sábado, 29 de abril de 2017

Lecturas del día, sábado, 29 de abril. Poema "La tristeza" de Carlos Bousoño. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1,5–2,2):

Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 102

R/.
Bendice, alma mía, al Señor

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades,
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R/.

Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro. R/.

Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos,
para los que guardan la alianza. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-30):

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Palabra del Señor

Poema:
La tristeza de Carlos Bousoño

Tal vez el mundo sea bello,
cuando el sol claro lo ilumina,
pero yo sé que hay hombres tristes
como la lluvia gris y fría.

Yo sé que hay hombres sobre cuyas almas
pasó de Dios quizá la sombra un día.
Pasó, y hoy queda sólo ausencia
en donde la tristeza brilla.

Hombres tristes en todos los caminos
con la tristeza pensativa.

Tal vez la aurora sea pura,
el aire delicado, claro el día.
Mas muchos hombres hay como la lluvia
oscura e infinita.

Escúchame, Señor. Mi voz hoy sólo
tiene palabras de melancolía.
Sobre la tarde inmensa cae la lluvia
monótona, fría. 


Breve comentario

Con una imagen antigua, nada original por tanto, podríamos describir la vida del hombre como un campo en el cual aquellos que van pasando a lo largo del tiempo van dejando sus semillas. Unas son buenas, otras no tanto; algunas hay excelentes, y algunas letales; unos, se obstinan en dejar recuerdo de su presencia; otros, lo evitarán por todos los medios, ya sea por desprecio a la tierra que se ofrece, ya sea porque no se sienten capaces de dar nada que merezca la pena. Por lo general, cuanto más leve sea el paso de los demás, menos huella deja en nuestra vida. Aunque es cierto que podría decirse que somos lo que se siembra en nosotros, no lo es en términos absolutos. Cuántas personas han crecido en entornos terribles y el fruto que han dado es de extremada belleza y bondad. Se dirá que son los menos (¿cuántos menos?, preguntaría), pero sólo una excepción valdría para echar por tierra esa ley inexorable que dice que el pasado determina lo que somos. Influye, sí; determina, no.

Es cierto que para salir de unas condiciones particularmente difíciles debemos tener apoyos. Apoyos reales, que se dejen sentir en nuestro corazón, que siembren en nuestra vida las semillas que nos faltan, se destruyeron o nos hurtaron. Es, en efecto, ésta una sabiduría sumamente sencilla que cualquiera podemos entender. El amor se define por los clásicos medievales como el deseo de bien del otro, deseo que implica una realidad activa para su consecución, no meramente la expresión de un pensamiento. Amar es ese ejercicio, siguiendo el símil de la tierra, de sembrar semillas buenas para que crezca la vida en aquel que nace a ella.

¿Cómo sembrar esa semilla? Amando, se dirá, deseando el bien del amado. ¿Y cómo se hace eso? Dios nos da la mejor pauta, que es además la más sencilla de seguir por su simplicidad. Cuando sentimos el amor del otro, en efecto, todo se torna fácil y ligero, hasta el peor de los problemas, el más pesado yugo. Y Dios es amor; no un amor participado, como el de cualquier persona, un amor parcial, que en el mejor de los casos evoca al de Aquél: es todo el amor. Y Dios quiere que su amor sea sembrado en la tierra de nuestro pasado. Dios renueva lo viejo, pero no lo destruye sin más: lo eleva, lo transforma. Desde la conciencia moderna se defiende la tesis de que nuestra vida no tiene sentido, de que lo que nos ocurre o nos ha dejado de ocurrir es fruto de un puro azar, de unas circunstancias casuales incontrolables que pudieron existir o no. El sufrimiento humano, como el gozo verdadero que nos llena de sana plenitud, está lleno de sentido. Y las circunstancias de nuestra vida, ni aun las más aparentemente banales, nunca son meros accidentes en nuestro camino o en nuestra tierra por sembrar. 

Sólo sabiendo y sintiendo que a Dios le importamos siempre, que le importa lo que nos ocurra o lo que hagamos con nuestra vida, lo que hagamos con ella o nos hagan (las semillas que siembren otros en nuestro corazón), podremos aceptar nuestro pasado y nuestro presente con toda su dureza. Y aceptarlo para superarlo, para trascenderlo, para hacer del sufrimiento pasado o presente fuente de amor, para superar toda determinación, para seguir siendo libres en Dios para los demás, como Dios nos creó. Sólo así se podrá entender su sencilla sabiduría: de la cruz (primero la Suya, y luego la nuestra) nace toda la fuerza posible de nuestro amor.

La tristeza de la que habla el poeta, de la que nadie está libre, más cuando nuestra tierra ha podido carecer de la luz, el agua y las semillas necesarias, es el reflejo de un cierto fracaso: la del que se abandona a su propio dolor para vivir de él (el dolor otorga tanta identidad como la satisfacción). Somos tierra para dar fruto, y no hay tierra que sea incapaz de darlo, por duras que sean sus condiciones o escaso su cuidado. Durante años he arrastrado una personalidad depresiva (y que nunca del todo he logrado superar). Muchas de mis heridas han quedado superadas, bien cerradas; otras han dejado su cicatriz, y en ciertos momentos hacen notar su presencia, me duelen o me molestan; también las hay que no están cerradas, y aunque su daño está limitado, vuelven a sangrar cuando inciden en ellas; y también está el hueco más o menos grande de lo que debió constituirse en su día y ya no puede nacer. No estoy libre de la tristeza, ni de la ira, ni de tantas realidades que uno no quisiera vivir, pero a pesar de todas las tardes "inmensas" que me quedan por vivir como la de hoy, gris, con su "lluvia monótona, fría", sé, porque también lo he vivido, por gracia de Dios, que todo mi dolor tuvo y tiene un sentido, y que con Él mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

Roguemos a Dios que sepamos conocer y reconocer en nuestra vida su presencia, aun en las peores circunstancias. Porque la tristeza, el dolor jamás tienen la última palabra: la cruz desemboca siempre en la resurrección. De lo contrario, no es cruz: es condenación, es muerte, es desesperación, es... tristeza.    

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