jueves, 6 de julio de 2017

Lecturas del día, jueves, 6 de julio. Poema "La concha" de Osip Mandelstam. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (22,1-19):

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: «¡Abrahán!» Él respondió: «Aquí me tienes.» Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.» Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. El tercer día levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos.
Y Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros.» Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo a Abrahán, su padre: «Padre.» Él respondió: «Aquí estoy, hijo mío.» El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?» Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.» Y siguieron caminando juntos. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí me tienes.» El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.» Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en una maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. Abrahán llamó a aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «El monte del Señor ve.» El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.» Abrahán volvió a sus criados, y juntos se pusieron en camino hacia Berseba. Abrahán se quedó a vivir en Berseba.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 114

R/.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida


Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. R/.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.» R/.

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó. R/.

Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,1-8):

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados.» Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema.» Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados –dijo dirigiéndose al paralítico–: Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa.» Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Palabra del Señor
 
Poema:
La concha de Osip Mandelstam 

Tal vez no me necesites,
Noche; de la vorágine mundial
Yo fui lanzado a tu orilla
Como una concha sin perlas.

Indiferente, tú espumas las olas
Y cantas tercamente,
Pero llegará el día en que amarás
La inútil mentira de la concha.

Tú te acuestas a su lado en la arena,
Te vistes con su casulla
Y con ella construyes una gran campana
Irrompible entre las olas.

Y a las paredes de la frágil concha,
Como a la casa del corazón vacío,
Las llenarás con murmullos de espuma,
Con viento, bruma y lluvia...


Breve comentario

Si ayer contemplamos la realidad del mal con el rigor que sus consecuencias nos reportan, hoy nuestra mirada, al hilo del evangelio, se centra en la misericordia del Señor para aquellos que luchan contra sus pecados: el perdón. Baudelaire tenía una visión del hombre muy acerada, debido al conocimiento que poseía de su propia miseria. Como buen ladrón que cree que todos son de su condición, generalizaba su debilidad a todo el género humano. Que el hombre tiende al pecado, lo sabemos todos, y por experiencia propia, como Baudelaire. Pero junto a esta realidad de debilidad existe también la lucha que contra ella un alma puede interponer. La libertad del hombre presupone su debilidad, pero también su combate contra ella, no sólo su abandono a ella. Que Baudelaire (y tantos baudelaires de turno, sin el menor talento para sublimar sus miserias) dejara de luchar no significa que todos nos hayamos rendido igualmente. Somos pecadores, caemos; pero con la caída está la posibilidad de levantarnos. Unos ya se quedan acostados de por vida, como el genio francés; otros, sencillamente no paramos de levantarnos.

Y esto es lo que hace el Señor con el paralítico del evangelio de hoy. Sin fe, nuestra debilidad nos acabaría venciendo tarde o temprano, pues no tendríamos motivos ni experiencia alguna de fortaleza ante nuestros repetidos fracasos. La tentación de abandonarnos a la mediocridad de nuestras vulnerabilidades sería demasiado fuerte de resistir. Dios sabe de nuestra dinámica interna, y proporciona los instrumentos para no sólo combatirla, sino para revertirla. Pero para acudir a esos instrumentos hay que tener fe. Sin fe, acabamos como Baudelaire, pero sin talento. Como es sabido y he dicho en varias ocasiones, aunque la fe es un don, debemos disponernos para poder recibirla. Esa actitud inicial de disposición a recibir, de preparación para una posible acogida, de apertura del corazón a lo aún desconocido, ya es un modo de fe por inmadura que sea.

Con fe, sentimos la presencia amorosa de Dios, su compañía; con fe, entendemos su palabra; con fe, podemos hablar con Él en la oración, pedirle, agradecerle, alabarle, adorarle; con fe, podemos recibir su perdón en el sacramento de la Penitencia; con fe, podemos ser alimentados literalmente con su Cuerpo en el sacramento de la Eucaristía; con fe, podemos intentar vivir de su gracia para no desviarnos del camino de la salvación. En fin, con fe, podemos amarnos aun en nuestras insuficiencias y amar a los demás en las suyas. Y es la fe la que nos capacita para querer hablar a quienes la desconocen de sus maravillas. Los baudelaires no tienen fe, por eso afirman categóricamente que es Satanás quien mueve los hilos de nuestra vida (hoy ya ni eso afirman, pues Satanás es hoy la propia voluntad del individuo, orgullosa de su autosuficiencia). Satanás sólo mueve lo que permitamos que mueva. Por todo ello el paralítico logra levantarse y caminar.

El bellísimo poema del ruso Mandelstam (que Stalin mató enviándolo a un campo de trabajo -mejor decir de exterminio- a causa de un poema crítico que le dedicó) añade a estas consideraciones la belleza de la humildad del que sabe que por sí mismo nada vale sin el amor del Señor (en el poema personificado por la "Noche"). Sin su amor, sin el amor que todos necesitamos para llegar a ser personas, para saber amarnos y amar, somos como una concha vacía lanzada en medio de cualquier lugar, "una concha sin perlas". Posiblemente así se sintiera el paralítico, como una concha sin perlas, como un defecto prescindible y sin sentido. Pero aun en nuestra "inútil mentira", Dios nos ama. Nos envolverá en su marea, con sus olas, con su arena que moldeará un nido con nuestra pobre forma, y nos protegerá de los peligros exteriores. Y nuestro pobre vacío, nuestra oquedad sin nada, se poblará de la presencia del Señor. Este es el milagro que da la fe. No, Satanás no mueve nuestros hilos. ...Si no le dejamos, claro...

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