miércoles, 19 de abril de 2017

Lecturas del día, miércoles, 19 de abril. Poema "Tal vez la mano, en sueños..." de Antonio Machado. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,1-10):

En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos.» Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.» Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 104,1-2.3-4.6-7.8-9

R/.
Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: «¿Qué?» Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Poema:
"Tal vez la mano, en sueños..." de Antonio Machado

   Tal vez la mano, en sueños,
del sembrador de estrellas,
hizo sonar la música olvidada
 
   como una nota de la lira inmensa,
y la ola humilde a nuestros labios vino
de unas pocas palabras verdaderas. 

Breve comentario

De las escenas de la Resurrección del Señor que los evangelistas han descrito, mi preferida es la del camino de Emaús. No sabría definir las razones de esta predilección. Quizá sea esa cotidianidad que transmite el suceso; el Señor se aparece como pasando desapercibido, como un anónimo caminante que se encuentra con otros en la misma ruta, y comparten una charla distendida. Quizá sea porque me identifico con la tristeza y el escepticismo de los discípulos, con su ceguera para leer los signos del Señor y por la incomprensión de su mensaje de salvación. Sea como fuere, lo cierto es que no me cuesta nada imaginarme muy vívidamente la escena, y verme en ella con las mismas perplejidades que los díscípulos. Pero también pidiéndole que se quedara conmigo, que me siguiera explicando con esa sencilla clarividencia el sentido de las Escrituras y sentir cómo ardía mi corazón sin saberlo, para, al fin, reconocerle al partir el pan.

La humildad del amor es maravillosa. En verdad, no hay acto de mayor plenitud en este mundo que un alma entregándose por amor a otra. Dios, siendo el Infinito, el Omnipotente, el Omnisciente, la Causa Primera, la Causa de todas las causas, el Creador, es el paradigma absoluto de la humildad que se entrega por amor. Y hasta resucitado, lo hace calladamente, como si fuera un hombre más. Cuando lo reconocen los de Emaús, desaparece; cuando María Magdalena se abalanza sobre Él para comérselo a besos, le dice con ternura: "Noli me tangere", "No me toques" o "Suéltame". Parece un Dios tímido, huidizo, modesto. El amor es así, el verdadero amor: el Amor. Y cuando nos acercamos siquiera un poco a sentir su cálido fuego, nos invade esa ola de humildad, en palabras de D. Antonio.

Si este pasaje de Emaús nos resulta tan cercano a algunos, tal vez en especial para aquellos que hemos vivido procesos de conversión tras una etapa dilatada de alejamiento en la falta de fe y de esperanza, es porque describe a la perfección con una sencillez paradigmática precisamente esto, una conversión, una transformación de los corazones por la presencia actuante del amor del Señor. 

En esta Semana Santa, que deseo que os haya sido especialmente provechosa en ese acercamiento a la figura viva del Señor en vuestras realidades, he sentido una experiencia cierta de su presencia. Cuando esperaba una Semana Santa más bien fría en el terreno de lo espiritual, dadas situaciones personales más bien adversas en este sentido, lo cierto es que, también con modestia y calladamente, he vivido mi particular Viernes Santo, y mi Domingo de Resurrección. Y como los discípulos de Emaús, viví el Viernes Santo como un olvido del Señor, como un abandono, incluso como una agresión a mi esperanza (lo que tuvo incluso un reflejo psicosomático). Sin embargo, llegado el Domingo, y contemplando por casualidad un paso procesional (y eso que no soy muy aficionado a las procesiones) a la salida de la catedral de Granada, una ciudad a la que no volvía desde hacía cuarenta años, en el que aparecía el encuentro de María Magdalena con Cristo resucitado, me sentí de nuevo arder. Desde la fachada del templo, tiraban pétalos a las figuras, que caían también sobre los que estábamos junto al paso, enardecidos. Muy pocas veces en mi vida he sentido una experiencia de mayor coherencia y unidad: la música que acompañaba con los escalofriantes redobles de los tambores y la fuerza liberada de los instrumentos de viento, la lluvia de pétalos, el olor de las flores, el juego de luces y sombras que el magnífico sol de Andalucía y los árboles producían, la solemnidad del momento a la vez que la absoluta sencillez de la Resurrección del Señor, la belleza de las figuras del paso, la desnudez sencilla y a la vez viril de Jesús, la expresión de éxtasis de felicidad de María Magdalena... Es de esas escasísimas ocasiones en la vida en que parece que todo encaja de golpe, con suma sencillez y a la vez con suma rotundidad. 

Sí, entiendo perfectamente lo que sintieron los discípulos de Emaús.   

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