jueves, 9 de junio de 2016

Lecturas del día, jueves, 9 de junio. Poema "Salmo VII" de Francisco de Quevedo. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del primer libro de los Reyes (18,41-46):

En aquellos días, Elías dijo a Ajab: «Vete a comer y a beber, que ya se oye el ruido de la lluvia.»
Ajab fue a comer y a beber, mientras Elías subía a la cima del Carmelo; allí se encorvó hacia tierra, con el rostro en las rodillas, y ordenó a su criado: «Sube a otear el mar.»
El criado subió, miró y dijo: «No se ve nada.»
Elías ordenó: «Vuelve otra vez.»
El criado volvió siete veces, y a la séptima dijo: «Sube del mar una nubecilla como la palma de una mano.»
Entonces Elías mandó: «Vete a decirle a Ajab que enganche y se vaya, no le coja la lluvia.»
En un instante se oscureció el cielo con nubes empujadas por el viento, y empezó a diluviar. Ajab montó en el carro y marchó a Yezrael. Y Elías, con la fuerza del Señor, se ciñó y fue corriendo delante de Ajab, hasta la entrada de Yezrael.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 64,10.11.12-13

R/.
Oh Dios, tú mereces un himno en Sión

Tú cuidas de la tierra,
la riegas y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales. R/.

Riegas los surcos,
igualas los terrenos,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes. R/.

Coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,20-26):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.»

Palabra del Señor

Poema:
Salmo VII de Francisco de Quevedo

¿Dónde pondré, Señor, mis tristes ojos
que no vea tu poder divino y santo?
Si al cielo los levanto,
del sol en los ardientes Rayos Rojos


te miro hacer asiento;
si al manto de la noche soñoliento,
leyes te veo poner a las estrellas;
si los bajo a las tiernas plantas bellas,


te veo pintar las flores;
si los vuelvo a mirar los pecadores
que tan sin rienda viven como vivo,


con Amor excesivo,
allí hallo tus brazos ocupados
más en sufrir que en castigar pecados. 

Breve comentario 

No cabe duda de que la moral cristiana es exigente. Abandonados a nuestras propias fuerzas, es de imposible seguimiento. Todo el mundo entiende el principio judío del ojo por ojo y diente por diente, pero la justicia divina del perdón no se puede hacer nuestra más que bajo una profunda experiencia del amor de Dios en nosotros. Es, sin duda, un "Amor excesivo", pero que precisamente por serlo nos capacita para lo excesivo e incluso lo imposible. Perdonar, devolver el mal con bien, rogar por quienes nos odian, y, en fin, en derroche de gracia, amarlos, sólo lo podemos lograr con Dios en nuestro corazón. Es éste un proceso perpetuo de renovación de nuestra fe, de auténtica conversión, pues, como acabo de decir, nuestra naturaleza empuja en la dirección contraria, y cuanto más mal nos hacen, más mal deseamos hacer.

Cuando todo ello se vive en un mundo que no conoce ni reconoce a Dios en absoluto, se hace difícil no caer en la tentación de devolver el golpe, siquiera sea para protegernos. Pero Dios nos veda este tipo de espurias satisfacciones. En verdad, no hay fe si no lo ponemos todo en Dios. El mal, aunque vivamos en un mundo malvado hasta la abyección, es siempre, incluso hoy, un puro escándalo, pues aunque nuestra naturaleza sea pecadora y tiende al mal, la plenitud de la que hablaba Jesús en el pasaje de ayer sólo puede conocerse en el bien, en la verdad y en la belleza. En el amor, en definitiva. Y eso también está inscrito en el corazón de cada hombre, y de un modo mucho más profundo y sólido que su debilidad pecadora.

Muchas veces la belleza de la bondad nos hace sentirnos desnudos. Y desnudo en varios sentidos. Primero, porque resalta nuestra fealdad moral, nuestra miseria espiritual, nuestros egoísmos y debilidades. Pero también nos hace sentirnos desnudos en cuanto indefensos, como si nos dejara inermes, sin recursos para afrontar esta selva de egoísmos y narcisismos implacables y destructivos. Parece que debemos endurecer nuestro corazón para vivir en medio de esta sociedad decadente y degradada. El Señor nos dice que no. Que no hay mayor fortaleza que la debilidad de ponerlo todo en Dios, de tener fe en su gracia, de perdonar, de amar en toda circunstancia, de poner a los pies de la Cruz todos nuestros sufrimientos, los que sean, los propios y los provocados por el pecado de los demás. Y con Él se puede, claro que se puede. Dejémonos hacer por Él; de lo contrario, otros nos harán en nosotros.

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