sábado, 21 de noviembre de 2015

Lecturas del día, sábado, 21 de noviembre. Poema "No corras, ve despacio..." de Juan Ramón Jiménez. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (3,9-15.20):

Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre: «¿Dónde estás?»
Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.»
El Señor le replicó: «¿Quién te informó que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió: «La mujer que me distes como compañera me ofreció del fruto, y comí.»
El Señor dijo a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?»
Ella respondió: «La serpiente me engañó y comí.»
El Señor dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá la cabeza cuando tú la hieras en el talón.»
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

Palabra de Dios

Salmo

Jdt 13,18bcde.19

R/.
Tú eres el orgullo de nuestra raza

El altísimo te ha bendecido, hija,
más que a todas las mujeres de la tierra.
Bendito el Señor, creador del cielo y tierra. R/.

Que hoy ha glorificado tu nombre de tal modo,
que tu alabanza estará siempre en la boca de todos
los que se acuerden de esta obra poderosa de Dios. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,12.17-19):

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena de todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (12,46-50):

En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó: «Oye tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.»
Pero él contestó al que avisaba: «¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?»
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»

Palabra del Señor

Poema:
"No corras, ve despacio..." de Juan Ramón Jiménez 

¡No corras, ve despacio,
que adonde tienes que ir es a ti solo!

¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, reciennacido 
eterno,
no te puede seguir! 

Breve comentario

No es cierto en su literalidad que adonde tengamos que ir es sólo a nosotros mismos, a nuestra interioridad, a nuestro solo yo. No es el único destino de nuestra vida, pero sí es fundamental. Nuestra identidad, nuestra esencia más íntima se forma con y en la apertura a los demás. Es un proceso dinámico: cuanto más somos, más nos abrimos, más nos damos.

Pero este blog no está pensado para gentes perfectas, de vida sencilla, diríase rectilínea, satisfecha, naturalmente vivida. En verdad, no he conocido a nadie que cumpla linealmente estos requisitos de felicidad congénita, pero más allá de matices, estoy hablando para aquellos que sí necesitan pararse o, mejor, marchar, hacia sí mismos para poder ser o llegar a ser con verdadera plenitud. En este sentido, el poema de Juan Ramón es de una lucidez y acierto extraordinarios (no entro ya en la belleza expresiva con la que logra comunicar este misterio), como así he podido constatar en no pocas personas. Diría sin exageración que es terapéutico. Y es que la verdad siempre sana. Aunque duela. Pero hacia la verdad hay que caminar despacio, siendo consciente de cada paso, sin agobios, sin falsas ilusiones, sin metas impuestas desde fuera o desde un interior herido que nos somete a presiones siempre dañinas. Hay que ir despacio, porque, en efecto, en ese camino hacia nuestro ser, somos como niños recién nacidos: debemos ir aprendiéndolo todo, debemos ir curando una herida tras otra, o, al menos, limitando su daño.

Cuando Adán y Eva comen del fruto prohibido, Dios les hiere por su desobediencia a tener que conocerse para ser. Antes de infringir ese único mandamiento que regía el Paraíso, no existía culpa, ni conocimiento. No existía pecado, ni desnudez: en aquel reino inmaculado simplemente se era: no hacía falta más que existir para ser feliz. Al hombre, desde entonces, ya no le basta simplemente existir: ha de conocerse. Y ese conocimiento, esa libertad del hombre ante sí y ante la Creación es un campo duro de laborar. A veces, las condiciones de partida son buenas, y la tierra se presta a su labranza; pero en muchas otras, lograr ese conocimiento y vivir en esa libertad es una auténtica y terrible penitencia.  

Por ello, en el evangelio de este día de la Presentación de la Virgen, Jesús dice que su familia es aquella que verdaderamente le quiere, le acepta, asume su Palabra. En más ocasiones de las que pensamos, muchos debemos encontrar esa familia que nunca tuvimos, esa infancia por la que no pasamos, esa ilusión de plenitud que nunca disfrutamos. Y para ello debemos conocernos, ir hacia nuestro pequeño yo recién nacido. Y esto exige una apertura siempre. Hacia nosotros mismos, primero; pero también hacia las fuentes de este anhelo de amor y de plenitud. Y en la medida que nos lo propongamos, iremos conociendo a otros que están realizando este mismo camino, que será el suyo, pero que nos resultará común y familiar al nuestro. Esa será nuestra familia, y esa búsqueda irá conformando nuestra identidad, nuestro frágil yo recién nacido, aun en medio de nuestras heridas.  

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