domingo, 2 de abril de 2017

Lecturas del día, domingo, 2 de abril. Poema "Tengo estos huesos hechos a las penas..." de Miguel Hernández. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (37,12-14):

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8

R/.
Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa


Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.

Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,8-11):

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45):

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.» Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.» Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor

Poema:
"Tengo estos huesos hechos a las penas..." de Miguel Hernández

Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
penas que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo. 


Breve comentario

Si todos los milagros manifiestan el poder del Señor de un modo inequívoco, la resurrección de los muertos es el milagro por excelencia, la máxima manifestación de su realeza divina. Dominar sobre la muerte es la victoria última y definitiva, el signo del carácter mesiánico del Señor, de salvación del alma humana sobre todo sufrimiento.

Sin embargo, cabría hablar de que en la vida de toda persona existen muchas muertes posibles, no sólo la estrictamente física. Y de todas ellas debemos y podemos resucitar con la gracia de Dios. Durante nuestra existencia acumulamos heridas de todo tipo, algunas de ellas muy graves, que provocan efectos a su vez muy graves, verdaderas necrosis del alma o deformaciones que impiden un desarrollo vital adecuado. Suelen ser aspectos parciales, más o menos restringidos, pero que denotan su carácter de muerte. Por si fuera poco, estamos marcados todos por la más grande herida, la del pecado, que nos hace sufrir con independencia de las otras heridas recibidas. Verdaderamente en la vida de cualquiera pueden coexistir multitud de muertes. 

De algunas, incluso graves, podemos salir con nuestra voluntad, apoyados en una conciencia y un juicio rectos. Pero en la medida que las heridas se vayan acumulando y sean en verdad graves y extensas, menos podemos hacer para salir de semejantes muertes por nosotros mismos. En última (que es primera, no se me entienda mal) instancia, sólo la ayuda de la gracia nos puede alzar de nuestras más irresolubles miserias. Pero la gracia actúa de manera misteriosa, como todo lo que procede de Dios. Tiene sus tiempos, sus ritmos, su oportunidad, con criterios que sólo Él conoce. Por nuestra parte, debemos implorarla, estar abiertos a ella y saber esperarla. De nada sirven las impaciencias, el provocar en Dios alguna respuesta, el intentar seducirlo, por así decir, para que nos libre de las espinas que nos punza. Siempre el sufrimiento posee una dimensión que a nosotros se nos escapa, pero que es portador de un sentido fundamental de nuestra vida. Que no veamos las causas de lo que nos ocurre y que no sepamos cómo solucionarlo no significa que sea una experiencia fatal o absurda.

Tampoco vale de nada sobrerresponsabilizar al alma de aquello de lo que no logra liberarse. La mortificación no tiene sentido en un alma ya interiormente mortificada. Se sorprendería más de uno cuán torturados están por dentro muchos espíritus que se abandonan a los placeres más evidentes o rotundos. El abandono al pecado en no pocos de esos casos es una forma bastante desesperada de huir (ya que no de llenar) de un vacío interior, por el cual sangran una y otra vez. Afortunadamente Dios ve las circunstancias de cada alma, aunque una mala dirección espiritual (y las hay pésimas) puede hacer mucho daño y empeorar las cosas.

En definitiva, abrámonos al poder de Dios que vence a toda muerte, y sepamos esperar su venida poniendo de nuestra parte todo lo que esté en nuestra mano. La resurrección de Lázaro no se debe a un mero sentimentalismo del Señor hacia él y su familia, por más que se conmueva como el hombre que es ante la muerte de un amigo muy querido; lo que resultó definitivo fue la fe de Marta, de María y la de Lázaro mientras estuvo vivo. Desde allí, Dios actuó. Y desde allí actuará en nosotros también. No lo dudemos, amigos. Mientras, intentemos vivir lo más cristianamente que podamos y que las circunstancias nos permitan (que no todo depende de nosotros), y sabiendo de nuestra íntima esperanza en el Señor, no es mal consejo el del poeta: ir "entre pena y pena sonriendo." 

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