domingo, 13 de mayo de 2018

Lecturas del día, domingo, 13 de mayo, Ascensión del Señor. Poema "Quédate un poco más" de Andrés Eloy Blanco. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (1,1-11):

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 46,2-3.6-7.8-9

R/.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas


Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R/.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R/.

Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,17-23):

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Palabra de Dios

Evangelio

Conclusión del santo evangelio según san Marcos (16,15-20):

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor

Poema:
Quédate un poco más de Andrés Eloy Blanco

Quédate un poco más
Márchateme un poco menos
Véteme yendo de modo
Que me parezcas viniendo
¡Y no me grites adiós!
Ni digas hasta la vuelta
Vete marchando de espaldas
Para creer que regresas.

Breve comentario

El Señor vuelve al Padre, y nosotros nos quedamos tristes y un tanto anonadados. ¿Qué haremos ahora sin Él? Su marcha, siendo real, sólo lo es en cierta medida, en la puramente física, tan importante para nosotros. Pero nos promete que volverá en la Persona del Espíritu Santo. Y con esa promesa de su presencia en nueva forma, nos deja una tarea a realizar, nos ordena continuar con su labor: toda la humanidad debe conocer la verdad y el amor de Dios; debemos, pues, ir y proclamar el Evangelio a toda la creación. El que crea se salvará, y el que no crea se condenará.

Este mandato sigue vigente dos mil años después. Diría incluso que es más necesario que nunca, dada la devastación moral y espiritual del mundo presente. Hoy sabemos que el Espíritu Santo, en efecto, llegó al hombre tras la Ascensión del Señor a los cielos, pero parece que los signos de su presencia no son tan visibles como se les prometió a los primeros discípulos. No todos los que creemos sabemos ni podemos echar demonios, ni poseemos el don de lenguas, ni curamos milagrosamente a nadie, y, por supuesto, si bebemos un veneno mortal, nos morimos sin duda, y si cogemos con las manos serpientes, éstas probablemente nos atacarán y herirán. ¿Es que acaso no está ya el Espíritu con nosotros? ¿También ascendió al Padre como el Hijo? No es así, el Espíritu da a cada uno aquello para lo que el Señor le tiene reservado en su plan de salvación. No todos los cristianos podemos ser exorcistas ni sacerdotes; no a todos se nos dan bien los idiomas o siquiera los estudios, etc. Dios quiere que cada uno, siendo lo que es, contando con sus cualidades, las ponga al servicio del Señor. Y entonces, con lo que somos, ofrecido al Señor, actuará. He conocido a políglotas ateos, que ese don para los idiomas se lo hurtan al Señor. Y hombres aguerridos y experimentados que saben tratar con bestias salvajes, incluidas peligrosas serpientes, que han dado la espalda a Dios. Y algún sacerdote hay que diciéndose exorcista no sabe expulsar los propios demonios que lo habitan. Lo importante es ofrecerse con los dones recibidos, no los dones en sí. ¿Qué mérito tiene nadie cuando recibe un don, algo que no es suyo? Lo importante es cómo lo administra, el uso que hace de él. Y el mejor uso es ponerlo en manos de Dios. Entonces, sí, el Espíritu Santo sacará los mayores frutos de amor y salvación para los demás.

Ayer estuve con mi mujer en la primera vigilia de adoración nocturna en una muy humilde y deshabitada parroquia rural de la provincia de Madrid. Fue todo muy sencillo, y tan humilde, insisto, como la parroquia y el entorno (preciosos ambos, por otra parte). De madrugada, en un lugar perdido de la serranía madrileña, un reducido grupo de hombres y mujeres adorando a Jesús sacramentado. Estando allí, ante el Señor, entre estos amigos y hermanos en la fe, pensaba cómo había llegado hasta allí. Cuántos fracasos, cuántos intentos fallidos de crear una comunidad de fe, cuánta soledad y dolor pasados, en primer lugar con mi familia, cuánta renuncia forzada, cuánta ilusión perdida, cuánto cansancio... Y, sin embargo, me encontraba allí, con mi mujer (para mi sorpresa, pues nunca creí que se animara a participar), en aquella noche fría y oscura de mayo entre amigos desconocidos, en un ambiente de paz, sin exigencias, sin apariencias, sin forzamientos de ningún tipo: simplemente orando ante el Señor, ofreciendo nuestras humildes presencias para acompañarle, haciendo entrega de nuestra pobreza. Ninguno exorcista, ninguno políglota, ni domador de fieras, ni con dones curativos extraordinarios. Sólo gente anónima que nos dimos cita allí, desde diversos lugares, ante la llamada de un cura de pueblo para acompañar al Señor. A través de este entrañable sacerdote, el Espíritu Santo nos fue llamando a cada uno desde nuestra circunstancia. No hizo falta más; no hace falta más. Sin ser misioneros, careciendo del don de palabra, anónimos, sencillos, desconocidos, pobres en nuestra pobreza, fuimos y proclamamos el evangelio a toda la creación desde ese rincón perdido y deshabitado del mundo. Dios quiera que lo sigamos haciendo durante mucho tiempo, adorando al Señor allí y de mil maneras distintas en mil lugares con millones de desconocidos hermanos en la fe, que nos conocemos por nuestro común amor al Señor. Que así sea. 

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