miércoles, 23 de mayo de 2018

Lecturas del día, miércoles, 23 de mayo. Poema "Lo intrazado" de Cristina de Arteaga. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol Santiago (4,13-17):

Vosotros decís: «Mañana o pasado iremos a esa ciudad y pasaremos allí el año negociando y ganando dinero». Y ni siquiera sabéis qué pasará mañana. Pues, ¿qué es vuestra vida? Una nube que aparece un momento y en seguida desaparece. Debéis decir así: «Si el Señor lo quiere y vivimos, haremos esto o lo otro.» En vez de eso, no paráis de hacer grandes proyectos, fanfarroneando; y toda jactancia de ese estilo es mala cosa. Al fin y al cabo, quien conoce el bien que debe hacer y no lo hace es culpable.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 48,2-3.6-7.8-10.11

R/.
Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos


Oíd esto, todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
plebeyos y nobles, ricos y pobres. R/.

¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas? R/.

Si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate.
Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa. R/.

Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,38-40):

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.»
Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.»

Palabra del Señor

Poema:
Lo intrazado de Cristina de Arteaga

Las carreteras, como reptiles,
son largas
y amargas,
las cruzan con tráficos viles
las turbas malditas, las turbas serviles.
¡Tengo horror al camino trazado!
Prefiero
el sendero
modesto, olvidado
que trilla el ganado.
Un esbozo de senda
vacía
tan mía
que nunca pretenda
otra vía.
Pero más que senderos
muy llanos
con lodos
de todos
los rastros humanos;
yo pienso
en lo Inmenso
magnífico y rudo
donde mi destino
devaste un camino
desnudo...

Breve comentario  

Qué triste es el ser humano apegado a sus intereses pedestres. No somos mejores que aquellos discípulos del Señor de hace dos mil años. ¿Son de los nuestros?; ¿no son de los nuestros?... Han pasado dos milenios, y seguimos con las capillitas, los círculos selectos y cerrados, las afinidades electivas, las filias y las fobias por motivos intrascendentes y hasta mezquinos, del cura tal o del cura cual... Este fenómeno no es malo en sí mismo, salvo cuando adquiere el carácter de excluyente: no son de los nuestros. El tesoro de la verdad de Dios, del que la Iglesia es depositaria y transmisora, es de una riqueza infinita. Los múltiples carismas que han surgido en su seno (y los que quedan por venir) lo demuestran. Todos caben en la verdad de Dios, siempre que respeten esa misma verdad. 

Hoy el relativismo imperante en el mundo ha hecho mella en la Iglesia, y se intentan aceptar desde ella como manifestaciones del amor de Dios, como expresión de su misericordia, realidades, actos y actitudes que son literalmente, y como se diría en épocas no tan lejanas, un contradiós. En tales casos no hay inclusión posible, pues quien no asume la verdad de la Palabra de Dios en toda su extensión se excluye automáticamente. Otra cuestión es que luchemos por incluirlos, pero siempre tras la conversión y el arrepentimiento, y tras la renuncia de aquellos comportamientos, actos o ideas que niegan esa comunión.

En una muy citada sentencia, S. Agustín afirmaba: «Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien.» Mal interpretada, parece un canto al sentimentalismo imperante. Basta tener un buen corazón, un corazón solidario, ser eso que llamamos buenas personas, promover la ayuda a los necesitados y pobres, ser educado y atento, generoso y desprendido, para, con todo esto, poder ser y hacer lo que queramos, pues lo que hagamos tendrá como poco un buen fondo que todo lo dispensa. No es así. Un amor sin Dios es filantropía, generosidad, fraternidad (que decían los revolucionarios ateos galos del XVIII)..., nacidas de una cultura que recibiendo el legado de misericordia del cristianismo, lo desnaturaliza y pervierte al rechazar y eliminar su origen y fundamento. Y esto no vale, o, como diría cierto personaje impresentable e indeseable de la política catalana, así no. No todo lo que hoy llamamos amor lo es; es más, casi nada de lo que afirmamos con semejante palabra, una de las más prostituidas de nuestro léxico, lo es.

Pero una cosa parece evidente. Si alguien cura bajo el nombre del Señor, no puede ser un anticristiano, por la sencilla razón de que ese poder milagroso sólo puede proceder de la gracia del Espíritu Santo. Y alguien que se sabe deudor del Señor y que actúa en consonancia y fidelidad a su Palabra, ha de ser de los nuestros, aunque proceda de un camino que nosotros no conozcamos. La gracia del Señor es tan infinita en su poder y riqueza que nosotros no podemos aspirar a conocer todos sus caminos posibles. A Dios nadie le puede poner límites a su amor: se expresa como quiere, con quien quiere y cuando quiere. Y esto es lo que les viene a recordar a sus desconfiados y mediocres discípulos.

Y el poema elegido de esta monja jerónima nos recuerda esa realidad, hoy tal vez más necesaria que nunca, en esta época en que la Iglesia parece no saber cómo dar a conocer la verdad de Dios a los hombres. Debemos rogar al Señor que abra nuevos caminos para que la humanidad vuelva a reencontrarse con Él. Sin duda, son caminos intrazados todavía, que nacerán con mil dudas, con miles de ataques e incompresiones, procedentes incluso de gente justa y fiel a la Iglesia. Yo confío en que el Señor los haga posibles. Es más, estoy convencido de que ya los está promoviendo en la intimidad de los corazones de los futuros hombres y mujeres santos, quizá hoy tan sólo niños.

Por razones puramente existenciales o biográficas yo nunca me he sentido a gusto en los caminos ya trazados, incluso dentro de la Iglesia. Por ello, aunque careciendo por completo de las gracias de ellos, siento especial debilidad por los precursores. Un precursor es el que abre caminos nuevos, el que ensancha horizontes. La Iglesia, para defender y transmitir lo que siempre ha defendido y transmitido, necesita de estos precursores, santos que habrán de sufrir mucho en esta vida, pero que serán sostenidos con mano firme por el Espíritu del Señor. Que Dios lo quiera y lo realice.     

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