miércoles, 26 de abril de 2017

Lecturas del día, miércoles, 26 de abril. Poema "Ajeno" de Claudio Rodríguez. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,1-10):

Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,99-100.101-102.103-104

R/.
Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero.


Soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos.
Soy más sagaz que los ancianos,
porque cumplo tus leyes. R/.

Aparto mi pie de toda senda mala,
para guardar tu palabra;
no me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido. R/.

¡Qué dulce al paladar tu promesa:
más que miel en la boca!
Considero tus decretos,
y odio el camino de la mentira. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Ajeno de Claudio Rodríguez
 
Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa. 
 
 
Breve comentario
 
No hay mayor fracaso que no servir para lo que se vale: una sal sosa, una luz que no alumbra... Dios nos ha regalado la existencia para algo; tenemos una tarea que hacer, una misión que cumplir: nuestra vida tiene un sentido que nos trasciende, pero que a la vez necesita de nosotros para ser cumplido. Dios cuenta con nosotros para llevar a cabo su plan salvador. Si somos sal, hemos de salar; si somos luz, hemos de alumbrar.

En la vida hay fracasos y fracasos. En función de cuales sean nuestras referencias, metas e ideales, las personas a las que damos crédito, así serán de importantes aquellos. No siempre es malo fracasar, como cuando nuestros objetivos son errados en cuanto que cumplirlos nos hubieran alejado de los queridos por Dios. Hay fracasos mundanos que son una verdadera gracia del Señor, y éxitos mundanos que son una condenación de nuestra alma.
 
Una luz que no alumbra, una sal que no sazona, son fruto de una actitud cerrada a la propia trascendencia de nuestra existencia. Este fenómeno tan común puede deberse a múltiples razones: desconocimiento del sentido trascendente de nuestra vida (no sabemos por qué existimos); mundanización de todos nuestros objetivos (nos movemos por el dinero, para abrirnos camino profesionalmente, por disfrutar de los placeres terrenales, por narcisismo o egoísmo...); por las heridas sufridas a lo largo de la vida que nos han ido marcando y deformando de diversos modos, etc. Sea como fuere, la tarea de todo hombre es descubrirse a sí mismo para dar lo mejor de sí al mundo. 
 
Lo del autoconocimiento es algo que el hombre contemporáneo acepta con facilidad, pues es uno de los dogmas, por así decir, de nuestra postmodernidad. Pero el sentido que le quiero dar es muy distinto al pensamiento usual en nuestros días. Que hay un cierto conocimiento que proporciona diversas técnicas de meditación o sistemas de pensamiento, es algo en general, sin entrar en más detalles, cierto . Pero el autoconocimiento del que hablo no es un simple conocerme yo en mi interioridad para ir depurándome de defectos y carencias, sino un abrirse al origen de nuestro ser, un entrar en relación con el Señor. Desgraciadamente, ese mismo hombre coetáneo nuestro no considera que Dios juegue papel alguno en la tarea de conocerse uno mismo (al menos el Dios de los cristianos). Sin embargo, sólo poniendo nuestra vida bajo la perspectiva del Señor podremos descubrir cuál es la luz que Él nos ha concedido, el sabor que debemos dar a nuestra vida y a los demás, pues son dones que ya poseemos por su gracia. Y esto exige silencio, oración, reflexión, fe, Iglesia... y, sobre todo capacidad de amar, que es el eje fundamental de todos los dones posibles con los que Dios nos regala: ¿cuál es el bien que puedo aportar a este mundo para hacerlo mejor? El Señor da capacidad a todos, insisto, a todos, para aportar algo bueno, alguna luz, algún sabor a la vida de la humanidad. Es cierto que en medidas y tipos muy diversos para cada persona; pero para todos nos exige lo mismo: descubrir lo que podemos dar que ya poseemos. De lo contrario, como dice el poeta, en el colmo de la esterilidad, no habitaremos ni nuestra propia casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.