martes, 22 de mayo de 2018

Lecturas del día, martes, 22 de mayo. Poema "Víctima y verdugo" de Julio Martínez Mesanza. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol Santiago (4,1-10):

¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones. ¡Adúlteros! ¿No sabéis que amar el mundo es odiar a Dios? El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. No en vano dice la Escritura: «El espíritu que Dios nos infundió está inclinado al mal.» Pero mayor es la gracia que Dios nos da. Por eso dice la Escritura: «Dios se enfrenta con los soberbios y da su gracia a los humildes.» Someteos, pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos; hombres indecisos, purificaos el corazón, lamentad vuestra miseria, llorad y haced duelo; que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza. Humillaos ante el Señor, que él os levantará.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 54,7-8.9-10a.10b-11.23

R/.
Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará

Pienso: «¡Quién me diera alas de paloma
para volar y posarme!
Emigraría lejos,
habitaría en el desierto.» R/.

«Me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor;
del torrente de sus lenguas.» R/.

Violencia y discordia veo en la ciudad:
día y noche hacen la ronda
sobre sus murallas. R/.

Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás que el justo caiga. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,30-37):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

Palabra del Señor

Poema:
Víctima y verdugo de Julio Martínez Mesanza

Soy el que cae en el primer asalto
entre el agua y la arena en Normandía.
Soy el que elige un hombre y le dispara.
Mi caballo ha pisado en el saqueo
el rostro inexpresivo de un anciano.
Soy quien mantiene en alto el crucifijo
frente a la carga de los invasores.
Soy el perro y la mano que lo lleva.
Soy Egisto y Orestes y las Furias.
Soy el que se echa al suelo y me suplica.

Breve comentario

Dicen con razón que atender al público resulta difícil. Servir sin posibilidad de elegir a quien nos solicita, nos expone a todo tipo de personas. Pero hay que servir siempre si queremos ser profesionales. Es cierto que hay personas que parecen no merecer nuestros servicios, soberbios, orgullosos, insoportables o fríos como una cuchilla. Pero si quien paga, manda; mucho más debemos servir cuando servimos por amor, por vocación de Aquel que nos llama a imitarle. El Señor no se bajó de la Cruz. Del mismo modo nuestra actitud de servicio no puede ni debe estar en función de los rasgos de quienes servimos. También en el amor esa debe ser nuestra "profesionalidad". 

En cierta ocasión conocí de forma casual a un camarero del servicio de mesa de uno de los hoteles más lujosos de Madrid. Aunque han pasado treinta años desde entonces, nunca he logrado olvidar a esta persona. He olvidado a compañeros de carrera, profesores, colegas...; pero no a este hombre. Él como yo teníamos a nuestras respectivas madres ingresadas en un hospital; compartían la misma habitación. Por desgracia, la suya, una señora ya muy mayor, no consiguió sobrevivir. Supe de su profesión por la forma extraordinariamente hábil que tenía de pelar la fruta. 

Un día, entre los muchos que pasamos allí, cuando dábamos de comer a nuestras enfermas, le expresé mi admiración por la forma tan eficiente y elegante de pelar una manzana con cuchillo y tenedor. Yo nunca logré adquirir esta habilidad (como tantas otras, pues tiendo a ser bastante patoso -como suelo decir, mis manos sólo sirven para pasar páginas-), así que mi pasmo era aún mayor. Mientras yo me ponía perdido agarrando la fruta con la mano, él la diseccionaba como un experto cirujano sin tocarla siquiera, acariciándola con los cubiertos, sin dañarla, se diría con cariño, y con una rapidez y eficiencia como yo nunca había visto en nadie. Era un hombre sencillo, humilde y extremadamente educado, pero se le notaba cansado. Cuando me reveló su profesión, mientras daba de comer a su madre, me fue confesando las razones de su cansancio. 

En los casi veinte años que llevaba en aquel hotel de gran lujo, y a pesar de que su profesionalidad y buen hacer eran intachables, se sentía hastiado por dentro. Y ello no por el hecho de servir, pues su trabajo le gustaba y era muy bueno en él, sino porque de aquellos a quienes servía no obtenía, salvo contadísimas excepciones, el más mínimo reconocimiento. Es más, se quejaba de que le hacían sentir como si no existiera, como si vieran a su través: se dirigían a él (en las escasas ocasiones en que lo hacían) sin mirarle a la cara, ordenando con displicencia algún servicio. Veinte años, ocho o más horas al día, muchas veces en festivos, en horarios intempestivos, en madrugadas, sintiéndose como un autómata, sintiéndose nada. Y era un hombre bueno, que amaba y cuidaba a su madre, y que era un excelente profesional, un excelente camarero de mesa. Sin duda, servir puede ser muy duro.

Servir sólo desde nuestro yo, o desde una vocación sólo profesional puede hacerse insoportable: la realidad puede llegar a ser muy dura, la bajeza humana, la pura maldad pueden minar el ánimo y el espíritu del mejor servidor. De nuevo, sólo con Dios, asistidos por su Espíritu, podemos resistir todo lo que el mundo nos oponga. Una tentación es sólo servir a quienes nos tratan bien (amigos, conocidos, allegados, buenas gentes...). Pero en ese caso deberíamos recordar la pregunta que el Señor dirigió a sus discípulos: ¿qué méritos tenemos? Precisamente las personas que no saben, no pueden o incluso no quieren recibir el amor que les ofrecemos son los que más lo necesitan. Si aquellos vanos ricachones fueran conscientes de que les estaba sirviendo su carísima y sofisticada comida un hombre bueno desde su bondad (y no sólo por el salario), se hubieran sentido mucho más a gusto. Pero la estupidez del pecado hace que cataloguemos la valía de los hombres por su posición social; el pecado hace de la apariencia, verdad. Muy probablemente, en no pocas ocasiones, las mejores personas que se daban cita en aquellos lujosos salones eran del servicio.

El poema elegido nos recuerda que no todo es blanco y negro, que muchas veces somos víctimas y verdugos, servidores envidiosos y tiránicos señores. En fin, que necesitamos de purificación y del auxilio constante del Señor, pues dejados a nuestras tendencias, ni sabemos servir ni sabemos recibir el servicio con el corazón de quien se ofrece y acepta. Jesucristo, siendo Dios, se abajó de un modo inconcebible para poder servirnos, amarnos mejor, y con su amor, salvarnos de nosotros mismos. Y ello hasta el punto de soportar una muerte ignominiosa por aquellos que deberían haberle servido. Pidámosle al Señor esa iluminación y ayuda para no querer ser los primeros, ni sirviendo ni siendo servidos. Que así sea.

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