viernes, 25 de mayo de 2018

Lecturas del día, viernes, 25 de mayo. Poemas "Allá, en las tierras altas..." y "Soñé que tú me llevabas..." de Antonio Machado. Breve comentario

Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol Santiago (5,9-12):

No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor. Llamamos dichosos a los que tuvieron constancia. Habéis oído ponderar la paciencia de Job y conocéis el fin que le otorgó el Señor. Porque el Señor es compasivo y misericordioso. Pero ante todo, hermanos míos, no juréis ni por el cielo ni por la tierra, ni pronunciéis ningún otro juramento; vuestro sí sea un sí y vuestro no un no, para no exponeros a ser juzgados.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 102,1-2.3-4.8-9.11-12

R/.
El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R/.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,1-12):

En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba.
Se acercaron unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Le es licito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne." De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

Palabra del Señor

Poemas:
"Allá, en las tierras altas..." de Antonio Machado

   Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
    ¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.


"Soñé que tú me llevabas..." de Antonio Machado

   Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
    Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!


Breve comentario

Hoy vivimos bajo la certidumbre de que la fidelidad conyugal es un ideal casi irrealizable. Dando un paso más en el error, pensamos que incluso no es algo defendible o bueno por sí mismo. Que el adulterio tiene en estos tiempos, si no buena prensa, un ancho campo para la comprensión y la tolerancia, es algo que todos conocemos, pues está en todos los ambientes. Para que un hombre y una mujer formen "una sola carne" hace falta algo más que el sentimiento, el deseo sexual u otros intereses circunstanciales que puedan unirlos; ni siquiera la existencia de los hijos es suficiente. El compromiso de fidelidad conyugal se funda en el amor que es aceptación plena de la realidad del otro en mi vida para compartir un proyecto que ya será de dos. Sin duda que este proyecto puede realizarse desde una dimensión puramente contingente, con el compromiso de dos personas ante sí mismas. Un ofrecimiento mutuo al otro es una válida entrega de sí, pero si ese compromiso sólo depende de dos voluntades, ciertamente la fidelidad será una realidad de difícil mantenimiento. A pesar de ello, todos conocemos parejas que se han mantenido fieles durante muchos años basado en ese inestable fundamento.  El amor humano es verdadero en cuanto que participa del amor de Dios, del que procede. Y esto ocurre incluso aunque los hombres no (re)conozcan ese origen. Pero es evidente que un amor que no reconoce a Dios en su vínculo humano no es una realidad que pueda ser bendecida por la Iglesia. Estamos hechos de amor, del amor de Dios; amar sólo desde la contingencia del deseo de la persona, por muy estable y sólido que sea, no puede ser bendecido por Dios, pues esas personas viven de espaldas a Él, aunque la gracia divina les permita vivir en fidelidad. Amar no sólo es amar al cónyuge, sino amarlo en Dios.

Lo que da verdadera plenitud a un matrimonio es sentirse que se pertenece a algo más grande de lo que formamos parte; que nuestro proyecto de vida no es algo querido sólo por nosotros; que los apoyos para llevarlo a cabo no dependen en exclusiva de familiares, amigos o de situaciones sociales o económicas favorables; que, en definitiva,  nuestro amor no está solo, que no depende sólo de nosotros, que no nace sólo de nuestra voluntad o nuestro deseo. Saberse hijos nos hace ser adultos, hombres y mujeres, y en último término, padres y madres de nuestra descendencia. Jesucristo tuvo a sus padres terrenales, José y María, que le ayudaron a ser hombre entre los hombres, y contó a su vez con la paternidad celestial que le hizo ser el Hijo de Dios. De forma paralela nosotros somos hijos de nuestros padres e hijos de Dios. Nuestro compromiso de amor perpetuo es ante los hombres y también ante Dios. Es este fundamento el que hace posible, sin poseer virtudes en grado heroico, la fidelidad conyugal, la plena aceptación del otro, con sus limitaciones, con su amor posible, con lo que nos da y con lo que no nos puede dar. Cuando sentimos que nuestro cónyuge es imagen de Dios en nuestras vidas todo se sobrelleva con mayor facilidad, aunque nunca se obvien las dificultades. 

Es cierto que se puede ser infiel de pensamiento, y por ello resulta pecaminoso abandonarse con delectación a este tipo de tentación, pero el hecho de esa presencia de Dios en nuestras vidas nos impide avanzar en el error, o al menos nos hace plenamente conscientes del mismo. E incluso por su gracia purificar ese amor ilegítimo en un deseo de bien hacia esa persona que, muchas veces sin pretenderlo, nos tienta. Gracias a esa visión trascendente podemos transformar (y transformándolo, superar) lo que fue fruto de una tentación en fuente de bien para el otro, trascendiendo (Freud diría sublimando) ese amor en sus fines y en su expresión.

Pocas realidades humanas más bellas y conmovedoras que la fidelidad feliz de cónyuges que llevan ya toda una vida con su compromiso matrimonial firme e ilusionado. El amor sereno, paciente, sabio, equilibrado que dan los años es un ejemplo vivo de la naturaleza del amor de Dios: una fidelidad inquebrantable por sus criaturas. Y aún más bella si cabe es la fidelidad más allá de la muerte, cuando uno de los cónyuges enviuda. Este es el ejemplo de estos dos conmovedores y bellísimos poemas de Antonio Machado, que aparecen publicados de forma consecutiva. En ellos añora a su joven esposa, con la que sueña. El poeta no se volvió a casar; nunca más se le conocieron otros amores, salvo el amor  cuasi platónico, ya de madurez, con Guiomar (Pilar Valderrama), casi veinte años después de la muerte de su esposa Leonor. La muerte, aunque nos pueda separar de la persona amada, sabemos que no lo hará de forma definitiva, pues dos cónyuges que se aman en Dios y para Dios, y no sólo para sí mismos, se encontrarán en la gloria del Señor. Esa es la verdadera unidad de amor en "una sola carne". 

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