domingo, 12 de febrero de 2017

Lecturas del día, domingo, 12 de febrero. Poema "Encuentro en el ascensor" de Vladimir Holan. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (15,16-21):

Si quieres, guardarás los mandamientos
y permanecerás fiel a su voluntad.
Él te ha puesto delante fuego y agua,
extiende tu mano a lo que quieras.
Ante los hombres está la vida y la muerte,
y a cada uno se le dará lo que prefiera.
Porque grande es la sabiduría del Señor,
fuerte es su poder y lo ve todo.
Sus ojos miran a los que le temen,
y conoce todas las obras del hombre.
A nadie obligó a ser impío,
y a nadie dio permiso para pecar.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34

R./
Dichoso el que camina en la voluntad del Señor

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón. R/.

Tú promulgas tus mandatos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus decretos. R/.

Haz bien a tu siervo: viviré
y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu ley. R/.

Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu ley
y a guardarla de todo corazón. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,6-10):

Hermanos: Hablamos de sabiduría entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino que, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman». Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-37):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. 
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo. 
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”. 
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

Palabra del Señor

Poema:
Encuentro en el ascensor de Vladimir Holan

Entramos en la cabina y estábamos allí solos los dos.
Nos miramos sin hacer otra cosa.
Dos vidas, un instante, la plenitud, la felicidad...
En el quinto piso ella bajó y yo, que continuaba,
comprendí que nunca más la vería,
que era un encuentro de una vez para siempre
y que aunque la hubiera seguido lo habría hecho como un muerto,
y que si ella se hubiera vuelto hacia mí
sólo hubiera podido hacerlo desde el otro mundo.


Breve comentario

Todas las lecturas litúrgicas de este domingo son de una belleza extraordinaria. Cuando uno está ante la verdad en actitud receptiva, de escucha, de asimilación, su belleza se impone por sí misma. Al contrario que otras bellezas que alteran, excitan, distraen o alejan, su atracción llena el corazón de serenidad, de paz, de una inefable sensación de consuelo, como cuando nos encontramos en un lugar donde se está muy bien. Entonces, en esa leve imposición de la verdad del amor de Dios, se percibe que la exigencia que implica es, en contra de la apariencia, un yugo suave, una carga ligera.

Las palabras del Señor en el Sermón de la montaña, tras las bienaventuranzas, son ciertamente exigentes, pero sólo si no se percibe la entrega de su amor, el verdadero sentido del mismo, la propuesta de salvación que señala su camino. Si uno se queda en las prohibiciones, no entenderá nada, y, en efecto, parecerán mandatos no sólo difíciles de seguir, sino hasta crueles por el grado de renuncia, incluso de opresión que imponen. Sin embargo, en nuestra libertad, que el pasaje del Eclesiástico resalta con transparente y sobria elocuencia, podemos escoger lo que hacemos con nuestra vida, a qué seguir, a qué dar satisfacción. Si consideramos que nuestra vida es una realidad que no halla más sentido que nuestra voluntad y nuestro deseo, que en ella no existe más dimensión que aquello que vivo desde mis sentidos o desde mis ilusiones de felicidad, que sólo remite a mi yo, a mi circunstancia y a mi presente, entonces nuestro modo de conducirnos en ella se agota en nosotros mismos, pues somos nosotros los que decidimos el fin de nuestros actos y motivaciones. En definitiva, la medida de lo que somos es nuestro existir, y en tanto que la existencia es nuestro único referente, vivir en función de nuestros intereses es la única condición necesaria y suficiente de nuestros actos, pensamientos, juicios y voluntad. Vistas así las cosas, no puede ni debe (en verdad, no es necesaria) existir prohibición alguna que no sea la que nosotros nos pongamos a nosotros mismos. Se podrá matar, y, por supuesto, infamar o insultar, si así es necesario y nos conviene; pero también podremos no ya desear a la mujer de otro, sino acostarnos con aquella, si así nos inclina nuestro deseo.

Pero la verdad se abre por un camino que está accesible para cualquiera: ¿me debo yo a mí mismo? ¿Elegí existir? ¿Elegí mis rasgos corporales? ¿Elegí mi inteligencia, mi sensibilidad, mi fortaleza física, mi sexo? ¿Elegí a mis padres y mi infancia? ¿Elegí el tiempo en que nací? ¿Elegí el que un día deba morir?... No somos la medida de nosotros mismos. El Señor nos indica que nuestra vida tiene un sentido que nos precede, y que siguiéndolo, hallaremos nuestra plenitud. Hay un camino que debemos recorrer para conocer el amor del que estamos hechos y hacia el que tendemos de forma involuntaria. Cuando uno es consciente de esta dimensión que nos trasciende, pero que a la vez reside en lo más íntimo de nuestra naturaleza, va de suyo las exigencias aparentemente terribles e inhumanas que ese camino conlleva. Y entonces esas exigencias se vuelven suaves y ligeras.

Por supuesto, somos pecadores. Todos sin excepción. La combinación de libertad y fragilidad hace que nos desviemos del camino del Señor con suma facilidad. Cada uno sabe muy bien por dónde le aprieta el zapato; no merece la pena entrar en detalles, pero es una evidencia que los pecados capitales son de muy fácil acceso porque recurrir a ellos resulta atractivo cuando las circunstancias son propicias. En tales casos, nos abandonamos, nos dejamos llevar por la fácil satisfacción de su atractivo. Pero teniendo claro de dónde venimos y adónde queremos ir, podremos resistir todas las tentaciones con una fortaleza que nos viene prestada del Señor, vengan de donde vengan y adquieran la forma que adquieran. Y si caemos, podremos volver rápidamente a levantarnos y retomar el camino. ...Pues el pecado es siempre un salto "desde el otro mundo", y seguirlo sólo lo podemos hacer "como un muerto".

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