viernes, 17 de febrero de 2017

Lecturas del día, viernes, 17 de febrero. Poema "Cristo en la cruz" de Jorge Luis Borges. Breve comentario

Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (11,1-9):

Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras. Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí. Se dijeron unos a otros: «Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego». Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa. Después dijeron: «Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra».
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres.
Y el Señor dijo: «Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo».
El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad. Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó el Señor por la superficie de la tierra.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 32,10-11.12-13.14-15

R/.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad. R/.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R/.

Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,34–9,1):

En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles». Y añadió:«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».

Palabra del Señor

Poema:
Cristo en la cruz de Jorge Luis Borges
 
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

  
http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php&wid=1944&t=Cristo+en+la+cruz&p=Jorge+Luis+Borges&o=Marcelo+Cejas
 
Breve comentario
 
"Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles". No se puede decir más alto ni más claro. Jesús nos sacude con sus palabras para advertirnos lo que está en juego: nuestra salvación o nuestra condenación por toda la eternidad. 

Ahora que vivimos en medio de una generación especialmente adúltera y pecadora (no vale de nada negar la evidencia), conviene recordar esta realidad de fe que es el fundamento último de toda realidad humana. Existimos para algo; y de lo que hagamos con nuestra vida nos van a pedir cuentas. Dios nos hizo libres para que libres podamos decidir cómo vivir. Pero nuestra libertad no nos hace poseedores de algo que no nos pertenece: decidimos cómo vivir, pero nuestra vida es un don que pertenece a Dios.

Tampoco la libertad nos hace más fuertes, aunque aquélla permita la elección moral, el juicio y la determinación de la voluntad. La libertad lleva aparejada la posiblidad de errar, de elegir mal, de enjuiciar mal, de desear aquello que no nos hace bien o que nos daña. El principal error que desencadena todos los otros y que nos hace especialmente inclinados al pecado es rechazar lo que el Señor nos indica hoy: negarnos a nosotros mismos y asumir la propia cruz. De cumplir ambos requisitos, el último, seguir al Señor, se impone de un modo natural, como un río desemboca indefectiblemente en el mar.

Las razones por las que no entregamos nuestra vida al Señor (que no es cosa sólo de clérigos o de personas ordenadas) son muy conocidas: la vanidad, el orgullo, la falta de fe, el miedo a sufrir, las mil formas del egoísmo... Quisiera centrarme en el miedo a sufrir, pues ésta también está directamente relacionada con el segundo requisito: tomar la cruz. 

En un mundo tan obscena y brutalmente hedonista e individualista, sufrir no sólo es algo temible en sí mismo, sino un sinsentido, una especie de accidente muchas veces inevitable, pero que debemos eludir en toda circunstancia como quien elude estar enfermo o tener un accidente. Es evidente que nadie debe buscar sufrir, provocar sufrimiento ni siquiera a sí mismo. Aunque la vida ya se encarga de que a todos nos toque nuestra cuota parte de dolor, lo cierto es que no sabemos manejar el sufrimiento más que de una forma: huyendo de él. ¿Cómo podemos afrontarlo sin caer en la desesperación? Podemos intentarlo utilizando nuestros propios recursos: la racionalidad, los apoyos afectivos que pueden ayudarnos, planificando nuestra vida de otro modo, recurriendo a las estructuras sociales que se ofrecen a tal efecto... Todo eso está muy bien, pero cuando el sufrimiento es prolongado, profundo, grave, que se extiende como el aceite por todos los ámbitos de nuestra vida, aquellos recursos se tornan insuficientes para librarnos de un más que probable naufragio. De un naufragio que va mucho más allá de nuestra vida terrenal, no lo olvidemos.

Mi experiencia de sufrimiento ha sido larga y variada, profunda y extensa, física pero sobre todo anímica. Y la he vivido con fe y sin ella. Antes de conocer a Cristo mis cruces sin fe me llevaron a la desesperación hasta el punto de que la muerte fue en más de una ocasión una tentadora solución para ponerles fin. Después de mi conversión, el dolor profundo, grave, extenso, variado y prolongado no me abandonó, pero la desesperación fue desapareciendo, y con ella la muerte como solución liberadora. Por supuesto, me fui haciendo más fuerte, más paciente conmigo mismo, pude ir conduciéndome mejor por la realidad, fui comprendiendo. El dolor persistía; el mal interior y exterior no dejaban de golpear, pero yo ya era otro ante estas duras pruebas. ¿Qué cambió? Que comencé a comprender y a vivir en mí la Cruz de Cristo. Cuando uno vislumbra la Pasión del Señor comienza a entender qué sentido puede tener el sufrimiento humano, cualquier sufrimiento humano. Entonces, uno ya no vuelve a sentirse solo en esas situaciones que más nos comprometen nuestra estabilidad emocional, moral y espiritual.
 
Es doloroso comprobar como en tantas ocasiones la falta de fe, de perspectiva trascendente, se lleva por delante espiritualmente a tantos con muchas capacidades humanas, objetivamente valiosas, pero que sucumben cuando no quieren dar el paso de abandonarse a Aquél que late en el fondo de nuestro corazón, cuya experiencia humana de dolor es fuente infinita de consuelo, acompañamiento, fuerza y esperanza. Ejerciendo sólo una libertad egocéntrica, no podremos con la vida cuando ésta se torne contra nuestras vanas seguridades. No todo el mundo tiene el genial talento de Borges para sublimar su sufrimiento mediante la actividad artística. Y aun él fue consciente de haber cometido el más grave pecado: no haber sabido ser feliz, no haber sabido vivir (su gran "remordimiento" -recuérdese su soneto así titulado-). Nunca supo responderse la pregunta que se formuló a sí mismo al final del poema. No lograrlo fue sin duda su mayor dolor, el mayor dolor humano.

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