domingo, 29 de noviembre de 2015

Lecturas del día, domingo, 29 de noviembre. Poema "Rima VIII" de Gustavo Adolfo Bécquer. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (33,14-16):

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: Señor-nuestra-Justicia.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 24

R/.
A ti, Señor, levanto mi alma

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres
mi Dios y Salvador. R/.

El Señor es bueno y recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad,
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (3,12–4,2)

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente; para que, cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro padre. Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: habéis aprendido de nosotros como proceder para agradar a Dios: pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (21,25-28.34-36):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros temblarán. Entonces, verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Rima VIII de Gustavo Adolfo Bécquer
 
Cuando miro el azul horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,

me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves,
cual ella deshecho.


Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego,
se me antoja posible a do brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
fundirme en un beso.


En el mar de la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.


Breve comentario

Buscar el encuentro con Dios o con lo desconocido que se halla en otra dimensión siempre supone para el hombre un trascenderse a sí mismo, un, digamos, esfuerzo de ir hacia lo alto, un superar nuestras propias limitaciones para elevarnos de nosotros mismos. Porque cuando queremos comprender o al menos hacer nuestro las realidades últimas que nos constituyen (el amor, la dignidad, la muerte, el sentido de la vida...), ellas nos exigen esa tarea de desasirnos de nuestras seguridades o certezas y profundizar o pisar un ámbito desconocido y a la vez familiar, pues atisbamos que estamos hechos en lo más profundo de tales realidades. Bécquer fue de ese tipo de hombres. Ya era un hombre que dudaba ("En el mar de la duda en que bogo/ ni aún sé lo que creo"); pero dudar no es una categoría que deseche ninguna realidad: simplemente supone carencia de certeza. Sin embargo, Bécquer se da cuenta en su interior, como tantos hombres de toda época, que su afán de infinito, su sed de verdad, su búsqueda incansable de las últimas razones de la vida, le llevan a una certeza última sobrecogedora con la que acaba su composición: "sin embargo estas ansias me dicen/ que yo llevo algo/ divino aquí dentro."

Así es. Hoy comenzamos el tiempo de preparación de la Navidad, el Adviento. Pero ¿qué significa la Navidad? Muy sucintamente supone que Dios nos intenta ahorrar el pesado trabajo de subir a las alturas de nuestros anhelos más inalcanzables para hacerse presente. Él nos allana el camino de un modo admirable y no menos misterioso: Dios se abaja hasta el punto de encarnarse en el hijo de una adolescente y de un modesto artesano de un pueblo miserable de Judea. Y lo hace nacer en las humildísimas condiciones que todos conocemos.

En Navidad, y desde entonces, desde la primera Navidad de hace más de dos mil años, ya no es necesario fundirse casi místicamente en "el azul horizonte", en "la niebla dorada" o en los astros del cielo para saber que hay algo divino en nuestro interior: lo vemos con nuestros ojos en el niño acostado en un pesebre. Sólo cuando se duda, como Bécquer, como tantos, se tiene que volver a hacer girar la pesada noria de trascenderse a sí mismo, desde esa duda, para encontrar en la sed que provoca el camino que Jesús allanó haciéndose hombre por amor a nosotros.

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