sábado, 13 de mayo de 2017

Lecturas del día, sábado, 13 de mayo. Poema "Siempre la claridad viene del cielo..." de Claudio Rodríguez. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,44-52):

El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”». Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio. Estos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97,1-2ab.2cd.3ab.3cd-4

R/.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios


Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,7-14):

«Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

Palabra del Señor
 
Poema:
"Siempre la claridad viene del cielo..." de Claudio Rodríguez
 
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!

Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el brazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
 
 
Breve comentario
 
Realmente es difícil comprender desde la sola razón las relaciones que existen entre las Personas divinas: el Padre está en el Hijo, y ese "estar" le hace al Hijo Padre, capaz de lo que el Padre puede, hablar con sus palabras, actuar como el Padre actúa. Y si esto lo hacemos extensible al Espíritu Santo, ya la complejidad es inextricable. La naturaleza de Dios, su estructura interna, por así decir, es el misterio de todos los misterios, una realidad que nos desborda por completo.
 
Sin embargo, cuando pensamos en los procesos que el amor genera en la vida de todos nosotros, podemos vislumbrar algo de este misterio. En la relación amorosa de un padre con su hijo (o de una madre con su hija) se producen efectos que recuerdan un poco a esta extraña asimilación de identidades. En un hijo que ama a su padre y que por ello se ha identificado con él, es decir, que ha interiorizado su forma de ser, sus gestos, sus palabras, su pensamiento, podríamos decir que existe una cierta inhabitación del hijo por su padre: el padre está en el hijo, y en cuanto está, su presencia sigue actuando en su vástago. Aunque es una imagen sólo aproximada, nos ayuda a entender esta aparente contradicción que encierra que alguien pueda ser otro y actuar como si fuera ese otro, si bien en Dios la identidad entre las Personas divinas es total (Dios es uno, aunque sea trino), mientras en la criatura humana el hijo, por mucho que ame a su padre y se haya identificado con él, siempre es una identidad diferenciada de aquel.
 
Es muy comprensible la confusión de los apóstoles y la pregunta de Felipe. El que esto escribe renuncia a entender, siquiera sea con las posibilidades e instrumentos racionales que nos concede la Teología, las honduras de este misterio. Como psicólogo y como persona hijo de un padre al que amó, me basta con esos procesos mentales afectivos que he descrito someramente más arriba para hacerme una idea de que quien ve o siente a Jesús es capaz de ver o sentir en Él al Padre. No tenemos que explicarnos todo de un modo racional y con detalle. Dios no nos exige eso; sabe que es imposible para nosotros. Las realidades más profundas en las que se apoya nuestra naturaleza no pueden ser explicadas, ni siquiera descritas, desde la metodología científica. El amor es inexplicable, aunque la ciencia intente abarcarlo desde sus categorías (genes, hormonas, pulsiones, instintos, aprendizaje, procesos de identificación, internalización e introyección, conducta, hábito, cognición, evaluación de inputs...). Un afamado psicoanalista profesor mío, materialista y agnóstico, además de narcisista y un tanto cínico, muy convencido de sus conocimientos y confiado en que la naturaleza afectiva humana podía ser descrita con precisión desconocida por sus complejos algoritmos y esquemas, de los que se hallaba muy ufano (y gracias a los cuales pensaba vender muchos ejemplares de su obra y que le siguieran contratando como profesor en la prestigiosa universidad privada -por cierto, católica-), concluyó un día sus prolijas explicaciones con esta pregunta que él pretendía retórica: "Pues, en definitiva, ¿qué es el amor?", mientras señalaba con altivez la pizarra repleta de sus esquemas. Seguro que lo que explicaba aquel caballero no lo era.

Quedémonos con la imagen poética de la luz, de la claridad, que tan sabiamente maneja Claudio Rodríguez; de esa luz que se da, que necesita alumbrar, porque la luz sólo puede alumbrar, como quien es Amor sólo puede Amar:
"Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
(...)
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el brazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
"  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.