miércoles, 8 de noviembre de 2017

Lecturas del día, miércoles, 8 de noviembre. Poema "Por rincones de ayer" de José Agustín Goytisolo. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (13,8-10):

A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 111,1-2.4-5.9

R/.
Dichoso el que se apiada y presta

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.

En las tinieblas brilla
como una luz el que es justo,
clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos. R/.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33):

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Por rincones de ayer de José Agustín Goytisolo
 
En lugares perdidos
contra toda esperanza
te buscaba.

En ciudades sin nombre
por rincones de ayer
te busqué.

En horas miserables
entre la sombra amarga
te buscaba.

Y cuando el desaliento
me pedía volver
te encontré.  
 
Breve comentario
 
Seguir a Jesús puede ser lo más sencillo del mundo o lo más difícil. La premisa para lograrlo, sin embargo, no es sencilla: "Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío." Llevar la cruz o las cruces de cada uno sólo se puede soportar en íntima unión con el Señor. Aún entonces la naturaleza humana, débil, nos hace caer: la cruz sin el Señor sólo nos lleva al pecado; el dolor vivido sin trascendencia no ayuda a crecer, destruye, nos impide cumplir con el mandato divino. 
 
Si por nuestra salvación se ha pagado un precio muy alto, la misma sangre del Señor, para seguirlo no podemos huir del dolor en sus mil manifestaciones. Está bien hacer énfasis en la misericordia de Dios, pero no podemos dejar a un lado la realidad de que tal misericordia se hace efectiva en el alma arrepentida, en el corazón que le busca aun sin ser consciente de ello, en aquel que comienza a reconocer su dolor y ponerlo a los pies de la cruz del Señor para poder sobrellevarlo con su ayuda. La misericordia no es posible sin una revisión de vida, sin una voluntad de seguir al Señor, aun cuando la carga de nuestros sufrimientos nos haga caer una y otra vez. No importa caer si luego nos levantamos: el Señor cayó tres veces en su Pasión, y se levantó para volver a cargar con la cruz que no era suya, sino de todos. El sin pecado cargó con los nuestros, con todos ellos, con el pecado de todos los hombres de todos los tiempos, por amor. Y no sólo cargó con el peso de nuestras ignominias, sino que se dejó clavar en ellas y por ellas. ¿Cómo podemos pretender seguirle sin hacernos cargo de nuestras cruces?, ¿gozar de su misericordia sin conversión de vida?

Caeremos muchas veces, la cruz se nos hará muy pesada (una cruz ligera no es una cruz), pero la certeza de que el Señor cargó con ella, con la nuestra, con la de cada uno, mucho antes que nosotros debe darnos el aliento para levantarnos una y otra vez sin desesperar. Sin Él no podemos nada (nada bueno, se entiende); con Él lo podemos todo, incluso podremos con las cruces más pesadas.

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