sábado, 1 de abril de 2017

Lecturas del día, sábado, 1 de abril. Poema "Cántico" de Leopoldo Panero. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (11,18-20):

El Señor me instruyó, y comprendí,
me explicó todas sus intrigas.
Yo, como manso cordero,
era llevado al matadero;
desconocía los planes
que estaban urdiendo contra mí:
«Talemos el árbol en su lozanía,
arranquémoslo de la tierra de los vivos,
que jamás se pronuncie su nombre».
Señor del universo,
que juzgas rectamente,
que examinas las entrañas y el corazón,
deja que yo pueda ver
cómo te vengas de ellos,
pues a ti he confiado mi causa.
Palabra de Dios

Salmo

Sal 7,2-3.9bc-10.11-12

R/.
Señor, Dios mío, a ti me acojo

Señor, Dios mío, a ti me acojo,
líbrame de mis perseguidores y sálvame;
que no me atrapen como leones
y me desgarren sin remedio. R/.

Júzgame, Señor, según mi justicia,
según la inocencia que hay en mí.
Cese la maldad de los culpables,
y apoya tú al inocente,
tú que sondeas el corazón y las entrañas,
tú, el Dios justo. R/.

Mi escudo es Dios,
que salva a los rectos de corazón.
Dios es un juez justo,
Dios amenaza cada día. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (7,40-53):

En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: «Este es de verdad el profeta». Otros decían: «Este es el Mesías». Pero otros decían: «¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?». Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: «¿Por qué no lo habéis traído?». Los guardias respondieron: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Los fariseos les replicaron: «También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos». Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?». Ellos le replicaron: «¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas». Y se volvieron cada uno a su casa.

Palabra del Señor

Poema:
Cántico de Leopoldo Panero

Es verdad tu hermosura. Es verdad. ¡Cómo entra
la luz al corazón! ¡Cómo aspira tu aroma
de tierra en primavera el alma que te encuentra!
Es verdad. Tu piel tiene penumbra de paloma.

Tus ojos tienen toda la dulzura que existe.
Como un ave remota sobre el mar tu alma vuela.
Es más verdad lo diáfano desde que tú naciste.
Es verdad. Tu pie tiene costumbre de gacela.

Es verdad que la tierra es hermosa y que canta
el ruiseñor. La noche es más alta en tu frente.
Tu voz es la encendida mudez de tu garganta.
Tu palabra es tan honda, que apenas si se siente.

Es verdad el milagro. Todo cuanto ha nacido
descifra en tu hermosura su nombre verdadero.
Tu cansancio es espíritu, y un proyecto de olvido
silencioso y viviente, como todo sendero.

Tu amor une mis días y mis noches de abeja.
Hace de mi esperanza un clavel gota a gota.
Desvela mis pisadas y en mi sueño se aleja,
mientras la tierra humilde de mi destino brota.

¡Gracias os doy, Dios mío, por el amor que llena
mi soledad de pájaros como una selva mía!
Gracias porque mi vida se siente como ajena,
porque es una promesa continua mi alegría,

porque es de trigo alegre su cabello en mi mano,
porque igual que la orilla de un lago es su hermosura,
porque es como la escarcha del campo castellano
el verde recién hecho de su mirada pura.

No sé la tierra fija de mi ser. No sé dónde
empieza este sonido del alma y de la brisa,
que en mi pecho golpea, y en mi pecho responde,
como el agua en la piedra, como el niño en la risa.

No sé si estoy ya muerto. No lo sé. No sé, cuando
te miro, si es la noche lo que miro sin verte.
No sé si es el silencio del corazón temblando
o si escucho la música íntima de la muerte.

Pero es verdad el tiempo que transcurre conmigo.
Es verdad que los ojos empapan el recuerdo
para siempre al mirarte, ¡para siempre contigo,
en la muerte que alcanzo y en la vida que pierdo!

La esperanza es la sola verdad que el hombre inventa.
Y es la verdad la esperanza, y es su límite anhelo
de juventud eterna, que aquí se transparenta
igual que la ceniza de una sombra en el suelo.

Tú eres como una isla desconocida y triste,
mecida por las aguas, que suenan, noche y día,
más lejos y más dulce de todo lo que existe,
en un rincón del alma con nombre de bahía.

Lo más mío que tengo eres tú. Tu palabra
va haciendo débilmente mi soledad más pura.
¡Haz que la tierra antigua del corazón se abra
y que sientan cerca la muerte y la hermosura!

Haz de mi voluntad un vínculo creciente.
Haz melliza de niño la pureza del hombre.
Haz la mano que tocas de nieve adolescente
y de espuma mis huesos al pronunciar tu nombre.

El tiempo ya no existe. Sólo el alma respira.
Sólo la muerte tiene presencia y sacramento.
Desnudo y retirado, mi corazón te mira.
Es verdad. Tu hermosura me borra el pensamiento.

Tengo aquí mi ventura. Tengo la muerte sola.
Tengo en paz mi alegría y mi dolor en calma.
A través de mi pecho de varón que se inmola
van corriendo las frescas acequias de tu alma.

La presencia de Dios eres tú. Mi agonía
empieza poco a poco como la sed. ¡Tú eres
la palabra que el Ángel declaraba a María,
anunciando a la muerte la unidad de los seres!

Breve comentario

A nada que en el corazón del hombre se mantenga un resto incontaminado, la presencia de la verdad no pasa desapercibida, y se podría decir que se impone por sí misma. De hecho, para que la verdad no brille, la mentira en todas sus formas debe realizar esfuerzos denodados y duraderos. Así lo vemos hoy en Occidente con verdadero pasmo: qué esfuerzo legislativo aprobando una y otra vez no-leyes (es decir, falsas leyes que no poseen capacidad de obligar a una conciencia recta dada la inmoralidad de sus contenidos), cuánta deseducación, cuánta burda propaganda, qué campañas en casi todos los medios de comunicación, cuánto fervor ideológico, cuánta unanimidad política, cuánto despliegue institucional y presupuestario, cuántas grandes empresas apoyando e invirtiendo dinero para hacer prevalecer la mentira: el aborto, la ideología de género y su homosexualismo irrespirable, los falsos derechos inhumanos, el divorcio, la eutanasia, la anticoncepción, la sexualidad banalizada, la destrucción del matrimonio y de la familia natural, de la paternidad, de la maternidad y de la infancia constituida ya como terreno a pervertir, del sentido de la autoridad y del sentido de la obediencia... En definitiva, cuánto esfuerzo para odiar a Dios y su obra, para expulsarlo del corazón de cada uno de los hombres, para matarlo una y otra vez, en sucesivas crucifixiones...

Pero la verdad posee una fuerza que ninguna otra realidad alcanza. La verdad es el cimiento y la esencia misma del ser, de todo lo que es, de la existencia de todo ente. Y en el hombre en particular esto es una evidencia palmaria, pues no en vano estamos hechos a imagen y semejanza del Creador. Para desviar el cauce de este poderosísimo río no hay obra humana de ingeniería posible. Es cierto que en nuestras culturas occidentales el despliegue hoy es máximo, como nunca antes en ningún periodo de la historia humana. Una razón envanecida de sus logros empíricos, se ha desligado del tronco de la fe del que es hija, para entrar en un creciente proceso delirante que camina de forma inexorable, si no lo detenemos, hacia nuestra destrucción. Destrucción que sería total, como individuos, como colectivo social y como civilización. Una razón desligada de su fuente lleva a la muerte como a su puerto natural. Y hacia allí caminamos con paso cada vez más firme.

Todo el excurso anterior viene justificado por el hecho que el evangelio destaca hoy. La verdad de Dios se abre de forma natural en el corazón de los sencillos (que no olvidemos que siempre son mayoría en todas las sociedades), a pesar del dominio cultural y religioso de siglos que las autoridades judías habían establecido a la hora de interpretar la Palabra de Dios. Las gentes oyen a Jesús predicar y quedan enamorados de su palabra, de su autoridad, de su sabiduría, de su comprensión, de su sencillez y apertura, de su coherencia, del amor que subyace en todo lo que dice, muestra y defiende, en perfecta unidad de sentido. La Verdad se impone por sí misma. Así, son "embaucados", en palabras de los defensores del pensamiento único y políticamente correcto, fariseos de buen corazón y buen entendimiento, los guardias del templo («Jamás ha hablado nadie como ese hombre», confiesan con conmovedora sencillez estos hombres encallecidos por su labor y sometidos a disciplina, a pesar de lo cual les resultó imposible detenerle ante tanta belleza) y una multitud de personas que perciben con claridad lo bueno, bello y verdadero allí donde lo encuentran, aunque no posean formación ni estudios. Y como ahora, aunque en proporciones muy inferiores a lo que padecemos hoy, los dirigentes del judaísmo oficial desplegaron todos los medios que tuvieron a su alcance para neutralizarlo. Y como hoy, por más que lo crucificasen, la verdad resucita con toda su fuerza una y otra vez, con toda la evidencia de su belleza y de su bien.

Precisamente porque me recuerda al estado de arrobamiento que sentimos cuando estamos ante alguien verdaderamente atractivo, ante alguien que refleja verdad, integridad y plenitud, es por lo que he elegido el poema "Cántico" del poeta católico Leopoldo Panero, que no es más que un poema de amor. Fue escrito en pleno enamoramiento de la que sería su esposa, Felicidad Blanc, cuando eran unos jóvenes novios. Se da la circunstancia que en Leopoldo Panero coincidieron biográficamente el momento de su conversión a la fe (el poeta hasta entonces no era creyente) con su amor por Felicidad; de algún modo vivió una explosión de amor tanto en sentido vertical trascendente como en sentido horizontal inmanente. De nuevo, la verdad se impone, ¡y de qué forma en algunas ocasiones! Por ello me encanta esta confusión estética con la que juega el poeta a lo largo de la composición. ¿A quién le habla: a Dios, o a su amada? A los dos, pues aunque el desencadenante concreto fuera su mujer, lo cierto es que él reconoce que esa capacidad de amarla sólo le ha podido venir de su amor a Dios que entonces también comenzaba a descubrir. Para despejar cualquier duda, el título del poema evoca con toda intencionalidad el maravilloso "Cántico Espiritual" de san Juan de la Cruz, en el que también se describe a lo humano los amores místicos del alma que busca unirse a Dios (como sabemos, a su vez esta magna composición de nuestro místico abulense se inspiró en el bíblico Cantar de los Cantares).

Nada podrán, pues, a pesar de tanto despliegue, y por muchas crucifixiones a las que nos sometan (muerte social o incluso física, persecución y acoso, aislamiento y criminalización de nuestras convicciones, o tildarnos de talibanes, integristas, teocráticos, ultracatólicos o ultraderechistas, sectarios, fascistas, reprimidos, populistas u "opción inútil"), la verdad se impone por sí misma, pues estamos hechos para la Verdad y por la Verdad. No existe fuerza más poderosa e ingente que ésta. Como señala magníficamente en su último verso el poeta, anunciaremos "a la muerte la unidad de los seres."

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