domingo, 30 de julio de 2017

Lecturas del día, domingo, 30 de julio. Poema "Del infierno y del cielo" de Jorge Luis Borges. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del primer libro de los Reyes (3,5.7-12):

En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón: «Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?» Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo: «Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,57.72.76-77.127-128.129-130

R/.
¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Mi porción es el Señor;
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata. R/.

Que tu bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión,
viviré, y mis delicias serán tu voluntad. R/.

Yo amo tus mandatos
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos
y detesto el camino de la mentira. R/.

Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,28-30):

Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-52):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos le contestaron: «Sí.» Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Del infierno y del cielo de Jorge Luis Borges
 
El infierno de Dios no necesita
el esplendor del fuego. Cuando el Juicio
Universal retumbe en las trompetas
y la tierra publique sus entrañas
y resurjan del polvo las naciones
para acatar la Boca inapelable,
los ojos no verán los nueve círculos
de la montaña inversa; ni la pálida
pradera de perennes asfodelos
donde la sombra del arquero sigue
la sombra de la corza, eternamente;
ni la loba de fuego que en el ínfimo
piso de los infiernos musulmanes
es anterior a Adán y a los castigos;
ni violentos metales, ni siquiera
la visible tiniebla de Juan Milton.
No oprimirá un odiado laberinto
de triple hierro y fuego doloroso
las atónitas almas de los réprobos.


Tampoco el fondo de los años guarda
un remoto jardín. Dios no quiere
para alegrar los méritos del justo,
orbes de luz, concéntricas teorías
de tronos, potestades, querubines,
ni el espejo ilusorio de la música
ni las profundidades de la rosa
ni el esplendor aciago de uno solo
de Sus tigres, ni la delicadeza
de un ocaso amarillo en el desierto
ni el antiguo, natal sabor del agua.
En Su misericordia no hay jardines
ni luz de una esperanza o de un recuerdo.


En el cristal de un sueño he vislumbrado
el Cielo y el Infierno prometidos:
cuando el juicio retumbe en las trompetas
últimas y el planeta milenario
sea obliterado y bruscamente cesen
¡oh Tiempo! tus efímeras pirámides,
los colores y líneas del pasado
definirán en la tiniebla un rostro
durmiente, inmóvil, fiel, inalterable
(tal vez el de la amada, quizá el tuyo)
y la contemplación de ese inmediato
rostro incesante, intacto, incorruptible,
será para los réprobos, Infierno;
para los elegidos, Paraíso.


Breve comentario

El hombre tiene la capacidad de juicio de cualquier realidad. Es, sin duda, un privilegio que Dios nos concedió como criatura, dada nuestra posición poco por debajo de los ángeles, en la cúspide de la Creación. El poder de enjuiciar le permite al hombre conceder valor a todo aquello en lo que centre su atención. Siendo ello así, el poder del hombre es limitado por el hecho de una característica esencial de la realidad: la realidad es objetiva, es decir, el valor de lo real no depende del juicio del hombre, sino del valor intrínseco del objeto. Nuestra libertad de juicio se basa no tanto en la atribución de valor a algo, sino en su reconocimiento. Así, puede ocurrir que demos valor a algo que no lo tiene, o que consideremos benéfico lo que es dañino. Y también lo contrario, despreciar el bien, la verdad y la belleza, o considerarlas como algo inexistente o perjudicial. También existe libertad en el uso que hagamos de nuestros juicios sobre la realidad. Podemos pensar adecuadamente que algo es bueno y valioso, pero hacemos un uso de aquellas valoraciones para provocar un perjuicio, bien sea a los demás o incluso a nosotros mismos.

Lo primero es, pues, distinguir qué es lo valioso, el tesoro por el que lo dejaríamos todo, y qué no lo es. Una vez que lo sepamos distinguir y conocer, lo que a su vez significa que sabemos dónde está ese tesoro, es muy importante el uso que hagamos de esta posesión, pues hasta la verdad puede ser mal usada para ponerla al servicio de intereses espurios a la misma. Es un hecho evidente que muchas veces se nos pasa desapercibido lo verdaderamente valioso, y, a veces, cuando lo encontramos no sabemos distinguirlo suficientemente de otras cosas que, no siendo malas, no merecen la misma atención. Esto nos puede pasar a cualquiera y en cualquier momento. Cuando nos estamos referiendo a realidades netamente éticas o espirituales, el error de valoración o de uso tiene unas consecuencias mucho más graves. No es lo mismo equivocarse en la evaluación de las bondades de un automóvil que en considerar que el pecado es una superchería de clérigos ignorantes. En el primer caso, habremos hecho una inversión dudosa, y en el segundo, nos habremos ganado la condenación eterna.

Por desgracia, el mundo no sabe distinguir lo que en verdad importa, que es la vida eterna que nos espera después de este breve peregrinaje en la tierra. Creemos que sólo existe el presente, y que debemos "aprovecharlo" en función de... ¿qué? Y es en este qué en el que nos jugamos todo, porque, en efecto, esta vida, este tiempo que Dios nos concede está para aprovecharlo. Tenemos un tesoro invalorable que reside en nuestro origen, en nuestro corazón y en nuestro destino final: Dios. Y Dios nos indica por medio de su Palabra el camino a recorrer para ser salvos, es decir, para que siempre sepamos distinguir el verdadero valor de la realidad, de lo que somos y del sentido de todo lo que existe. Y asimismo para que sepamos utilizar este conocimiento al servicio de esa realidad que antes hemos valorado: para amarla, para hacerla trascender, para elevarla a Dios en ofrecimiento.

El poema de Borges es, en este sentido, una reflexión muy interesante. El Infierno y el Paraíso no serán meros lugares, con los atributos clásicos que el hombre ha imaginado a lo largo de los siglos para hacerse una idea de los mismos. Para nuestra sensiblidad, los "lugares espirituales" es una contradicción en los términos. Nos resulta inimaginable considerar una dimesión espiritual poblada de entes a su vez sólo espirituales en los que cabe el gozo eterno, la purgación temporal de penas, y el infinito sufrimiento. ¿Serán tal vez estados del alma, si es que tiene algún sentido hablar de esta forma en semejante contexto? No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos por revelación divina es que aquellos que supieron distinguir lo bueno, lo verdadero y lo bello en la tierra, el tesoro más valioso, y lo pusieron al servicio de los demás, gozarán de la gloria eterna; y aquellos que no lo reconocieron, lo despreciaron o hicieron un mal uso de su tesoro, aun sabiéndolo percibir (¡ay, los malos pastores!), sufrirán por toda la eternidad. Así, la concepción borgiana del más allá es muy plausible: la contemplación de la máxima belleza será para aquellos que la supieron distinguir en vida el gozo mismo de la beatitud más excelsa; para aquellos que la despreciaron o la prostituyeron, su contemplación será fondo infinito de vacío, desolación, desesperación y muerte incesantes. Borges estaba en lo cierto: las raíces del Cielo y del Infierno anidan en nuestro corazón, y desde él manará todo nuestro goce y nuestro padecimiento eternos; la misma realidad para unos será gloria y para otros, condenación.

Tengamos, pues, mucho cuidado en distinguir cuál es el tesoro por el que vivimos, porque nos estamos jugando la vida eterna. 

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