martes, 4 de abril de 2017

Lecturas del día, martes, 4 de abril. Poema "Si nadie entiende..." de Ernestina de Champourcin. Breve comentario

Primera lectura
Lectura del libro de los Números (21,4-9):

En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edón. El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia». El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes». Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: «Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla». Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 101,2-3.16-18.19-21

R/.
Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti


Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco,
escúchame enseguida. R/.

Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones. R/.

Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (8,21-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?». Y él les dijo: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

Palabra del Señor

Poema:
"Si nadie entiende..." de Ernestina de Champourcin 

Si nadie entiende,
         ¿qué importa?


Si juzgan a flor de piel,
        ¿qué importa?

Si me van dejando sola,
        ¿qué importa?
 
Mientras Tu sigas estando,
        ¿qué importa?

Mientras mi fe no se quiebre,
        ¿qué importa?
 
Camino por tu camino.
Las demás sendas,
        ¿qué importan?

Más allá de las palabras, del mundo,
de otros caminos, Tú eres
        ¡y es lo que importa! 


Breve comentario

Quien es del mundo, es decir, quien pone su mirada, su interés y sus ideales en la vida terrenal y contingente, le suele ser muy difícil comprender las cosas del cielo. Tiene su lógica: quien siempre está mirando al suelo, no verá nunca el horizonte. Dios no nos exige, o no a la mayoría al menos, que nos desentendamos por completo del mundo, sino que sea Él el centro de nuestras preferencias. Podemos poner en todos nuestros intereses y actividades cotidianas a Dios en el centro de los mismos: Dios en nuestra familia, Dios en nuestro trabajo; Dios en nuestro ocio; Dios en nuestras relaciones humanas; Dios en nuestras dichas y en nuestras desgracias... Poner a Dios en todo es posible aun en medio de un mundo como este. No es fácil, sin duda, pues como vimos ayer, nuestra debilidad en el pecado hace que rápidamente el mundo tome el lugar que debería ocupar Dios: esa rivalidad con el compañero de trabajo, esa chica preciosa que nos ha sonreído, ese conflicto con el pariente que está enquistado, el vecino insoportable, el pago de los impuestos, ese maldito dolor de espalda que no se va, nuestros insufribles dirigentes... No es fácil, no. Ciertamente los que se han consagrado a la vida contemplativa lo tienen un poco más sencillo que los que estamos en mitad de esta selva de egos. Pero el Señor quiere para cada uno una forma de vida con la que darle gloria; y debemos descubrir como tarea esencial cuál es nuestra vocación para servirle mejor. No todos podemos ser contemplativos. Por desgracia...

Los judíos, centrados en sí mismos, en el cumplimiento de la ley desde el orgullo de saberse los elegidos por Dios, no se enteran de quién tenían en frente: al que esperaban. Y aún siguen esperando después de dos mil años de su venida, y de todo el devenir histórico del cristianismo desde entonces, y de los actuales 2200 millones de bautizados en el Señor, sumando católicos, protestantes y ortodoxos, lo que representa un tercio de la población mundial, el grupo religioso más numeroso del planeta. Pero ahí siguen sin darse por enterados un 0,2 por ciento de la humanidad, unas veinte millones de personas. Nuestros hermanos mayores en la fe son gente decididamente obstinada. Y la obstinación no siempre supone lucidez.

Pero está en la naturaleza libre del hombre el que algunos se conviertan y otros no. Es un misterio el que Dios nos quisiera libres y a la vez frágiles o fáciles para utilizar mal nuestra libertad. Si no le reconocemos, ya estemos bautizados o no, seamos judíos o católicos, si vivimos como si Dios no existiera, ciertamente moriremos de nuestros pecados. Ayer veíamos cómo el Señor perdonó a la adúltera. No sabemos lo que ésta hizo después con su vida; si hubo una conversión de vida o no. Si el perdón del Señor sólo le supuso que la salvase del trance de ser lapidada, esa mujer siguió tan ciega como los judíos del evangelio de hoy, y si siguió en la misma dinámica de vida, esa mujer probablemente acabaría tarde o temprano bajo las piedras de sus lapidadores, y lo que es aún peor, en la lapidación eterna del infierno. No es baladí el que reconozcamos a Dios en nuestras vidas; de lo contrario, moriremos por nuestros pecados.     

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