martes, 5 de abril de 2016

Lecturas del día, martes, 5 de abril. Poema "Te pregunto, Señor" de Clara Silva. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,32-37):

En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno. José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa Consolado, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 92,1ab.1c-2.5

R/.
El Señor reina, vestido de majestad

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.

Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R/.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,5a.7b-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.»
Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede suceder eso?»
Le contestó Jesús: «Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Te pregunto, Señor de Clara Silva
 
Te pregunto, Señor,
¿es ésta la hora
o debo esperar que tu victoria nazca
de mi muerte?
No soy como tus santas,
tus esposas,
Teresa, Clara, Catalina,
que el ángel sostiene en vilo
sobre la oscuridad de la tierra,
mientras tu aliento
tempranamente las madura.
No soy siquiera como aquellas 
que te siguen humildes 
en el quehacer del pan y de la casa,
pero amamantando su esperanza
sin saber de tus graves decisiones.
Soy como soy
yo misma,
la de siempre,
con esta muerte diaria
y la experiencia triste
que guardo en los cajones
como cartas;
con mi pelo, mi lengua, mis raíces,
y el escándalo que hago con tu nombre
para oírme;
y tu amor que revivo en mí cada mañana,
masticando tu cuerpo
como un perro su hueso.
Y nada me ha cambiado,
me derriba en el cuerpo de mi sombra
cada acto de amor, cólera o llanto,
espadas que me cruzan y te cruzan.
De todo lo que fue,
de lo que espero,
el alma se me quema.
Y no fulgura.

Breve comentario

...Nacer de nuevo... «¿Cómo puede suceder eso?», le pregunta el bueno y sabio Nicodemo al Señor. Y esta pregunta nos la hacemos todos; todos los que queremos y necesitamos nacer de nuevo, evidentemente. El hombre de nuestros días es dado a imaginarse que el renacimiento personal debe acontecer en medio de extraordinarios cambios, casi como si se tratara de un nuevo nacimiento biológico. Los cambios espirituales pueden ser muy profundos y, sin embargo, nada espectaculares. El tímido seguirá siendo tímido; el calvo, calvo; el guapo o el feo, no lo serán más o menos que antes. Nacer de nuevo es ante todo despertar a una nueva realidad que, habiendo estado siempre presente, sólo la persona cobra conciencia de ella en su vida a partir de cierto momento. ¿Cuál momento? Aunque la vida de fe suele ser mucho más un proceso paulatino que una caída brusca del caballo, el renacimiento del que nos habla Cristo reside en que el alma de la persona se deje penetrar de Su presencia, de su Palabra, de su vida, de sus actos, de su ejemplo, de su amor. Cuando esto comienza a suceder, las vivencias de la persona van cambiando hacia una profundización de la fe, de la esperanza y del amor en el poder del Señor.

Por supuesto, esto tiene efectos, pero en absoluto deben ser espectaculares (algunas veces y en algunos aspectos, sí y en casi todos los casos). El renacer en Cristo no supone la resolución de ningún problema terrenal. Es más, puede ser que no pocos se vean agravados. Es un error ver este fenómeno de madurez espiritual desde perspectivas, digamos, laicas, materialistas o incluso psicologistas. Para el que no ve a qué realidades se abre la persona así renacida, nada seguirá viendo en él, más allá quizá de una mayor paz interior indefinida, de una cierta alegría o de una extraña seguridad. El laicista, el materialista de cualquier índole o el psicólogo no detectarán no ya la nueva realidad a la que la persona se ha abierto y está accediendo, sino siquiera cambio alguno significativo en lo evidente.

No nos importe demasiado la humildad aparente de los cambios, como se queja de forma tan comprensible y humana nuestra poeta; no nos importe que no brille nuestro amor o la Persona que ya íntimamente nos acompaña, que nos sigan derribando "cada acto de amor, cólera o llanto". En efecto, el viento del Espíritu sopla donde quiere y no lo podemos controlar; cada encuentro con el Señor es único, no sabemos "de dónde viene ni a dónde va". Abrirse a un misterio de amor que nos desborda es lo que tiene: uno ha dejado que el control de su vida lo tome Otro, porque ya se está viviendo en y de la fe, de la confianza, del amor de ese encuentro. Aunque no "fulgure"...

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