viernes, 24 de febrero de 2017

Lecturas del día, viernes, 24 de febrero. Poema "Vegetales" de Carlos Sahagún. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (6,5-7):

Una palabra amable multiplica los amigos
y aleja a los enemigos,
y la lengua afable multiplica los saludos.
Sean muchos los que estén en paz contigo,
pero tus confidentes, solo uno entre mil.
Si haces un amigo, ponlo a prueba,
y no tengas prisa en confiarte a él.
Porque hay amigos de ocasión,
que no resisten en el día de la desgracia.
Hay amigos que se convierten en enemigo,
y te avergüenzan descubriendo tus litigios.
Hay amigos que comparten tu mesa
y no resisten en el día de la desgracia.
Cuando las cosas van bien, es como otro tú,
e incluso habla libremente con tus familiares.
Pero si eres humillado, se pone contra ti
y se esconde de tu presencia.
Apártate de tus enemigos
y sé cauto incluso con tus amigos.
Un amigo fiel es un refugio seguro,
y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro.
Un amigo fiel no tiene precio
y su valor es incalculable.
Un amigo fiel es medicina de vida,
y los que temen al Señor lo encontrarán.
El que teme al Señor afianza su amistad,
porque, según sea él, así será su amigo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,12.16.18.27.34.35

R/.
Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos

Bendito eres, Señor,
enséñame tus decretos. R/.

Tus decretos son mi delicia,
no olvidaré tus palabras. R/.

Ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu ley. R/.

Instrúyeme en el camino de tus mandatos,
y meditaré tus maravillas. R/.

Enséñame a cumplir tu ley
y a guardarla de todo corazón. R/.

Guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,1-12):

En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino y según su costumbre les enseñaba. Acercándose unos fariseos, le preguntaban para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?».
Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera, Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Palabra del Señor

Poema:
Vegetales de Carlos Sahagún
 
Estamos en el bosque,
amor mío,
en la espesura de los años
vividos duramente
bajo la tiranía de las frondas,
en situación de seres vegetales.
Entre tú y yo el silencio
se mueve apenas,
su involuntaria brisa comunica los troncos
y, sin palabras, las raíces
inician la aventura
de la espera anhelante: pasa
por nuestro sueño un leñador amigo
desbrozando la noche,
abriendo para siempre el camino del alba.


Breve comentario

Por la dureza del corazón nace el divorcio y el repudio del cónyuge. Esto es muy importante señalarlo porque lo que nos repiten día y noche por tierra, mar y aire es que hay que entender que el amor conyugal muy probablemente no pueda durar toda la vida. ¿Por qué? Nos responde el Señor: "Por la dureza de vuestro corazón". Justamente quien más picotea no es el que "más abierto está al amor", como se dice ahora, sino el menos capaz de amar. Hace unos días subrayamos la idea de que si no fuéramos capaces de amar al otro tal y como es, la institución matrimonial apenas hubiera perdurado. Como institución civil el matrimonio está a los efectos agonizando, pues no sólo es que se casen menos parejas, o que la tasa de divorcios sea altísima (casi todo matrimonio civil acaba tarde o temprano en separación o divorcio), sino que ya el matrimonio ha sido desnaturalizado en su misma esencia, como en eso que se ha dado en llamar, en una abierta contradicción en los términos, "matrimonio" homosexual, todo un imposible metafísico y biológico.

Pero el matrimonio es algo más que una institución civil, instaurada por un ordenamiento meramente humano: es un sacramento. Dios es la realidad que funda el vínculo conyugal, su voluntad de que dos sean uno, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, porque para ello nos hizo varón y mujer al género humano (y no hay más géneros ni sexos que éstos; todo lo demás es patología y delirio). Es el Señor quien sostiene día a día a través de los esposos esta realidad sacramental del matrimonio. Y esto, más allá de la grave crisis que padece la Iglesia, no estará en crisis jamás, aunque algunos desde dentro quieran enturbiar, distorsionar, relativizar o abiertamente destruir el mensaje del Señor sobre el matrimonio.

La dificultad para vivir el matrimonio en plenitud nace, insisto, de la dureza de corazón de los contrayentes, pues de lo contrario estaríamos afirmando que el duro de corazón es Dios mismo. Es cierto que nadie es duro de la nada, por así decir. Heridas afectivas profundas y repetidas, una mala educación y una deficiente convivencia de los padres pueden ser fuente de múltiples errores, pecados y debilidades. Pero tal experiencia no puede resolverse provocando más mal, haciendo que uno de los designios de Dios más bellos para el hombre sea disuelto porque nuestro corazón no esté a la altura del mismo. Como individuos ni como sociedad nunca puede ser la solución de ningún problema aspirar a menos, sino a más. No estamos condenados a repetir errores porque otros los hayan padecido o porque nosotros nos hayamos (de)formado en ellos, en contra de lo que piensa como dogma todas las escuelas psicoanalíticas. El sacramento del matrimonio es una vía de santificación de los esposos que el Señor abre para que seamos capaces de disponernos a entrar en relación con Él. Que sea un sacramento no quiere decir que el camino sea fácil; lo que señala es que mientras lo recorramos nunca estaremos solos, siempre estaremos asistidos de una forma u otra por el Espíritu del Señor.

Tenemos que recordar a todos (y, por lo que se ve en el seno de la Iglesia, a nosotros, los católicos) estas verdades universales que fundamentan los pilares mismos de nuestra fe. Nos debe ser indiferente que el contexto sea máximamente hostil, como lo es hoy: la verdad no deja de ser verdad porque nadie viva en ella. Utilizando el bello entorno metáforico de Sahagún, no importa que vivamos en medio de un bosque que nos tiraniza con sus mentiras y falsas ilusiones. Anclados con hondas raíces en la esperanza de la venida del "leñador amigo" que abrirá para toda la eternidad el camino a la luz, al amanecer de todas las almas que le siguen, y enlazados y unidos por el viento del Espíritu que nos asiste, nada debemos temer. No nos dejemos desesperar por la barbaridad que algunos defienden malbaratando el sacramento más hermoso, el de la Eucaristía, por una deplorable interpretación, falsa de toda falsedad, de la misericordia de Dios. La Eucaristía ni el Matrimonio deben estar al servicio de la justificación de la dureza de nuestro corazón. Los sacramentos, todos, están justamente para lo contrario: ayudar a superar (no a dar coartadas para obtener un falso perdón, un perdón sin arrepentimiento) esa dureza de corazón.

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