sábado, 13 de febrero de 2016

Lecturas del día, sábado, 13 de febrero. Poema "Sepa usted que en mi casa vivo solo..." de Enrique Badosa. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (58,9b-14):

Así dice el Señor Dios: «Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas. Si detienes tus pies el sábado y no traficas en mi día santo, si llamas al sábado tu delicia y lo consagras a la gloria del Señor, si lo honras absteniéndote de viajes, de buscar tu interés, de tratar tus asuntos, entonces el Señor será tu delicia. Te asentaré sobre mis montañas, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob.» Ha hablado la boca del Señor.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 85,1-2.3-4.5-6

R/.
Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad


Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti. R/.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti. R/.

Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,27-32):

En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros.
Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Jesús les replicó: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.»

Palabra del Señor

Poema:
"Sepa usted que en mi casa vivo solo..." de Enrique Badosa

Sepa usted que en mi casa vivo solo,
y no es posible que alguien haya dado
esta luz que ahora veo en la ventana.
¡Espere, por favor…! Ya se alejaron
los alborotadores de la noche,
y quisiera tener alguien al lado.
Aunque tal vez a usted otros le esperan,
y yo le canso aquí… ¿No? ¡Gracias! Claro
que a usted no le sorprende ni le inquieta
ver luces encendidas en mi cuarto.
…Es verdad, vivo solo y hace frío
al mirar los espejos derribados
por la sombra. ¡Y cómo le agradezco
que me escuche un momento! Pero acabo.
No obstante, si supiera cuánto temo
la luz que han alumbrado
en mi casa vacía… ¿Qué hace usted?
¿cómo puede saber que estoy cansado,
y me pone su mano transparente
sobre el hombro? ¿Por qué se está empeñando
en que debo subir y abrir la puerta
y recorrer mi casa, y decir alto
el nombre que perdí?... ¡No, no se vaya!
¿Por qué usted…? ¿Por qué Tú me ayudas tanto?

Breve comentario
  
Las lecturas de hoy son muy sugerentes en significados. Por un lado, Isaías nos habla de que nos dejemos hacer por el Señor. Por otro, el evangelio alude a la necesidad que de Él tienen los enfermos, los heridos, los pecadores. Y por su parte, el salmista implora a Dios para que nos indique el camino con el que logremos sanarnos y dejarnos hacer. Son las dos caras de una misma moneda. Todos estamos heridos por el pecado, el propio y el de los demás, y todos, pues, necesitamos de curación, del sanador que nos cuide y restañe nuestras heridas. La realidad del amor de Dios a su criatura es de un dinamismo extraordinario. Siempre consiste en un encuentro. Un encuentro entre una naturaleza que se sabe caída, necesitada, y una presencia que acude a reparar y a curar.

¿Cómo dejarse hacer por Él? Primero, parece obvio que el hombre debe ser consciente de sus heridas y limitaciones, de su dolor y de su sed de plenitud. Sin esta consciencia inicial de lo que somos, ni siquiera se puede plantear la pregunta. En tales casos, se vive de espaldas a lo que somos, y más que vivir, sobrevivimos en medio de nuestras mentiras, ilusiones y fantasías. En segundo lugar, y partiendo de esa consciencia de esencial finitud y de dolor, saber, digamos, presentir que existe una salida a nuestra menesterosidad, salida que no depende de nosotros. Y aquí va tomando cuerpo la idea de una presencia, de una realidad que a la vez que nos da sentido, nos justifica, de una realidad hacia la cual podemos abrirnos, confiar, esperar, en la cual incluso abandonarnos y descansar. Es entonces cuando la presencia de Dios se impone en nuestra alma como un maravilloso perfume que nos acaricia y nos envuelve.

Parece fácil lo que acabo de describir; sin embargo, en muchas ocasiones no lo es. Somos orgullosos (esa es parte, quizá la principal, de la herencia de nuestra naturaleza de pecado), y no nos resulta fácil ni confiar, ni abrirnos, ni dejarnos hacer, ni mucho menos abandonarnos siquiera por el mismo Dios. Para que el hombre de hoy lo logre, en esta edad del individualismo más delirante, hace falta una experiencia muy profunda de nuestras propias carencias, de nuestra necesidad fundamental de ayuda, en último término, de salvación. Con paciencia y con celo, con el celo de un padre amante, nos va cincelando Dios a lo largo de nuestra vida para que alcancemos tal conciencia, tal humildad, y podamos vernos realmente en lo que somos: criaturas necesitadas del amor de Dios. Cuando somos conscientes de ello, cuando nos dejamos hacer, Dios no duda en derramar toda su misericordia y bañarnos en su amor.

Pidamos a Dios que nos dejemos hacer por Él, que tengamos esta conciencia de necesidad de salvación, para que, en efecto, pueda salvarnos. Que el poema de Badosa sirva a modo de retrato para ilustrar nuestra situación y ese aparentemente modesto amor de Dios que, sin embargo, infinito, es toda nuestra fuerza.

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