martes, 2 de mayo de 2017

Lecturas del día, martes, 2 de mayo. Poema "Quiero morir si de mi vida no hallo..." de Silvina Ocampo. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (7,51–8,1a):

En aquellos días, dijo Esteban al pueblo y a los ancianos y escribas: «¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la ley por mediación de ángeles y no la habéis observado». Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Luego, cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y, con estas palabras, murió. Saulo aprobaba su ejecución.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 30,3cd-4.6ab.7b.8a.17.21ab

R/.
A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. R/.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,30-35):

En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

Palabra del Señor

Poema:
"Quiero morir si de mi vida no hallo..." de Silvina Ocampo

Quiero morir si de mi vida no hallo
la meta del misterio que me guía,
quiero morir, volverme ciega y fría
como la planta que fulmina el rayo.

Si lo que ansío decir es lo que callo,
y si he de aborrecer lo que quería
sin asco y sin vergüenza hasta este día,
si todo lo que intento es mero ensayo,

será porque he vivido de mentiras.
Por no morir quiero morir. El viento
que suena entre los muros con sus liras

o el hibisco bermejo, o el fragmento
de la luna, siempre algo, hasta mi queja,
me deslumbra y me deja más perpleja. 

Breve comentario

No hay sufrimiento más hondo y más difícilmente soportable que padecer un hambre y una sed que no pueden ser saciados. Y aún peor, estar hambriento y sediento de no se sabe qué. El dolor de la carencia junto al desconocimiento de lo que nos da la verdadera satisfacción, la plenitud de todas nuestras necesidades, el final de todas nuestras búsquedas, nos conduce a la desesperación más profunda. Desgraciadamente nuestra debilidad ha construido un mundo de mentiras y de simulaciones, de apariencias y reflejos vanos que apenas son capaces de mitigar nuestras necesidades más esenciales, que son siempre las de amar y ser amados.

Por supuesto, el mundo construido por el hombre, debilitado por sus pecados, no puede sostenerse por sí mismo: la mentira es débil por definición; sobre ella no puede construirse nada sólido. Sobre ese mundo o, si se quiere, por debajo de él, reside la obra de Dios que siempre sobreabunda a pesar de tanto mal. Nuestra naturaleza tiende al bien como a su fin más elemental. Por ello, el hombre sabe, incluso sin apenas haberlo vivido, que su plenitud no reside en las mentiras a las que cotidianamente se abandona, sino en la verdad que busca incluso sin pretenderlo. La búsqueda del sentido de nuestra vida, de la verdad de lo que somos, no es un ejercicio de intelectuales, de iniciados, de sacerdotes o de sabios: no sólo ellos necesitan amar y ser amados. 

Dios nos ofrece el pan de vida, el que verdaderamente sacia para siempre. Bien, se me dirá ¿y en dónde encontramos ese pan? ¿Cómo conseguir que nos dé de ese pan? Lo primero es abrir nuestro corazón al Señor, pedir que nos lo abra (aunque ya el mismo acto de la petición es una inciativa suya). Nada ocurre en nuestra vida no sólo sin que Él lo sepa, sino sin que Él lo permita. Por supuesto, el mal que nos suceda no es deseado por Dios; pero es permitido o tolerado para un otro fin que suele escapársenos. Solemos decir en nuestro castellano popular que en el pecado llevamos la penitencia, y es estrictamente cierto. Un corazón cerrado a Dios está abandonado a sus propias fuerzas, que es tanto como decir a sus propias desesperaciones: carece de apoyos, o sólo los que el mundo humano concede, que ya sabemos que está hecho fundamentalmente de apariencias, reflejos y debilidades. Construirse sin Dios es un trabajo no sólo extraordinariamente arduo, sino una tarea en esencia estéril y destinada al fracaso, a pesar de los éxitos mundanos más brillantes que puedan obtenerse, éxitos que nos dejan con más sed y más hambre de ellos, de las mentiras a las que nos hemos entregado, pues hemos puesto en ellas todas nuestras expectativas.

Como la poeta hemos de desear morir a ese mundo de las apariencias, para buscar en nuestro corazón y en el de los demás la verdad que ocultamos bajo los escombros de tanta y tanta mentira. Ello es posible porque Dios espera y promueve, muchas veces con el concurso del sufrimiento que nuestros pecados (y el de los demás) nos infligen, que la verdad de la que estamos hechos prevalezca, incluso aunque ello suponga el fracaso a ojos del mundo, la exclusión de lo aceptado socialmente, la opresión cierta y aplastante del mundo regido por la mentira, por ese hambre y esa sed insaciables que nos imponen con sus sucedáneos de satisfacción, de un deseo que es sólo muerte pues persigue aquello que nos destruye. Acérquemonos a esta fuente de agua viva que está en nosotros mismos, pues Dios nos la puso en nuestros corazones como anhelo de bien, de verdad y de belleza. ...Como anhelo de Él.

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