martes, 28 de junio de 2016

Lecturas del día, martes, 28 de junio. Poema "El espejo ovalado" de María Elvira Lacaci. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la profecía de Amós (3,1-8;4,11-12):

Escuchad esta palabra que dice el Señor, hijos de Israel, a todas las familias que saqué de Egipto:
«A vosotros solos os escogí, entre todas las familias de la tierra; por eso os tomaré cuentas por vuestros pecados. ¿Caminan juntos dos que no se conocen? ¿Ruge el león en la espesura sin tener presa? ¿Alza su voz el cachorro en la guarida sin haber cazado? ¿Cae el pájaro por tierra si no hay una trampa? ¿Salta la trampa del suelo sin haber atrapado? ¿Suena la trompeta en la ciudad sin que el pueblo se alarme? ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor? Que no hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profetas. Ruge el león, ¿quién no teme? Habla el Señor, ¿quién no profetiza? Os envié una catástrofe como la de Sodoma y Gomorra, y fuisteis como tizón salvado del incendio, pero no os convertisteis a mí –oráculo del Señor–. Por eso, así te voy a tratar, Israel, y, porque así te voy a tratar, prepárate a encararte con tu Dios.»

Palabra de Dios

Salmo

Salmo 5,5-8

R/.
Señor, guíame con tu justicia

Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia. R/.

Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero
lo aborrece el Señor. R/.

Pero yo, por tu gran bondad,
entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,23-27):

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»

Palabra del Señor

Poema:
El espejo ovalado de María Elvira Lacaci

Un espejo ovalado.
Un radiador pequeño de calefacción.
Mis manos calentándose.
Mis ojos
se clavaron en él.
Un rostro, que no reconocí,
me miraba
paralíticamente avejentado.

Afloraba
a los oscuros ojos de aquel rostro
un profundo dolor
que venía de adentro. Que era oscuro y tenaz.
Cristalizó.
Y, en forma de agua amarga,
resbaló
hasta la piel de mis zapatos húmedos.

Un caos
de innumerables dardos afilados
castigó mis sentidos.
Con las manos abiertas golpeé la pared
de ambos lados del espejo ovalado.
                ¡Dios es bueno!
Me asusté de mi grito.
Los dueños de la casa al otro lado...
Acerqué mis oídos al tabique azotado.
La radio transmitía un estridente mambo.
Respiré sosegada. Me arrojé sobre el lecho.
Y miré largo rato
los fantasmas
que la humedad
había dibujado sobre las paredes.

Breve comentario

¿De qué mar, de qué naufragios nos habla el Señor en este pasaje memorable? El mar es una de las realidades naturales más bellas y poderosas que existen. Como el propio ser humano. En sintonía con las lecturas de estos dos últimos días, la atención la debemos dirigir hacia aquello que nos impide vivir la presencia de Cristo en nuestras vidas. No hay peor naufragio que una vida sin Dios. Entonces, vamos a la deriva, a merced de nuestros impulsos, instintos, miedos, errores, vacíos, heridas... Y podemos perdernos en tales tempestades hasta ahogarnos.

¿Qué mar desea el Señor que anide en nuestras almas? Aquel en el que podamos navegar hacia Él, confiados en su dirección, como el timonel de nuestras vidas. A veces, en mitad de un sinfín de problemas nos sentimos perdidos, desbordados, abandonados incluso a nuestra suerte. A nuestra suerte y a nuestra muerte. Y, sí, nos acobardamos, pues ponemos en nuestras fuerzas todas las esperanzas, ¡como si fueran nuestras! Entonces, nos asustamos y vemos el naufragio como algo inminente. Sólo cuando volvemos nuestra mirada a Dios, cuando dejamos a un lado nuestra ilusión de omnipotencia o nuestra desconfianza a lo que no controlamos, podemos volver a ver la realidad como es y no como la imaginamos. Puede ser que el mar esté bravío en verdad, o puede ser también que, como en el dicho popular, nos ahoguemos en un vaso de agua; en cualquier caso, sabremos actuar, pues será Dios quien ya nos habite. La presencia real de Dios en nuestro corazón nos hace superar todo naufragio, vengan como vengan o sean como sean las aguas de nuestros sufrimientos.

El poema de Elvira (qué profunda es siempre la poesía de las mujeres, ¡incluso las de aquellas que son capaces de expresarla!) se describe solo. Lo que comente, estropearía su magia. Una vida de sufrimiento y soledad resumida en la contemplación ante el espejo de su rostro prematuramente envejecido. Pero ni siquiera la dura contemplación del derrumbe de su feminidad, la hace dudar de la bondad de Dios. Y símbolo de los tiempos que vivimos, se preocupa de que los vecinos la hayan oído proclamar tal verdad: es de locos gritar que Dios es bueno tras una vida nada fácil; no perder la fe ante la ruina, el naufragio de la propia belleza corporal. Esa mujer que se deja caer, agotada, en su cama, en su humilde habitación con humedades y pequeño radiador, se halla en la cumbre de su feminidad más excelsa, más mujer que nunca, más bella que nunca, más querida por Dios que nunca. No naufragó.

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