miércoles, 30 de marzo de 2016

Lecturas del día, miércoles, 30 de marzo. Poemas "Emaús", "Un día me miraste..." y "Cuando llegue la noche" de Ernestina de Champourcin. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,1-10):

En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna.
Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos.»
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.»
Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 104,1-2.3-4.6-7.8-9

R/.
Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Poema:
Emaús de Ernestina de Champourcin

Porque es tarde, Dios mío,
porque anochece ya,
y se nubla el camino;
porque temo perder
las huellas que he seguido,
no me dejes tan sola
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro,
y escudriñé curiosa
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de Ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa;
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!...
¡Quédate al fin conmigo!

"Un día me miraste..." de Ernestina de Champourcin

Un día me miraste
como miraste a Pedro…
No te vieron mis ojos,
pero sentí que el cielo
bajaba hasta mis manos.
-¡Qué lucha de silencios
libraron en la noche
tu amor y mi deseo!-
Un día me miraste,
y todavía siento la huella de ese llanto
que me abrasó por dentro.
Aún voy por los caminos
soñando aquel encuentro…
Un día me miraste
como miraste a Pedro...

Cuando llegue la noche de Ernestina de Champourcin

Cuando venga la noche
quiero habértelo dicho;
quiero haberlo gritado
a través de la tierra.
Hay cosas que no pueden
callarse para siempre
y júbilos secretos
que deshacen un día
los más íntimos nudos.

 
Cuando venga la noche
quiero haberlo cantado
para que todos sepan
y todos me pregunten.
Silencio prodigioso
que ahora me florece
como un huerto escondido
en lo claro del alma.

 
Cuando venga la noche
me encontrará dispuesta,
pues lo habré dado todo.
¡Qué dulzura entregarse
en total holocausto,
a sabiendas del grito
que nos roba la herida!

 
Cuando llegue la noche
donde todo renace,
diré: "Vengo, Señor",
diré... no diré nada...
pues hará mucho tiempo
que se agotó mi canto
y hará siglos, tal vez,
que sellaste mi boca.

 
Pero antes de esa noche
déjame que les diga...
Déjame dar a otros
la gloria que me abriste.
Es tan hondo el Amor
y hay tantos que lo aguardan.

 
Cuando llegue la noche,
quiero haberlo cantado.

Breve comentario 
  
En los textos de hoy se da una dinámica maravillosa entre la primera lectura y la del evangelio. En el  milagro que realiza Pedro, relatado en los Hechos, se describe que es mediante una mirada como el apóstol cura al lisiado: "Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos.» Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.» Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios." ¿De dónde surge esa fuerza, esa mirada llena de potencia, vivificante, penetrante, hermosa? Sólo de una fuente, pues una mirada humana no puede nunca alcanzar tal fortaleza: del encuentro con el Señor resucitado. Jesús resucitado hace resucitar a quienes se abren a su presencia.

Sin embargo, qué encontramos en los apóstoles camino de Emaús. Sienten miedo, tristeza, nostalgia, decepción, van dudando de su fe... Y cuando aparece el Señor a su lado, "sus ojos no eran capaces de reconocerlo." Estaban cegados por su ignorancia, habían perdido la sensibilidad para captar la verdad de la vida del Señor, su sentido profundo. Y Jesús volvió a resucitarles de la muerte en la que se hallaban sumidos explicándoles con divina paciencia Su Palabra desde Moisés. Se podría decir que la labor de resucitar a sus apóstoles mediante sus apariciones fue el último milagro de Jesús en su vida terrena. De la ceguera humana pasaron a curar enfermos por la mirada. ¡Qué formidable renovación la que opera Jesús en nuestras vidas cuando lo sabemos reconocer! Realmente es un nuevo nacimiento, un renacer que es una resurrección en esta vida del alma humana.

Y así también sucedió, como a tantos otros, con Ernestina de Champourcin, la poetisa de hoy, que vivió en vida esta resurrección, no sin antes pasar por su Emaús particular. En el poema primero, se ve como una apóstol más camino del destierro interior, como los pobres discípulos en camino hacia la nada, sintiéndose culpable de su vida pasada y de su soledad y abandono. En el segundo poema, recuerda y revive cómo la ha mirado, mejor, cómo la ha contemplado con serenidad el Señor (¡nada menos que como a Pedro!); en esta fase de su despertar es capaz de distinguir al Mesías con su mirada única. El tercer poema es ya un poema de resucitado, de quien, si no pudo curar como Pedro, sí fue capaz de crear belleza y regalárnosla cantando, plena ya de Dios. (Y dar belleza es una forma de curarnos a los demás, de elevarnos.)

Que vivamos esta experiencia de Quien nos acompaña siempre, de nuestro amor callado que nos habla a su modo, y que hace brillar nuestros ojos como los de los enamorados. Sí, como canta el salmista, "Que se alegren los que buscan al Señor."

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