sábado, 6 de agosto de 2016

Lecturas del día, sábado, 6 de agosto. Poema "Era una tarde gris" de Concha Zardoya. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14):

Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 96,1-2.5-6.9

R/.
El Señor reina altísimo sobre toda la tierra

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R/.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.

Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro (1,16-19):

Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (9,28b-36):

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube.
Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Palabra del Señor
 
Poema:
Era una tarde gris de Concha Zardoya 
 
Era una tarde gris. Y tú pasaste. 
Yo vi tu resplandor, sentí el perfume
de la luz primigenia de tus ojos.
 
Una dulce pureza me dejabas
en la frente mordida por tu rayo,
un desmayado amor, una congoja...
 
Era una tarde gris. No sé si un éxtasis
lavó mi corazón de todo anhelo:
yo vi tu luz pasar... y me moría.
 
Breve comentario
 
¿Qué puede significar la Transfiguración del Señor? En verdad, es un episodio enigmático. Hay ciertas claves que son comunes a otras escenas evangélicas: la montaña, la oración, la soledad buscada, un reducido grupo de escogidos... Pero lo que ocurre es algo de índole sobrenatural, que apenas puede ser siquiera descrito. De hecho, el relato es confuso, pues el observador quedó a su vez afectado por la visión. Se suele interpretar como una leve anticipación de lo que puede ser la contemplación de la gloria de Dios. Y ante tal maravillosa realidad, todo y todos quedan transfigurados, trastornados ante tanta paz y belleza, ante amor tan desconocido como infinito. Ciertas experiencias en la vida son inefables, muy difíciles de compartir, de comunicar, pero que nos han transformado por completo. Y esto es lo que importa, porque pasamos por ellas para ser transformados, no para entenderlas, pues su naturaleza nos desborda por completo. Y aunque la gloria en esta tierra apenas la podemos vislumbrar, en los momentos de mayor y más genuina alegría, plenitud, amor, vivimos muy pálidamente, pero de forma imborrable, el gozo que nos puede esperar allá.

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