miércoles, 2 de mayo de 2018

Lecturas del día, miércoles, 2 de mayo. Poema "Plegaria en los páramos negros" de Antonio Colinas. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,1-6):

En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos.
Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo:
«Es necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés».
Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 121,1-2.4-5

R/.
Vamos alegres a la casa del Señor

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestro pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Palabra del Señor
 
Poema:
Plegaria en los páramos negros de Antonio Colinas
 
Gracias por la muerte de estos montes
y por la de estos pueblos, en los que sólo las piedras
se mantienen con vida;
gracias por estos negros páramos del invierno
en los que la tierra asciende a los cielos
y las nubes descienden hasta tocar la tierra;
gracias por esta hora de todos los vacíos
en la que se intuye un final.
De tanta pureza y soledad, de tanta muerte
sólo puede brotar una vida más cierta.

Gracias por la noche, que a punto está de llegar
con la bondad de sus nieves,
y por ese perro vagabundo
que prueba a calentar con su hocico
el estanque helado
para extraer un poco de agua;
gracias porque no nos hemos cruzado
con ningún ser humano
para pulsar el dolor,
y por la pana remendada de parcelas y prados,
que conservan como un tesoro
las heridas de los disparos,
los tizones de los últimos incendios;
gracias por los frutales grises de los mínimos huertos
y por las colmenas adormecidas,
y por la casa cerrada desde hace muchos años
de la que no se conoce su dueño.

Y, sin embargo, en este anochecer,
yo quisiera ofrecer lo mejor de mi vida
a toda esta muerte;
yo quisiera cambiar todo el gozo y el oro
que hubo en mi vida
por la contemplación (desde estos páramos negros)
de las montañas últimas.
Porque aquí empezó todo para mí,
porque cuanto he sido, y soy, y digo,
nada sería sin las raíces de las luces frías,
sin esos senderos impenetrables
que sólo han recibido la visita
de los rayos amargos.

Por eso, quiero ser esa lastra ferrosa
bajo la que duerme la víbora,
o la yerba tan fuerte, o su escarcha,
que el sol no logró deshacer a lo largo del día.
Quisiera arrodillarme como tapia abatida,
como pinar abrasado.
No deseo ni puedo volver hacia atrás la mirada,
desandar el camino (¡tan largo!) recorrido,
pues ya sé que, vacío,
en la hora en que todo ya parece morir
a punto está todo de nacer.

La mirada vuela sobre la fosa del valle
(sobre la fosa de la vida),
hacia la gran mole coronada de silencio,
hacia la cima que alberga los misterios.
Gracias por este anochecer
en el que me he quedado entre las manos
con las pobres, escasas semillas
de las que habrá de germinar luz perpetua.

En el anochecer de los páramos negros
estoy solo y profundamente en paz.
 
Breve comentario
 
No es fácil dar fruto. Que algo sea natural, no implica su facilidad. Cuanto más evolucionado es un ser vivo, más compleja será la forma en que esa vida se exprese. La complejidad no está en función de la dificultad, sino de las condiciones que se requieren para poder dar la respuesta adecuada, el fruto final de su actividad.
 
Que el amor humano depende del amor de Dios que hemos recibido como la primera marca o rasgo de nuestro ser, es algo indudable: existimos por amor, porque nos ama. Pero para que el amor humano se exprese con la fuerza que precisa para reflejar el origen del que procede, se requieren muchas mediaciones con las que el Creador ha diseñado nuestra alma. Dios actúa por medio de los amores que suscita en su equilibrio natural. El amor de Dios quiere necesitar del amor marital entre un hombre y una mujer, y el de una sexualidad gozosa abierta a la vida, al compromiso indisoluble y al afecto; quiere necesitar del amor de los padres por sus hijos; quiere necesitar de la amistad entre pares, y de la admiración, la confianza y el respeto en las relaciones jerarquizadas; quiere que amemos nuestra actividad; quiere el amor que da el mérito, el esfuerzo, el compromiso; quiere el amor por la búsqueda de la verdad, en lo importante y en lo cotidiano. Por medio de todas estas mediaciones de su amor primigenio, Dios realiza su tarea de poda. Como buen jardinero, esta labor la hará de forma individualizada, pues no hay dos almas iguales. Y aunque el destino sea común para todas ellas (dar gloria a Dios), no lo es el camino o el modo que diseñará para alcanzarlo.
 
No somos quiénes para juzgar la poda que Dios ha realizado en nuestras vidas, pues más allá de que se lo debemos todo al Creador, y siendo criaturas nunca podemos arrogarnos la función de juzgar a Aquél que nos supera por completo, desconocemos totalmente los planes que Dios ha pensado para cada uno de nosotros. A veces, el amor de Dios se expresa de forma inusitada a través de una infancia muy dura, de unos padres muy deficientes como tales padres, de una situación social especialmente cruel u hostil, de fracasos de toda índole (conyugales, profesionales, económicos, morales...), enfermedades graves, accidentes, desgracias de lo más diversas... No importa: la poda que Dios realiza es siempre para que demos fruto, y fruto abundante, fruto de amor.
 
Pero para ello queda aún una última mediación que es la más importante para el Señor: el permiso de nuestra voluntad, de nuestro deseo y de nuestro juicio. Sin nosotros, no hay fruto posible. Esta es la grandeza inimaginable de su amor: lo más grande, lo infinito, pide permiso a lo pequeño para actuar. Podemos haber disfrutado de una vida llena de facilidades (buena familia, buenos padres, muchos recursos afectivos, morales, materiales...), y ser completamente estériles, pues tales dones sólo los hemos utilizado para engrandecer nuestra vanidad y nuestro ego. Y también desde situaciones existenciales adversas o más difíciles, nuestra voluntad puede acabar asimismo ciega a la presencia del Señor en los acontecimientos de nuestra vida. El sufrimiento vivido sin trascendencia y sin sentido puede engordar no menos nuestro yo y deformarlo hasta hacerlo inaprovechable para el amor de Dios y la salvación que tiene pensada para nosotros.
 
Por ello, con independencia de su calidad estética y literaria, me gusta especialmente este poema de Colinas. Personalmente hubiera deseado (y aún me ocurre de vez en cuando en los momentos de más agotamiento interior) tener una vida más sencilla. Siempre digo que me hubiera encantado ser un sencillo hombre de pueblo, aferrado a su pequeño terruño, a su aldea y sus vecinos, creer en la verdad de Dios como lo haría un niño, haberme casado con la chica de toda la vida, ser un campesino o pastor que ama su forma de ganarse el pan, las tareas del cuidado de la tierra o del ganado, y morirme como se muere una planta, después de haber completado su ciclo tras transmitir con enorme transparencia la vida que ha recibido. Dios no quiso que mi vida fuera así en absoluto. Y respeto ese designio, que es siempre designio de amor, aunque la poda que he recibido haya sido muy dura y radical en no pocas ocasiones. El Señor ha querido que le descubriera en medio de los páramos negros de mi vida, que si no son los más negros posibles, a mí me han parecido terriblemente entenebrecidos: la luz del Señor se ha abierto a través de oscuridades muy espesas.

Estoy en el momento de poder agradecer al Señor no sólo el destino y el amor con el que me ha regalado, sino el camino que me ha reservado para recorrerlo. Y el que me quede por recorrer, sea el que sea:
"Porque aquí empezó todo para mí,
porque cuanto he sido, y soy, y digo,
nada sería sin las raíces de las luces frías,
sin esos senderos impenetrables
que sólo han recibido la visita
de los rayos amargos."
 
Bendito sea el Señor que así lo ha querido.

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