domingo, 30 de abril de 2017

Lecturas del día, domingo, 30 de abril. Poema "Rimas (293)" de Michelangelo Buonarroti. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,14.22-33):

El día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: “Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11

R/.
Señor, me enseñarás el sendero de la vida

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos,
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,17-21):

Queridos hermanos:
Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Poema:
Rimas (293) de Michelangelo Buonarroti

Cargado de años y de pecados lleno
y con tan triste uso enraizado y fuerte,
cerca me veo de una y otra muerte,
y aún nutro el corazón de ese veneno.

Fuerzas me faltan en este cieno
para cambiar de vida, amor, hábito o suerte,
sin tu divina y luminosa escolta,
de todo falaz camino guía y freno.

Caro Señor mío, no basta que anhele
el cielo para que resulte el alma,
como al principio, de la nada hecha.

Antes que del cuerpo la arranques y despojes,
acórtame tan alta y yerta vía,
y mi vuelta será más clara y cierta.

Rime (293)
 
Carico d’anni e di peccati pieno
e col trist’uso radicato e forte,
vicin mi veggio a l’una e l’altra morte,
e parte ’l cor nutrisco di veleno.

Né propie forze ho, c’al bisogno sièno
per cangiar vita, amor, costume o sorte,
senza le tuo divine e chiare scorte,
d’ogni fallace corso guida e freno.

Signor mie car, non basta che m’invogli
c’aspiri al ciel sol perché l’alma sia,
non come prima, di nulla, creata.

Anzi che del mortal la privi e spogli,
prego m’ammezzi l’alta e erta via,
e fie più chiara e certa la tornata.

Breve comentario

Sí, qué necios y torpes somos para reconocer al Señor en nuestras vidas, qué necios y torpes para seguirle, qué necios y torpes para entenderle. Los primeros discípulos tienen la disculpa de ser, eso, los primeros que se enfrentaban a semejante misterio; aunque por ello mismo tuvieron el inmenso privilegio de conocer al Señor en persona, encarnado como uno de tantos, al que pudieron tratar como una realidad tangible, innegable, accesible, completamente humana. Dos mil años después, sabiendo todo lo que sabemos, desde la perspectiva histórica de tantos siglos, seguimos siendo necios y torpes como aquellos primeros discípulos. La paciencia del Señor es verdaderamente inconmensurable...

Así, para que le reconozcan, Jesús ha de volver a explicar las Escrituras desde sus orígenes, ha de volverles a repetir todo lo que les dijo antes de su crucifixión, ha de volverles a partir el pan: ha de volver a darles de comer, como los niños pequeños que son incapaces de hacerlo por sí mismos. ¿Qué se encuentra el Señor a su regreso a la vida? En este pasaje, a unos discípulos entristecidos camino de una aldea, Emaús (¿tal vez huyendo, tal vez intentando pasar desapercibidos?), que piensan que ha muerto un profeta que iba a liberar a Israel. Terrible ignorancia, sin duda; idéntica, insisto, a la nuestra. Seguimos pensando que el Mesías nos ha de liberar de realidades que se nos imponen desde fuera, del exterior. Entonces, del yugo romano, o del poder de los escribas y fariseos; hoy, del globalismo, del imperialismo yanqui de Obama, Clinton o Trump, del capitalismo o del comunismo en lo que vaya quedando de él en las mentes de no pocos y en un resto de naciones, o de la masónica Unión Europea, que ya ni está unida ni sabe ser europea. Pensamos que el Señor nos ha de liberar de todas estas cosas, de estar en el paro, de aprobar ese examen, de liberarnos de tales o cuales problemas, de estrecheces, de... Que Dios nos puede liberar de todas estas cosas es evidente; pero no suele actuar desde el exterior de nosotros mismos, porque de lo que debemos liberarnos ante todo es de nosotros mismos.

Ayer puse el clásico ejemplo de considerar la vida de cada uno de nosotros como una tierra a la que lo externo a ella va sembrando de diversas semillas. Es una imagen potente porque nadie nace de la nada: todos tenemos una biografía, una experiencia de vida que nos ha formado, para bien y para mal. Pero más allá de este ejemplo, y más allá de lo recibido, se halla la libertad humana para actuar en conciencia, en función de nuestros juicios, de nuestros deseos y nuestra voluntad. Como ayer recordaba, el pasado personal influye en esos juicios, deseos y voluntades, pero nunca determina; nunca lo vivido se impone como una fuerza irresistible sobre nuestra libertad, aunque, repito, pueda mediatizarla en no pequeño grado o favorecerla. Así, somos nosotros a su vez sembradores para otras tierras que esperan lo que podamos darle. ¿Y qué les damos?

Miguel Ángel Buonarroti, que lo fue todo en vida, genial escultor, genial pintor, genial arquitecto y también genial poeta, fue una personalidad difícil en grado extremo. Echando una breve ojeada a lo que se ha escrito de él, entresaco estas palabras sobre su carácter de una página web que se basa en una de las biografías más exhaustivas sobre su persona (Miguel Ángel. Una vida épica de Martin Gayford): "asocial, arisco, violento, sobrio (siempre vestía de negro), impetuoso, furioso, huraño, irascible, tosco, burdo, solitario, avaro, usurero, codicioso, con un gran ego, arrogante, capaz de enfadar a los siete Papas con los que, con mayor o menor fortuna, trabajó. «¿Cuándo terminará la Capilla Sixtina?», le preguntó Julio II. «Cuando pueda», le respondió. Genio y figura". Con un fuerte sentido del pecado y de la virtud, era conocedor como nadie de sus limitaciones. Neurótico, vivió acosado por la ansiedad, por su ambición, por su desconfianza hacia el ser humano en general. Pero su talento como su sensibilidad estética eran sencillamente inauditos, extraordinarios, geniales, sin precedentes desde el arte griego de hacía, entonces, dos mil años. Y con esta conciencia de su íntimo desvalimiento ante el Señor escribe su Rima 293, de las 302 que compuso. Este soneto fue escrito ya en su ancianidad, cercano a los ochenta años (murió cuando estaba a punto de cumplir los 89). Puede resultar tal vez desolador el reconocimiento de su fracaso como persona al final de su vida. En él se confiesa con una desnudez mucho mayor que en sus figuras de la Capilla Sixtina:

Cargado de años y de pecados lleno
y con tan triste uso enraizado y fuerte,
cerca me veo de una y otra muerte,
y aún nutro el corazón de ese veneno.

Fuerzas me faltan en este cieno
para cambiar de vida, amor, hábito o suerte,
sin tu divina y luminosa escolta,
de todo falaz camino guía y freno.


[Carico d’anni e di peccati pieno
e col trist’uso radicato e forte,
vicin mi veggio a l’una e l’altra morte,
e parte ’l cor nutrisco di veleno.

Né propie forze ho, c’al bisogno sièno
per cangiar vita, amor, costume o sorte,
senza le tuo divine e chiare scorte,
d’ogni fallace corso guida e freno.]

Tras este reconocimiento de su miseria a la que él, el mayor genio artístico de toda la humanidad y de todos los tiempos, se ve impotente de superar, pide al Señor que le escolte para poder liberarle de sí mismo, de sus muchos pecados, para que cuando el Señor lo llame a su presencia, más sencillo le sea el camino de vuelta al Padre, limpio como él quería, y como no podía:

Caro Señor mío, no basta que anhele
el cielo para que resulte el alma,
como al principio, de la nada hecha.

Antes que del cuerpo la arranques y despojes,
acórtame tan alta y yerta vía,
y mi vuelta será más clara y cierta.


[Signor mie car, non basta che m’invogli
c’aspiri al ciel sol perché l’alma sia,
non come prima, di nulla, creata.

Anzi che del mortal la privi e spogli,
prego m’ammezzi l’alta e erta via,
e fie più chiara e certa la tornata.]

Es de nosotros de lo que tenemos que liberarnos. Lo demás, vendrá por añadidura. Si seguimos pensando que el Señor viene a liberarnos de la Europa masónica, del imperialismo yanqui, de Soros o de Rockefeller, de Rothschild o de los marxistas de último cuño, del hambre en África o de la opulencia occidental, seguiremos sin entender absolutamente nada. Es de nuestros yugos personales, sin duda los más pesados e insoportables, por los que Dios vino y viene a liberarnos, por los que Dios nos sale al encuentro de nuestros caminos, a escoltarnos para que nuestra vuelta sea más clara y cierta.

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