sábado, 30 de abril de 2016

Lecturas del día, sábado, 30 de abril. Poema "Cine de barrio" de María Elvira Lacaci. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (16,1-10):

En aquellos días, Pablo fue a Derbe y luego a Listra. Había allí un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de un griego y de una judía creyente. Los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso llevárselo y lo circuncidó, por consideración a los judíos de la región, pues todos sabían que su padre era griego. Al pasar por las ciudades, comunicaban las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, para que las observasen. Las Iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día. Como el Espíritu Santo les impidió anunciar la palabra en la provincia de Asia, atravesaron Frigia y Galacia. Al llegar a la frontera de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado y bajaron a Troas.
Aquella noche Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba: «Ven a Macedonia y ayúdanos.»
Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 99,1-2.3-5

R/.
Aclama al Señor, tierra entera

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (15,18-21):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Cine de barrio de María Elvira Lacaci
 
Lloraba
sórdidamente por mi leve garganta,
por donde resbalaban
tímidamente las palabras húmedas,
las palabras sin nombre todavía.
Respiraba
con lentitud
forzada, para que mi agonía
no se lanzara presurosa al aire,
porque a mi alrededor
había mucha gente. Estaba
en la deshilvanada y familiar cola
de un pequeño cine de barrio: el "Chamberí"
(donde las butacas habían de estar calientes -era de sesión continua-,
donde un vaho maloliente
penetraría
por mis poros
durante más de dos horas,
donde, acaso, una "extraviada " pierna
rozaría la mía
y un taconazo afiladísimo
intentaría hacerle comprender a aquel podrido hueso,
su humana condición
de animal primitivo,
donde...),
y me puse a observarla.
Novios, de los que luego parecería estaban ocupando
una sola butaca.
Niños que, mientras daban puntapiés en el asiento de delante,
irían alfombrando la sala
de cacahuetes o pipas.
Hombres y mujeres de una edad ya madura,
pero infantiles, sencillos, que se reirían estrepitosamente
cuando el protagonista, al resbalar y caerse,
se embadurnara la cara
con una tarta de crema, o llorarían
con idéntica facilidad
ante cualquier lance folletinesco, e irían
alternando las carcajadas y el llanto
con un gran bocadillo de tortilla.

Sí, allí estaban todos
esperando su turno para tomar la entrada.
Contentos, felices con sus pequeñas aspiraciones
satisfechas. Para ellos
aquel rato de cine
vendría a ser
como una continuidad de lo que llevaban dentro.
Como un esparcimiento honesto
tras una jornada de intenso trabajo.
De pronto me miré, me miré hacia dentro y comprendí
que yo allí desentonaba, ya que mi alma,
no estaba acorde con la levedad del momento,
porque lo único
que iba buscando allí
era
una pequeña muerte de dos horas y pico. 
 
Breve comentario
 
Nos habla hoy el Señor sobre el odio del mundo a los que predican la Verdad, que sería el mismo odio que tuvieron con Él cuando la anunciaba. En efecto. Pero el odio, dicho coloquialmente, va por barrios; y el mundo es una ciudad muy amplia. En general, se puede decir que sólo se odia la Verdad allá donde Dios sigue siendo importante. El odio supone una relación emocional y vital muy intensa, no menor a la del amor. El odio exige compromiso, identidad, convicción. Como el amor. ¿Se odia a Dios en Occidente? No, pues ya no importa nada, en general. Se odia aquellas consecuencias morales de creer en un Dios católico, como el rechazo al divorcio, al aborto, a la anticoncepción, a los gaymonios, a las relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio, a la manipulación embrionaria, a la reproducción artificial... Se odia las consecuencias que implica la Verdad, pero ignorando olímpicamente la Verdad misma, que ya no interesa a casi nadie. En los lugares donde Dios es importante (Israel, países musulmanes y africanos, etc.) puede existir respeto o un odio religioso furibundo.
 
Occidente se parece con respecto a Dios a esos espectadores adocenados (o más bien "masa", en sentido marxista) de cine de barrio que describe de forma inmisericorde la poeta Mª Elvira Lacaci. Sustitúyase el cine de barrio por el centro comercial, los bañistas playeros o los aficionados al esquí, y no cambia el contenido de la descripción. En Occidente lo que importa es gozar, en el sentido más burdo de la expresión, pues la experiencia cotidiana de sus vidas no es menos burda que sus ocios ("aquel rato de cine/vendría a ser/como una continuidad de lo que llevaban dentro.") Es más, hasta Jesús tiene buena prensa en no pocos ateos: un tipo majete, justiciero, algo ingenuo y muy idealista...; de haber existido y de ser cierto lo que se dejó escrito de Él, claro. La muerte social de los católicos en Occidente tiene más que ver con la muerte por inanición que por una persecución o denuncia propiamente dicha, salvo cuando nos ponemos pesados con eso de la moral y las consecuencias sociales y prácticas de creer en lo que profesamos. Hoy no pasamos de ser, incluso en nuestro decadentísimo país España (literalmente en vías de extinción como las especies raras, con la plena pasividad o, peor, complicidad de su ignorante pueblo -el del cine de barrio de Lacaci-), no pasamos de ser, digo, más que una "opción" de vida más, como lo pueda ser cualquier otra religión o, peor aún, cualquier moda pasajera.
 
Ojalá nos odiaran por ser católicos: eso significaría que estamos vivos y que Dios y su Verdad importan. A mí, desde luego, sólo me odian los ferroviarios y los autobuseros porque les exijo que cumplan sus horarios; y algunos propietarios de perros por demandarles que lleven sus mascotas con correas. Esta es la lamentable situación en Occidente. "...¿Dios?... ¿Jesús?... ¿La Verdad?... ...Y eso ¿para qué sirve? Oye, están echando una muy buena en el cine..." Y lo peor es que los católicos, sin necesidad de ser poetas ni sufrir depresivas hiperestesias como Lacaci, buscaremos en esos ocios una cierta plenitud, pues tal vez nuestra religiosidad, mundanizada, sea menos satisfactoria que la última bobada que echen en un cine de barrio.

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