellos. El humilde no desea destacar, sino que se preocupa del otro en el sentido de que lo considera valioso en sí mismo. El humilde, aun viviendo en condiciones de extrema soledad, tiene siempre al otro en cuenta; el orgulloso, aun siendo el centro de todas las miradas y el amigo de todos, siempre se vive en soledad, pues el otro es una mera palanca para su reconocimiento personal.

El poema elegido es especialmente adecuado a esta reflexión. La escena se desarrolla en un vagón de tren, en el departamento no sé si de tercera, pero desde luego no en coche-cama: El viaje es nocturno. Monotonía, cansancio...; casi podríamos imaginarnos el traqueteo del tren en su avance insomne. El poeta pasa a describir a los pasajeros que le acompañan, gente extremadamente sencilla. Cada uno en su asiento debidamente numerado (no había tampoco capacidad de elegir dónde sentarse; a no ser que entre los pasajeros se pusieran de acuerdo para cambiarse de lugar). El poeta se dirige hacia su casa donde le espera dormida su madre (se supone que llegará a su destino de madrugada). Nada sabe de los demás, si van o vienen, simplemente les describe en su aspecto, con realismo, pero también con cariño. Y es que los viajes en tren, sobre todo en los de antes, los más modestos, en los viejos expresos que tardaban horas y horas en llegar a destino, se solía desarrollar esa sorda camaradería, un poco triste, pero también genuina, una tangible humildad, que refuerza la idea que describía más arriba, y con la que se finaliza el poema de un modo humildemente magnífico: "y vamos juntos atravesando la tierra." 

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